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Los tornados del neoliberalismo
Guillermo Fabela Quiñones
Apuntes
El tornado que azotó Ciudad Acuña el lunes muy temprano, nos recordó que nada podemos hacer frente a los embates de la naturaleza. En pocos segundos causó una destrucción inenarrable, que podría compararse a la que puede hacer un incesante bombardeo durante horas, como sucede en algunas poblaciones del Medio Oriente, las cuales han obligado a una migración histórica en la región. De acuerdo con investigadores del cambio climático en el mundo, los fenómenos meteorológicos van a ser cada vez más dramáticos, con estragos terribles para los seres humanos.
Sin embargo, se puede asegurar que las afectaciones al país en su totalidad por causa de las políticas públicas seguidas desde hace tres décadas, son peores que un tornado. La gran diferencia está en que éste deja secuelas flagelantes e imágenes de pesadilla, mientras que la tarea destructiva del grupo en el poder no deja huellas visibles a primera vista, pero como es fácil apreciarlo luego del tiempo transcurrido desde el golpe de Estado de los tecnócratas, son de igual o peor dramatismo que los daños provocados por un tornado.
Sin duda, los habitantes de Ciudad Acuña se sobrepondrán a las calamidades sufridas, no porque reciban ayuda de los gobiernos federal y estatal, sino porque están obligados a continuar su vida, no importa la magnitud de los daños, para sacar adelante a los niños y hacerles menos terrible su diario caminar en un medio ambiente que parece estar en contra de la vida. Lo que no pueden enfrentar, porque ni saben cómo ni tienen los elementos para ello, es la violencia del Estado, que es cada vez peor al paso de los años con el pretexto de la “guerra” contra el crimen organizado.
En este sexenio, al paso que lleva el “gobierno” de Enrique Peña Nieto, podrá igualar o superar la marca histórica que dejó el desgobierno de Felipe Calderón, en cuanto se refiere a cifras de muertos y desaparecidos. No debe asombrarnos que así sea, porque se trata de una estrategia de despoblamiento y de terror social con una finalidad geopolítica muy concreta. La Casa Blanca en Washington quiere asegurarse de que México quede plenamente ligado a su proyecto de seguridad nacional conforme a sus intereses de dominación regional, y vaya que lo está consiguiendo, con la complacencia interesada de la alta burocracia “mexicana”.
El narcotráfico, el crimen organizado, el terrorismo, son mecanismos ideados y puestos en marcha por los “thing tanks” de las grandes universidades estadounidenses al servicio de la plutocracia globalizadora. Son la “justificación” que necesitan para intervenir en países que consideran su patio trasero, especialmente México por colindar con el resto de América Latina. Si la naturaleza también “colabora” en sus afanes de control político, pues bienvenidos sean los siniestros como el ocurrido en la población coahuilense, donde con el pretexto de ayudar a los damnificados llegarán militares y policías con la orden de sentar las bases de un control político más efectivo, particularmente necesario a dos semanas de las elecciones intermedias.
Sin embargo, más pronto de lo que se imagina el grupo en el poder, esa presencia será insuficiente, como así sucede ya en Michoacán, en Guerrero, en Tamaulipas y otras regiones del territorio nacional, agobiadas no por la recurrencia de fenómenos meteorológicos, sino por los flagelos de un Estado sin leyes al servicio de grandes intereses oligárquicos. No es fortuito que en tres décadas haya crecido exponencialmente el número de pobres en el país, al extremo de abarcar ya dos terceras partes del total de habitantes, tampoco lo es que la calidad de vida de los mexicanos haya caído a niveles que ya preocupan a los organismos internacionales que se encargaron de programar las políticas públicas antidemocráticas vigentes.
Con todo, a quien más debería preocupar esta situación es a la burocracia dorada, pero los hechos demuestran que la tiene sin cuidado el desmoronamiento del país y de sus instituciones, construidas con visión y patriotismo por un Estado surgido de una trascendental revolución social, la primera de su magnitud en el mundo en el siglo pasado. Hoy nada queda de ese gran movimiento revolucionario, sino paradójicamente el retorno de las causas que lo originaron, como lo vemos a lo largo y ancho del territorio nacional. Si los tornados son hechos apocalípticos, el neoliberalismo los sobrepasa con su destrucción ominosa.
(guillermo.favela@hotmail.com )
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