La Jornada
Proyectos bajo acoso
Pedro Miguel
Desde luego, la circunstancia económica internacional ha hecho lo suyo; además, el proverbial injerencismo occidental en la región está al alza: Barack Obama acaba de formular una declaración de enemistad contra Venezuela cuya carencia de fundamento real –de cuando acá el país caribeño puede ser considerado una amenaza a la seguridad estadunidense– está más que compensada por el sustento de los intereses energéticos y geoestratégicos de la superpotencia. La clase política madrileña tradicional –de Mariano Rajoy a Felipe González– está también en plena ofensiva propagandística con el propósito de serrucharle el piso a Nicolás Maduro. En Argentina el affaire Nisman tiene el sello característico de los servicios de inteligencia de Israel y de Estados Unidos. Las oligarquías locales, por su parte, parecen reagruparse bajo el designio de una restauración continental en contra de los programas políticos "populistas" y "demagógicos". Esos factores permiten explicar, en parte, los problemas que afrontan los gobiernos así (des)calificados por los capitales trasnacionales y sus representantes políticos. Se ha escogido bien el momento: cuando el ciclo de expansión económica llega a una fase de agotamiento y cuando se hace sentir el desgaste del poder.
Ha faltado también sentido de futuro para imaginar estrategias capaces de satisfacer las expectativas de los sectores llegados a las clases medias como resultado directo de la disminución de la pobreza –Brasil–, ir más allá de los cauces de la democracia representativa tradicional y establecer instituciones de democracia directa o, cuando menos, participativa. En otros términos, no es suficiente con alterar las ecuaciones del poder a favor de las mayorías: es preciso, además, que estas mayorías se reconozcan como protagonistas de las transformaciones en curso, de las ya realizadas y de las que se encuentran en proyecto.
Una asignatura pendiente particularmente angustiante es la de la inseguridad y la violencia delictiva. A la vista de las cifras correspondientes en Argentina, Brasil y Venezuela, hay que reconocer que no basta con deslindarse de las políticas neoliberales más agresivas para abatir estos fenómenos, que parecen ser expresión de una crisis civilizatoria más perdurable y trascendente que la simple globalización, sea cual sea la modalidad nacional que se adopte: la soberanista e integracionista de la mayor parte del continente o la supeditada, asumida por los gobiernos de México, Perú y Colombia.
Sudamérica se encuentra, pues, en una peculiar encrucijada: tal vez sus gobiernos logren superar las tremendas dificultades que los acechan y avanzar en la consolidación de una propuesta alternativa al neoliberalismo puro y duro y consolidan a la región; pero si no realizan un ejercicio de autocrítica, realismo, imaginación y visión de futuro, esta generación de proyectos políticos progresistas podría quedarse en el camino y ser remplazada por una desastrosa restauración oligárquica. Ojalá que no.
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