La Jornada
Ilusiones al tope
Luis Linares Zapata
El contagio del
optimismo político resbala hacia amplios sectores del espectro social
interno y hasta del internacional. Las cúpulas partidistas y el gobierno
federal han acelerado sus maniobras, y sus regocijos son apoyados por
un amplio aparato de convencimiento. Como parte sustantiva de la
estrategia, los medios de comunicación han acudido presurosos al
banquete de ilusiones y promesas desatadas a partir de dos apoyos
básicos: una atractiva figura presidencial y el entusiasta
colaboracionismo de las oposiciones. Una tras otra han ido cayendo las
reformas legislativas. Una y otra vez el pacto (llamado por México) ha
guiado la eficacia operativa hasta llegar a suplantar al Congreso. Sus
integrantes, operadores avezados, se mueven con sigilo ya poco
contenido. Los triunfos sobre las fuerzas del mal, personificadas en una
profesora y dos que tres capitostes de la IP, entran a la escena de la
exitosa narrativa oficial.
Lejos han quedado otras dos reformas discutibles por sus prometidos beneficios: la laboral y la educativa. La primera porque, sin duda, está produciendo los efectos buscados en la precarización del factor trabajo. Nocivos daños que ya se hacen sentir en la débil dinámica de un mercado interno con claras tendencias a estancarse o, peor todavía, a decaer. La segunda porque, a medida que avanza, va generando oposiciones que la circunscriben en su pretensión transformadora. Las administraciones estatales simplemente no tienen la voluntad ni el instrumental requerido para encauzar las disidencias magisteriales o para rescatar el tan cotorreado control del proceso educativo. Algunos gobernadores han tenido que absorber las demandas de vastas secciones sindicales movilizadas, reivindicaciones que finalmente no han sido desorbitadas. A pesar de las intensas campañas, orquestadas o no en su contra, los maestros de la CNTE muestran mejores calidades que la acomodaticia y esponjada burocracia del SNTE. En resumidas cuentas, la cortedad de miras con que fue diseñada la reforma, así como las tupidas redes de un sindicalismo atrincherado y corrupto, imponen una inercia que parece irremontable para las habilidades de los actuales conductores federales. El limitado aliento para inducir cambios en la creación de conocimientos y, sobre todo, en sembrar, con decisión, constancia y sabiduría, afanes igualitarios entre los muy desiguales, lastra sus alcances.
El optimismo desbordado que emana desde las cúpulas tiene varias tareas antes de convertirse en algo tangible para el bien de los ciudadanos. La adecuación de la anunciada reforma energética con la hacendaria forma un eslabón imprescindible. Urgen cambios que no se diseñen para dejar entrar el capital externo a zonas sabiamente restringidas por la Constitución, sino para fincar sobre tal ensamble el desarrollo productivo que se demanda. El golpeteo se dará, sobre todo en la dimensión fiscal, si se llevan a cabo las necesarias modificaciones para fortalecer la hacienda pública. Pero el apoyo popular requerido para soportar tales tironeos no se tiene, al menos por ahora. Dar tan vital respaldo por descontado, o basarlo en la labrada imagen de un eficaz constructor de consensos, es irse de bruces ante la dura y candente realidad actual de buena parte de la sociedad. Mientras, la crítica opositora ha subido el tono y la profundidad de sus argumentos para incidir, de variadas maneras, en prevenir contra posibles encontronazos entre los desplantes de poder con la densa realidad.
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