Homozapping
Pacto por México, el “producto milagro”
Jenaro Villamil
En la industria televisiva se llaman “productos milagros” a los infomerciales que inundan la pantalla anunciando lo mismo pastillas para bajar de peso que remedios para los hongos de uña o para mal de riñones; aparatos de tonificación muscular y tenis para corregir hasta las malas posiciones. Todo lo que se pueda adquirir en CV Directo –comercializadora vinculada a las televisoras– es un “producto milagro”. Todo aquello que implique una cultura del menor esfuerzo y del máximo gasto, es un “producto milagro”.
En la política mexicana ya tenemos un
“producto milagro”: el Pacto por México. Promete resolver el hambre,
acabar con los monopolios, reformar la educación, democratizar los
medios, frenar la corrupción, generar empleos, y hasta relanzar al país
como potencia ferrocarrilera, entre otros muchos de sus más de 90
puntos.
El Pacto
por México es una continuación de la estrategia inaugurada por Peña
Nieto en el Estado por México: “te lo firmo y te lo cumplo”. La
diferencia es que no son compromisos firmados ante notario público sino
ante las tres grandes fuerzas partidistas y una extensa burocracia que
llegó al poder con el grupo Atlacomulco.
El Pacto por México,
ideado por Luis Videgaray, negociado por Miguel Angel Osorio Chong,
pretende aterrizar lo mismo las recomendaciones de la OCDE que los
futuros negocios sexenales a partir de la apertura en energéticos,
telecomunicaciones, infraestructura.
De ser una guía de acuerdos y
compromisos entre las dirigencias del PRI, PAN y PRD, firmada el 2 de
diciembre en medio de suspicacias y desencuentros, el Pacto por México
se ha convertido en una camisa de fuerza para los otros dos poderes,
especialmente, para el Legislativo, que se ha convertido en una
oficialía de partes o en una aduana que no revisa y si lo hace, es para
mantener “lo acordado en el Consejo Rector”.
Para los legisladores que están al
margen de los acuerdos, para las corrientes políticas que integran los
partidos, pero no forman parte de las cúpulas firmantes, aunque sean
militantes de los partidos del Pacto, se ha vuelto una entelequia
entender la dinámica del Consejo Rector.
Para la sociedad, el Pacto por México se convierte de manera acelerada en un largo spot, la
construcción imaginaria de un sistema político sin disensos, un cuento
de hadas donde no aparecen ya la realidad sino las buenas intenciones.
El Pacto y su Consejo Rector ha
procesado acuerdos en tres grandes reformas en menos de cuatro meses: la
educativa, la del amparo y recientemente la de telecomunicaciones y
radiodifusión. Faltan muchos otros.
Lo importante no es la reflexión o el
debate sobre estas reformas constitucionales sino el cambio de
percepción. El Pacto por México se convierte así en un vehículo
mercadológico eficaz para vender como logros lo que apenas son el inicio
de modificaciones. El Pacto por México sobrevende así la eficacia del
“nuevo presidencialismo”, tesis central del equipo de Peña Nieto y su
afán de centralizar de nuevo las funciones que los 12 años del panismo
dejaron atrofiadas y sin reformar.
El Pacto por México es un spot eficaz.
Lo vimos en el caso de la reforma educativa. Tras las reformas a los
artículos 3 y 73 de la Constitución, el gobierno federal promovió un spot en
medios electrónicos que se confundió, incluso, con otro financiado por
el SNTE, antes de que destronaran a Elba Esther Gordillo de su reinado
sexenal.
“Con este esfuerzo apoyamos su desarrollo profesional, su estabilidad laboral y su capacitación”, decía la frase del spot dirigido a los maestros y la sociedad en general.
Al mismo tiempo, se publicaron
desplegados en 29 periódicos locales y 4 nacionales para explicar las
bondades de la reforma constitucional.
Cuando apenas comenzaba a procesarse el “milagro”, la PGR detuvo a Elba Esther Gordillo en el aeropuerto de Toluca. La maestra tuvo la osadía de criticar al presidente y al Pacto por México.
La habilidad de los defensores del Pacto
ha generado una percepción de avance, aunque la realidad siga igual o
más complicada: ni el SNTE se ha modernizado tras la detención de su
señora feudal ni el régimen de medios se ha democratizado con las
reformas.
El infomercial del Pacto aún necesita
pasar por la prueba del ácido: el reacomodo real de las reformas y de
los grupos de poder económico y político que pretenden salir
beneficiados.
En cualquiera de los casos, los más
vulnerables son los partidos de oposición. Ya existe un impacto interno en el PAN, acelerado por la derrota del 2012, y en el PRD, alentado por
la exclusión de las otras corrientes y grupos que no comparten la línea
negociadora y seguidista de Los Chuchos. El PRI ya decidió asumir
la cultura de lo que “usted mande señor presidente” y todos los
afectados con el ascenso del grupo Atlacomulco esperan su premio por la
“institucionalidad”.
En los próximos días se vivirá otra
prueba de fuego: la aprobación de la reforma constitucional en
telecomunicaciones en el Senado de la República. Las formas y el fondo
de lo discutido y aprobado en la Cámara de Diputados dejó un mal sabor
de boca para quienes están convencidos que una buena reforma se puede
transformar en una gran trampa política.
Para la sociedad, en general, el Pacto
aún dice poco. Es un “producto milagro” que no ha reducido ni los
índices de violencia, ni la corrupción de las policías, ni la inflación
en el último cuatrimestre, ni la falta de empleos. La diferencia es que
no devuelven el dinero ni el voto.
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