jueves, 8 de enero de 2015

Julio se rodeó de grandes individualidades

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Julio Scherer: la proeza de aquel Excélsior
Humberto Musacchio

Las buenas noticias, dice el adagio periodístico, no son noticias, pero durante varias décadas, el grueso del diarismo se afanaba en presentar la visión de un país idílico, sin conflictos sociales ni contradicción entre gobernantes y gobernados. Era el periodismo propio de un Estado fuerte con rasgos totalitarios, donde no había prensa libre ni partidos de verdadera oposición ni contrapesos entre poderes.

Aquel México del absolutismo presidencialista no quería crítica; requería elogios. Se pretendía convencer al ciudadano común de que vivíamos en el mejor de los mundos posibles y todo debía ajustarse a esa creencia promovida desde el poder para beneficio de quienes mandaban.

En pleno 1968, cuando las grandes manifestaciones estudiantiles pasaban frente a Reforma 18, jóvenes hartos de esa realidad embalsamada gritábamos “¡Prensa vendida!”, convencidos de que todo el periodismo estaba presto a complacer al Poder Ejecutivo.

Pero en agosto de ese año murió Manuel Becerra Acosta padre y Julio Scherer García llegó a la dirección de Excélsior. No lo sabíamos, pero ese hombre, al frente de un brillantísimo equipo, iba a cambiar usos y combatir abusos del periodismo mexicano, al que en gran parte haría abandonar su interesado conformismo.

Para empezar, Scherer se rodeó de grandes individualidades: Manuel Becerra Acosta hijo en la parte informativa, Miguel López Azuara en periodismo de opinión y el más formidable equipo de reporteros de toda la historia del periodismo mexicano. Poco después invitó a Miguel Angel Granados Chapa a hacerle compañía a López Azuara en el trabajo editorial, y lo hizo, pese a que Granados había apoyado a Víctor Velarde en la pelea por la dirección.

Los Migueles, como fueron conocidos, armaron un equipo de opinadores con personajes de prestigio indiscutible, hombres y mujeres de variadas ideologías, pero coincidentes en la convicción de servir a la verdad. Vicente Leñero contaba que fue Granados Chapa quien lo invitó a escribir en las páginas editoriales y que por sus gestiones le fue entregada la dirección de Revista de Revistas, que entonces publicaba la casa Excélsior.

Por supuesto, en el equipo dirigente había diferencias, algunas de ellas profundas. La noche del 2 de octubre de 1968, por ejemplo, se suscitó una animada discusión por la cabeza principal y finalmente el titular del día siguiente reflejaba la mentira oficial de que lo ocurrido en Tlatelolco había sido un enfrentamiento entre militares y estudiantes y no un crimen planeado y ejecutado fríamente, como lo denunciaría el propio Scherer años después.

Era bien conocida la animadversión que suscitaba en el equipo dirigente Regino Díaz Redondo, en quien Scherer depositó toda su confianza y no pocos favores hasta que el mismo director fue el último en enterarse de la traición que tejió paciente y laboriosamente el protegido, instrumento de Luis Echeverría.

La gestión de Scherer en Excélsior fue una brillantísima aventura y el golpe del 8 de julio de 1976 que ocasionó la salida de su director y de 300 periodistas, lejos de acabar con la libertad de expresión, involuntariamente le abrió nuevas vías, pues como resultado del atropello echeverrista nacieron Proceso, Vuelta y Uno Más Uno. Buena parte de la prensa que hoy tenemos ejerce una libertad que en buena medida le debe al equipo que encabezó Julio Scherer. Ejercer el derecho a la información, el análisis y la crítica es el mejor homenaje que podemos rendir al colega fallecido.

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