Por Esto!
¿Cambios o gatopardismo?
Víctor Flores Olea
Parece ser que el carácter espectacular de la última decisión de Enrique Peña Nieto sobre el cambio de, al menos, 7 de los integrantes de su gabinete, quedó en eso, en mero espectáculo que parece no afectará mayormente la sustancia o las líneas de su gobierno. Algunos opinan que en todo esto prevalecen una serie de malentendidos que no ayudan, ¡al contrario!, a sacar al buey de la barranca. Si, en efecto, los números de confianza en favor de Peña Nieto habían disminuido dramáticamente en las últimas semanas y meses, se hacía necesario entonces un dramático cambio de gobierno, comenzando naturalmente por los secretarios de Estado que demostraron, en estos casi tres años de gobierno, incapacidad supina y hasta frivolidad escandalosa.
Parece ser que el carácter espectacular de la última decisión de Enrique Peña Nieto sobre el cambio de, al menos, 7 de los integrantes de su gabinete, quedó en eso, en mero espectáculo que parece no afectará mayormente la sustancia o las líneas de su gobierno. Algunos opinan que en todo esto prevalecen una serie de malentendidos que no ayudan, ¡al contrario!, a sacar al buey de la barranca. Si, en efecto, los números de confianza en favor de Peña Nieto habían disminuido dramáticamente en las últimas semanas y meses, se hacía necesario entonces un dramático cambio de gobierno, comenzando naturalmente por los secretarios de Estado que demostraron, en estos casi tres años de gobierno, incapacidad supina y hasta frivolidad escandalosa.
Pero el problema no queda ahí, sino que ha sido mucho mas profundo: en realidad, la gran objeción de la ciudadana aunque también está presente este aspecto al desempeño de Peña Nieto no ha sido tanto la de la incompetencia de sus colaboradores ¡aunque también ha estado bien presente este aspecto de la cuestión!, sino la patética carencia de ideas para llevar a cabo una conducción adecuada del país, y mucho más concretamente, si ustedes lo quieren, que haya tomado como bandera prácticamente única de gobierno las recetas del neoliberalismo, cuyos fracasos y desastres están hoy perfectamente acreditados en prácticamente todas partes del mundo donde se han aplicado.
Esta ya archidemostrado en la historia que el mercado sin ningún género de regulaciones, el llamado capitalismo salvaje, conduce con una rapidez extraordinaria a la concentración de riqueza, por un lado, y por el otro al empobrecimiento también acelerado de las capas sociales ya pobres, que llegan a su límite de miseria y explotación. Estas demostraciones han sido frecuentes y abundantes, y desde el lado de las ideas se tienen bien presentes, pero desde el punto de vista de la practica política, ¡de la real politique!, las consideraciones del estudio y de la observación empírica, también de los principios morales y de la eficacia práctica, para combatir las desigualdades extremas y la explotación!, tales principios no cuentan y lo único que se toma en cuenta son las alianzas para los negocios y la acumulación de capitales.
Y todavía más: esta orientación que ha tomado ya Peña Nieto y sus colaboradores (los de antes y los de ahora, los reciclados), con la perspectiva del gobierno de la República que ha asumido, se repetirá también, o mejor dicho seguirá adelante la descomposición social de que tanto se habla. La descomposición social y sus fracasos intermitentes pero puntuales, siempre presentes, que han caracterizado invariablemente a los regímenes del neoliberalismo.
Buena observación la de Andrés Manuel López Obrador cuando calificó recientemente a estos cambios de “gatopardismo”, aludiendo a la famosa frase de Tomaso di Lampedusa que en su novela de contenido político nos dice que, de pronto, “todo se hace cambiar para que las cosas sigan igual, para que permanezcan como han venido siendo”. En realidad, la frase aplicable tiene cuando menos dos dimensiones o interpretaciones posibles: se hacen cambios tramposos y convenientes, y aun mafiosos, para mantener los intereses en las mismas manos y para proteger a los amigos. Es decir, se trata de una operación en función de intereses restringidos y, desde luego, no de una operación con horizontes populares y democráticos. Es evidente, por el carácter que asumieron los cambios de gabinete que realizó Peña Nieto al final de la semana pasada, que su mirada no desbordó estos límites. O que, en su caso, su horizonte político no va más allá de lo realizado y de la forma como lo hizo.
Naturalmente, no procederé al análisis de cada uno de los personajes involucrados (los expulsados quejándose de incomprensiones), y los recién llegados clamando “que ahora sí, Peña Nieto realizará o cumplirá plenamente sus promesas. Para la ciudadanía, en cambio, el hecho no tiene otra dimensión que la de un ajuste burocrático que no moverá mayormente la realidad del país y su condición. En la política, una de las limitaciones es impuesta por el breve horizonte que proporciona una educación y una experiencia adquiridas entre funcionarios y burócratas, y por lo visto, desde luego en la experiencia mexicana, parece muy difícil si no imposible escapar de ello, escapar de esa estrechez.
Por eso los recientes cambios de Peña Nieto se quedan en eso, en un intercambio de puestos entre amigos equivalentes, no de un cambio de dirección (tampoco era de su interés hacerlo) en su política y en su economía, en el régimen en su conjunto, por eso lo más probable es que no aumente la credibilidad ciudadana en el mandatario, sino que seguirán siendo los mismos números lamentables, inclusive con la probabilidad de que bajen aún más. Y es que la cuestión de la política no es nunca una cuestión de amigos o entre amigos, sino una cuestión de fondo: o se trabaja intensamente en beneficio de todos o el fracaso está a la vista, no se trata simplemente de que tal o cual sector marche mejor según el encargado del mismo, sino de que el conjunto resulte en beneficio de las grandes mayorías ciudadanas, sobre todo en beneficio de los más pobres. Desafortunadamente esto no parece estar en la perspectiva de Enrique Peña Nieto.
De cualquier manera, es significativo el número de mexicanos que ha dejado de tener confianza en los actuales altos funcionarios del país, lo cual hace presumir, sin duda, que esa mayoría de compatriotas nuestros están dispuestos ya a vivir un cambio de otra importancia, de mucho mayor fondo.
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