La Jornada
IFE: opacidad emblemática
En días recientes el
contralor interno del Instituto Federal Electoral (IFE), Gregorio
Guerrero, ha venido denunciando un supuesto daño patrimonial al
organismo por 124 millones de pesos, en el marco de la compra de un
edificio en el sur de la ciudad de México a un precio muy por encima de
su valor. El señalamiento ha derivado en una abierta confrontación entre
el titular del órgano fiscalizador del IFE y los consejeros
electorales, quienes rechazaron el dictamen en el que se proponía
sancionar al ex director de Administración del organismo, Fernando
Santos. Guerrero, por su parte, ha acusado a los consejeros de
esconder la mugre bajo del tapetey ha anunciado que presentará una denuncia ante la Procuraduría General de la República por estos hechos.
un ahorro–cuando tales recursos tendrían que haber sido devueltos a la Tesorería de la Federación–, lo que dio pie a un choque declarativo con el Poder Legislativo. En noviembre del año pasado la propia contraloría interna del IFE documentó diversas irregularidades en el manejo de los recursos del organismo, entre las que destacaban excedentes de plazas laborales, gastos excesivos y no comprobados en combustible, pagos duplicados de telefonía celular, erogaciones no autorizadas para la renta de inmuebles y automóviles de funcionarios.
La referida cadena de irregularidades pone en perspectiva un patrón de conducta –opaco y presumiblemente ilegal– en el manejo de los recursos ejercidos por el instituto, que resulta doblemente inadmisible si se coteja con el cuestionable desempeño del IFE en su responsabilidad fundamental de organizar procesos electorales equitativos, transparentes y confiables, particularmente durante los dos recientes comicios presidenciales: 2006 y 2012.
A la luz del conjunto de anomalías documentadas por la contraloría general del IFE, lo menos que cabría esperar es una investigación exhaustiva por las autoridades correspondientes y, en caso de que tales pesquisas lleguen a las mismas conclusiones que la instancia fiscalizadora de la institución electoral, ésta tendría que ser sometida a una profunda transformación en sus prácticas y composición. Por lo pronto, los consejeros del órgano electoral, al igual que el resto de los integrantes de la clase política en el país, no tienen motivo alguno para sorprenderse del desprestigio generalizado que arrastran de cara al conjunto de la sociedad.
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