Por Esto!
Acabar ya con la dignidad del pueblo
Guillermo Fabela Quiñones
Apuntes
Para la Procuraduría General de la República (PGR), la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, “no es un crimen de lesa humanidad”. ¿Qué puede esperarse de la autoridad responsabilizada de encubrir a un gobierno decidido a llevar su guerra social contra el pueblo hasta sus últimas consecuencias? Este es el fondo de la crisis generalizada que estamos viviendo los mexicanos: hay un divorcio total entre gobernantes y ciudadanos, porque aquellos cumplen, por encima de cualquier consideración ética y humana, su compromiso de fortalecer la hegemonía de una minoría voraz sobre el resto de la sociedad.
Quizá tengan razón en la PGR, porque sus parámetros son muy diferentes a los del resto de la población, la cual es víctima de políticas públicas tanto o más criminales que la desaparición de un grupo de estudiantes de origen campesino cuyo único delito fue querer estudiar para ayudar a sus comunidades a llevar una vida digna. Tal anhelo, sin embargo, es inaceptable para la oligarquía, que a toda costa quiere orillar al pueblo a perder su dignidad, a fin de que acepte sin protestar el trato de esclavo asalariado que le da la cúpula patronal con pleno apoyo del gobierno.
Crimen de lesa humanidad es el que está cometiendo el Estado al actuar en complicidad con una élite oligárquica que piensa y actúa como si estuviéramos aún en el siglo diecinueve. De ahí que se vea con indiferencia reprimir y asesinar impunemente a los trabajadores más humildes, que sólo quieren lo indispensable para sobrevivir y hasta eso se les niega, como quedó constatado con el trato que las autoridades de la península de Baja California dan a jornaleros que carecen de los más elementales derechos, en vez de obligar a los patrones que cumplan mínimamente con sus responsabilidades contractuales.
Crimen de lesa humanidad son los salarios de hambre que se pagan actualmente en México, y para que no quepa duda del apoyo del gobierno federal a la cúpula patronal y a la élite sindical súper corrupta, propició y apoyó la homologación de los salarios mínimos en la República, con un “incremento” de un peso con ochenta centavos. La estrategia que subyace en tan criminal política no es otra que obligar al pueblo trabajador a perder su dignidad y acepte sin chistar su papel de esclavo asalariado. Para quien no lo acepte, como los jornaleros que dejan su vida en los surcos bajacalifornianos, no sólo no habrá trabajo para ellos, sino represión, cárcel y muerte de ser necesario.
Para evitar llegar a tales extremos, en España se está movilizando buena parte de los trabajadores, como quedó demostrado el sábado con las Marchas por la Dignidad que se realizaron en Madrid, bajo una única consigna: “Pan, Trabajo y Techo con Dignidad”. No hay otro camino que luchar por la recuperación de la dignidad perdida, situación a la que han llevado a millones de mexicanos las políticas públicas de una alta burocracia corrupta, cuyo cinismo le impide ver la realidad y actúa y habla como si viviéramos en un paraíso; así lo demuestran las fotos donde se les observa muy sonrientes, satisfechos de saber que están muy distantes de los problemas que viven las clases mayoritarias.
No se dan cuenta que, como afirmó el Papa Francisco en una gira por Nápoles, “una sociedad corrupta apesta”. Tal es el caso de México en la actualidad, cuando se han rebasado todos los límites de políticas públicas ajenas al Estado de derecho. ¿Cómo asombrarnos de que la PGR afirme que la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa no es un crimen de lesa humanidad? Tampoco piensan que así como vamos, el futuro de México es inviable, incluso para la élite oligárquica. De ello quedó constancia histórica en el siglo diecinueve en Estados Unidos, cuando el Sur se vio obligado a poner fin a la esclavitud al perder la llamada Guerra de Secesión.
Parece increíble pero no lo es, que la élite oligárquica no se dé cuenta de que con su voracidad insaciable, su odio de clase contra el pueblo, lo único que habrá de conseguir, más temprano que tarde, es que la sociedad mayoritaria pierda el miedo a la represión, porque la disyuntiva sería morir de hambre o como seres humanos que luchan por su dignidad.
(guillermo.favela@hotmail.com)
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