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La abstención, ¿favorece al PRI?
Jacqueline Peschard
Como quienes principalmente se abstienen son los electores independientes, quienes concurren a las urnas son los votantes duros. Y desde luego quien tiene una maquinaria nacional y el voto duro más amplio es el PRI. Si la participación fuera mucho mayor –se infiere–, al PRI le iría mucho peor. ¿Hay elementos que lo sostengan? Más bien los hay que ponen en duda lo absoluto de dicha afirmación. La abstención es sólo una variable entre muchas, y no siempre juega a favor del PRI. En 1994 hubo 78% de participación y el PRI ganó por 25 puntos de ventaja. En 2000 hubo 63% de participación, y ganó el PAN con 6 puntos de distancia. En 2006 hubo aún menos participación (58%) y el PRI cayó al tercer lugar. En 2012, hubo 63% de concurrencia, y el PRI ganó por 7 puntos de ventaja. ¿Cuál es la norma?
Los triunfos del PRI en 2003 y 2009 se atribuyeron particularmente al alto abstencionismo (60 y 55% en cifras cerradas). Sin embargo, en 2009, casi la mitad de distritos que el PRI recuperó se explican porque numerosos votantes que habían sufragado por el PAN o el PRD (respectivamente) cambiaron su voto en favor del PRI. De haber habido mucha mayor participación electoral, ¿las cosas habrían cambiado radicalmente? La creencia generalizada es que sí; que el PRI perdería espacios o que en el mejor de los casos mantendría los que tenía. Sin embargo hay información –de encuestas pre y poselectorales– de 2009, que matiza dicha conclusión.
Una encuesta poselectoral de Gea-Isa, por ejemplo, preguntó a los abstencionistas declarados cómo hubieran sufragado de haber concurrido a las urnas. Es cierto que la preferencia por el PRI entre el bloque abstencionista era bastante menor que entre quienes concurrieron a las urnas, como sugiere la creencia popular al respecto (27% de abstencionistas frente al 37% de votantes), pero resulta que el PRI de cualquier manera se ubicaba en primer lugar frente al PAN (23%) y el PRD (14%). Aún así, dado que los priístas son menos entre los abstencionistas que entre los votantes, se puede suponer que mientras mayor sea la participación, menor la proporción de votos para el PRI, lo que es acorde con la hipótesis popular. Cierto, pero al hacer la proyección de lo que sucedería si todos los ciudadanos hubieran concurrido a las urnas, el PRI hubiera pasado del 37% de votación que realmente captó, al 32%. Un descenso sin duda (5%), pero no tan espectacular. Además, resulta que los otros partidos no se hubieran beneficiado grandemente de ello; el PAN habría pasado de 28 al 25.5% también descendiendo en su votación (2.5%), y el PRD hubiera pasado del 12 al 14%, un avance, cierto, pero muy pequeño.
¿Quién se hubiera entonces beneficiado de una participación al 100 % en ese año? El voto nulo, lo que no debe sorprender, pues la percepción política de los abstencionistas activos (por protesta) y quienes anularon su voto ese año, era muy semejante (salvo que los anulistas son más participativos que los abstencionistas, por definición). Y es que entre el bloque abstencionista, de haber concurrido a las urnas, habría anulado su voto el 23% (frente al 5% que en efecto lo anuló), lo que hubiera arrojado en el cómputo final un 15% de voto nulo. Por otro lado, en ese escenario de participación total, al contabilizar solamente el voto válido y su traducción en el reparto de curules (manteniendo constantes los distritos de mayoría que ganó cada partido), el PRI habría pasado de 237 que obtuvo ese año, a 230. No gran pérdida, como muchos suponen que sufriría el PRI con una participación del 100%. El PAN se habría beneficiado pasando de 143 curules a 153 (tampoco gran cosa) y el PRD habría pasado de 71 curules a 61, contradiciendo la convicción que se tiene de que una mayor participación favorecería enormemente a la izquierda, lo que esta proyección demuestra como falsa. Hay muchos mitos en materia electoral que deben ser confrontados con la realidad. Este es uno de ellos.
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