Homozapping
Telebasura: ¿Es lo que la gente quiere ver?
Autor Invitado
Por Rubén Luengas
“Es lo que la gente quiere ver” o “es lo que la gente quiere escuchar”, aseguran reiteradamente “periodistas” y “profesionales” de la comunicación para justifican así el reinado aborrecible de contenidos putrefactos en la mayoría de los medios en los que suele asumirse que las audiencias están compuesta por idiotas. Cierto que en nuestra sociedad globalizada, dominada por el insaciable apetito de consumo y entretenimiento, hay signos inequívocos de un colapso de la inteligencia, pero no como el resultado de un proceso espontáneo, sino como efecto inevitable de una sociedad, cuyos miembros y cuya noción de ciudadanía, ha sido intencionalmente moldeada y rebajada al nivel de simples consumidores. Claro ejemplo de esto fue cuando después de los ataques terroristas del 11 de septiembre, el presidente George W Bush, en lugar de mostrarse como estadista capaz de propiciar una profunda reflexión de proyecto de nación, desde la experiencia colectiva de dolor generada por esa aborrecible tragedia provocada, Bush exhortó al pueblo estadounidense a ir a las tiendas “a comprar más”, además de haber respondido a los ataques con guerras e invasiones ilegales e inmorales como la de Irak, cuyo país no tenía nada que ver con los hechos de septiembre once.
El escritor estadounidense Morris Berman describe así el problema en una de sus agudas publicaciones sobre la sociedad estadounidense: “Para una población estupidizada, perdida, la ‘democracia’ no será más que el derecho a comprar, o a elegir entre Wendy’s y Burger King, o a ver CNN y pensar que este ‘infotenimiento’ dirigido constituye en verdad las noticias. Como dije, la hegemonía corporativa, el triunfo de la democracia/consumista global basada en el modelo estadounidense, es el colapso de la civilización”.
Un artículo publicado en The New York Times en 1995, reveló los resultados de una encuesta mostrando que el 40 por ciento de los adultos estadounidenses (unos 70 millones de personas) no sabía que Alemania fue su enemigo en la Segunda Guerra Mundial. Otra encuesta de 1998 realizada por el National Constitution Center reveló que sólo el 41 por ciento de los adolescentes estadounidenses pudo nombrar tres ramas del gobierno, pero el 59 por ciento pudo decir sin problemas los nombre de los Tres Chiflados. Según Berman, existe de hecho una gran “hostilidad hacia la inteligencia” y hasta una “celebración de la ignorancia”, reflejada en la televisión o en películas como Forrest Gump, en la que “un idiota bienintencionado es convertido en héroe”.
Pero mi punto es que el innegable colapso de la inteligencia y la estupidización de la sociedad de masas, es el resultado de un proceso inducido por intereses materializados en planes y programas educativos orientados finalmente hacia el consumo. Educación que operan al servicio del poder corporativo mundial y a favor de la guerra corporativa declarada contra la diversidad, la creatividad, la verdad, la imaginación y contra el pensamiento crítico. Guerra llevada a cabo por los medios de comunicación con sus diarios y persistentes bombardeos de frivolidades, de exaltación de la moda como eje de conducta, de espectáculo nefasto, de propaganda, de entretenimiento disfrazado de noticia, y cuya victoria final es la colonización mercantil y política de las conciencias. Colonización que garantiza súbditos dóciles de lo que Gilles Lipovetsky llama en su libro “El imperio de lo efímero”, en el que la regla de oro es la superficialidad y donde la vida deja de ser un viaje para convertirla en vertiginosa carrera hacia el vacío.
