Por Esto!
Elecciones intermedias
Arnoldo Kraus
Imposible soslayar la pertenencia de México a esa élite mundial: No en todos los países la democracia es real —No nos apenemos: Robert Mugabe, dictador de Zimbaue, lleva en el poder desde 1980— y no en todas las naciones las cifras económicas caminan por un sendero distinto a la realidad.
México como ejemplo: Somos, dependiendo del día, de la hora y de las cuentas de nuestros políticos, la décima o undécima economía mundial, y somos, a la vez, una de las naciones, hablando de porcentajes, con más pobres en el mundo: Entre 50 y 60 % de la población son pobres o están por debajo de ese nivel (miseria).
La economía es un cuerpo pujante vivo. Los pobres y miserables son muchos cuerpos, semi vivos y sin oportunidades. Antes de Ayotzinapa, analistas extranjeros, entre estúpidos y/o pagados, miembros de prestigiosos periódicos y revistas nos llamaron “Mexican Moment”, cuya traducción no es indescifrable pero sí incomprensible: ¿El “Mexican Moment” se refería al posible futuro despegue económico de nuestra nación signado por el PRI y sus peleles del PRD-PAN, o apuntaba, más bien, al incremento en el número de decapitados, a las cifras de desaparecidos que no dejan de ser noticia diaria, a las preocupaciones del papa Francisco acerca de la posible mexicanización de Argentina, o a la percepción de inseguridad de los mexicanos habitantes de la décima economía mundial: En 2012, según la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública, 66% de la población se sentía insegura en su estado; en 2014, la cifra aumentó a 73%, o finalmente, aludía a los 23 mexicanos que mueren cada día por desnutrición? ¿O acaso, infería el diagnóstico de la ONU: “Desapariciones forzadas generalizadas en gran parte del territorio mexicano”.
En defensa de la transparencia, algunos analistas extranjeros —“The Economist”— recularon: México no despega. México es tumba de desaparecidos y cuna cuasi genética de corrupción e impunidad. “Mexican Moment” mutó y se convirtió, al referirse a nuestro Presidente (agrego, y asociados), “no entiende que no entiende”. Y, sí, pero no: Nunca han entendido.
Al lado de “Mexican Moment” y de la sentencia cuasi bíblica, “no entiende que no entiende” los mexicanos estamos invitados a votar. En junio serán las elecciones intermedias. Mucho se juega, dicen nuestros execrables políticos, en ese período. Nuevos diputados, nuevos gobernadores y presidentes municipales, nuevos incompetentes, nuevos ladrones, neo corruptos, viejas mañas. Hay que escoger. El menú es muy similar. Antes de votar, o no votar, es necesario repasar lo que ha sucedido en los últimos dos o tres años con el PRI, el PAN, el PRD y su entenado, Morena. En realidad, el menú no es idéntico: los nuevos engendros políticos superan a sus procreadores. Verlos es suficiente. Y verlos en tiempos electorales es nauseabundo. Y escucharlos después, investidos de Poder, es canceroso. Su despliegue de fuerza es inversamente paralelo a su coeficiente intelectual; los gastos millonarios en prensa, medios de comunicación y propaganda en plásticos contaminantes, corre en sentido directamente proporcional a lo que robarán; sus resultados al final de su gestión sembrarán más desasosiego, y generarán más pobreza. Financiar las campañas políticas con dinero público es el culmen del absurdo. La ecuación electoral mexicana tiene tres versiones: A) “El pueblo paga, el pueblo pierde”. B) “El pueblo financia las elecciones, los políticos roban al pueblo”. C) Kafka es mexicano. Apuesto: la estupidez de los partidos contrincantes le dará el triunfo al PRI.
Resta, antes de las notas insomnes, un renglón: ¿Vale la pena votar?
Notas insomnes. Anton Chéjov: “¿Por qué a Hamlet le obsesionaban tanto las visiones del más allá, cuando nuestra vida real está presa de imágenes mucho más horribles?”
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