domingo, 30 de agosto de 2015

Peña Nieto se puso las calcetas al revez

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Peña Nieto y el humor
Fernando Dworak

A una semana del “calcetagate” sólo queda decir que fue un incidente causado por la banalidad de hacer un escándalo por cualquier cosa y una respuesta mal elaborada por quien maneja las redes del Presidente, aunque se podría pensar que se hizo para mostrar algo de humor. Sin embargo queda la pregunta de qué tanto es conveniente que un gobernante sepa reírse de mismo. ¿De verdad es importante?

Todos los regímenes políticos a lo largo de la historia han vendido una imagen de
mismos a manera de propaganda. En ese sentido los protocolos y ceremonias constituyen ceremonias de poder que sirven para motivar un sentimiento de respeto o incluso intimidación ante la población. Desde las imágenes solemnes de los faraones, las normas de etiqueta en las cortes o incluso las representaciones de sacrificios humanos de los aztecas se ha reconocido el valor propagandístico de toda representación del poder.

Por lo general entre más autoritario es el régimen mayor es el interés por mostrarse solemne, incuestionable y si es posible hasta intimidatorio. Saben que la risa y el desparpajo es el inicio de la pérdida de respeto y la exigencia de otras formas de gobernar. Y ese afán por mantenerse en el protocolo termina reproduciendo prácticas y usos barrocos de cuan rebuscados. Basta con ver ese lenguaje insufriblemente protocolario de los viejos priístas, por ejemplo.

Lamentablemente durante años a esa pesadez protocolaria no hubo grandes esfuerzos por buscar un humor que ayude a ver a distancia al poder. Al contrario, se tuvo algo que se puede llamar humor “izquierdoso”, que sólo servía para refrendar una pertenencia de grupo basada en la burla simplona y el rencor hasta sectario. ¿En qué consiste?

Primer elemento
: en lugar de tratar de disociarse con el objeto de burla para buscar un efecto satírico, el humor izquierdoso se va a la yugular contra un sujeto, ridiculizando su apariencia, nombre o poniéndole apodos. Hace algunos milenios tenían chivos expiatorios para los mismos efectos.

Segundo elemento: no hay elaboración de situaciones. Hacer eso podría obligar a que la persona piense y cuestione el efecto propagandístico del chiste. Más bien se trata de reducir la historia al blanco y al negro. De esa forma cualquier problema o situación gira alrededor de uno o varios “malos”, que son continuamente ofendidos para facilitar el discurso simplista.

Tercer elemento: se trata de celebrar la ocurrencia por encima del mensaje, como si se tratase de celebrar la explosión de ingenio en detrimento de cualquier otro objetivo. Eso hace que termine siendo un acto estéril y sectario.

También el humor era usado como herramienta de golpeo de un presidente contra su antecesor, como le tocó vivir a Carlos Salinas de Gortari con los muñecos de presidiario y las máscaras. Pero aún así no se rebasaba la parodia simplona. En esa misma línea caía el programa de los peluches de TV Azteca durante el sexenio de Zedillo.

El gran parteaguas en la relación del humor con el poder fue cuando Andrés Bustamante decidió disfrazarse de Vicente Fox en 2000 y al entonces presidente electo le pareció una idea graciosa y digna de celebrarse. A partir de ahí siguieron otros artistas como Raquel Pankowsky en su caracterización de Marthita Según o uno de los pocos programas cómicos de verdad inteligentes que ha tenido la televisión mexicana: El privilegio de mandar.

¿Sirve que un presidente tenga la capacidad de reírse de mismo? Quizás no mejore sus habilidades como gobernante, pero le permite responder de manera distinta a una coyuntura: la flexibilidad ayuda a una mejor gobernabilidad.

Esa es otra de tantas cosas que no ha comprendido al PRI cuando volvió al poder: la ciudadanía no se traga la solemnidad, a la que ya ve como grillería barata. Y digna de ser satirizada. Y en la construcción del candidato y Presidente Peña Nieto se olvidó ese elemento. Por eso un chiste como el tuit del “calcetinazo” sonó a destiempo y casi como una afrenta para algunos.

Pero seamos honestos, ¿cuántos políticos actualmente tienen la capacidad para reírse de mismos? Hay pocos, como Calderón en su momento o Marcelo Ebrard, que ha sido quizás el que más habilidad ha mostrado en el manejo de sus redes sociales. La gran mayoría lamentablemente sigue empantanada en los usos y costumbres del viejo régimen.

Hace unos meses comprometí mi voto en 2018 por Andrés Manuel López Obrador si de verdad hablaba en serio en regresar a la Constitución a su texto original. Si falla y se sigue enarbolando en los lugares comunes del nacionalismo revolucionario, mi primer criterio para seleccionar el candidato por el que votaré es su capacidad para reírse de mismo.
(SINEMBARGO.MX)

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