Una de las más grandes mentiras del negocio de los medios de comunicación es aquella que sostiene que “a la gente se le da sólo lo que pide”. Ocurre en realidad que las audiencias, muy particularmente las de la televisión, sin excluir a las otras, han sido larga, progresiva y convenientemente condicionadas a consumir sin objetar los contenidos nada inocentes del paisaje luminoso de imágenes y sonidos que aparece todos los días en sus pantallas. Digo nada inocentes porque los contenidos de dicho paisaje son portadores, acarreadores y reproductores de la ideología que domina al mundo, esa que cambia la famosa frase del filósofo francés René Descartes: “Pienso luego existo”, por “consumo luego existo”. Ideología que se regocija de que millones de personas en el planeta hayan convertido sus vidas en una experiencia virtual, pasando mucho más tiempo frente a cualquier tipo de pantalla que interactuando con otros seres humanos, sin importarle en lo más mínimo estudios como el publicado por la American Medical Association que advierte sobre factores de alto riesgo para adolescentes, tales como el desarrollo de enfermedades cardiovasculares o diabetes tipo 2, entre otros, por exponerse diariamente a algún tipo de pantalla.
Grave si tomamos en cuenta que millones de niños en el mundo pasan más tiempo viendo televisión o algún tipo de pantalla que en la escuela. En promedio, un niño de 7 años de edad en países europeos, según reporta el doctor Aric Sigman de la British Psychological Society, habrá visto ya algún tipo de pantalla por más de un año entero, mientras que a los 18 años de edad, un joven europeo habrá pasado cuatro años completos, de 24 horas cada día, frente a alguna pantalla.
Estamos por lo tanto no sólo ante un problema meramente cultural de exposición a contenidos basura con evidente carga ideológica, sino ante el tiempo de exposición a algún tipo de pantalla convertido en delicado asunto médico; una vez demostrados, afirma el doctor Sigman, los significativos y medibles cambios biológicos en los cuerpos y en los cerebros de las personas afectadas. Volviendo a aquellos que hacen gala de ignorancia sincera o de estupidez concienzuda, muchos de los cuales ocupan cargos de influencia en importantes medios de comunicación y quienes afirman que la basura mediática que le dan a sus audiencias es para “darle a la gente lo que quiere”, les comparto una entre muchas experiencias personales en los medios que me llena de satisfacción.
Era enero de 2005 cuando vi una nota en Los Ángeles Times sobre el gran cantante de ópera mexicano Rolando Villazón: The voice to watch, anunciando la prestación de Villazón en Los Ángeles junto a la hermosa y gran cantante rusa Anna Netrebko en la puesta en escena de la ópera Romeo y Julieta. Corrí a la oficina de mi director de noticias para platicarle sobre quién era Rolando, cómo se convirtió en cantante y por qué el LA Times le dedicaba un importante espacio. Mi director pareció estar “a punto de un ataque de nervios” al tiempo que me decía: “¿Qué? ¿Opera durante Sweeps? (Sweeps es cuando se hace la medición de audiencia para efectos publicitarios)
Para no hacer el cuento largo, mi director accedió con incredulidad a que hiciera el reportaje y a que este pasara al aire justo durante los famosos y sacrosantos Sweeps. Resultó que la medición de la audiencia no sólo no desplomó, sino que los ratings del programa subieron, la gente me contactaba para mayor información y cuando salía de haber presenciado Romeo y Julieta, la noche de la presentación, tres diferentes familias latinas me abordaron diciendo que “nunca habían estado en una opera y me agradecían mucho por haberles motivado a asistir”.
Mucho influyó la manera de armar el reportaje en el que Rolando le canta a Anna un fragmento de la famosa canción de Consuelito Veázquez, Bésame Mucho y donde ambos artistas se mostraron carismáticos y muy humanos.
Mentira que la telebasura nuestra de cada día sea lo que la gente quiere ver. Se trata más bien de la manipulación consciente de los hábitos organizados de las masas y de la fabricación de la llamada “opinión pública” como efectivo método de control social: “Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país”, escribió Edward Berneys, considerado en Estados Unidos el padre de las relaciones públicas. Y agrega en su libro titulado Propaganda: “Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas, son en gran medida personas de las que nunca hemos oído hablar”.
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