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El síndrome de adicción a la estupidez
Ramiro Padilla Atondo
El diccionario de la lengua española define la estupidez como la torpeza notable para entender las cosas, o estúpido, significa necio, falto de inteligencia.
Estupidizar es un arte, se invierten miles de millones de pesos para ello. Una persona con poco juicio toma decisiones equivocadas. Y el sistema se encarga de que así sea. No se necesita ser muy inteligente para saberlo.
Poner de ejemplo a la televisión ya resulta lugar común, la estupidez, así como el agua tiende a agarrar su cauce sobre todo cuando le dan espacio. Ahora tenemos las redes sociales como ejemplo de la multiplicación de la estupidez. Un gigantesco lavadero donde gente de todas las clases y condiciones sociales refleja una vida que no tiene.
Están las familias felices, que desean a toda costa que el mundo se entere de la absoluta felicidad en la que viven, lo que comen y sobre todo, que los envidien por ser asquerosamente felices.
Están también los revolucionarios de closet que jamás han participado en una marcha, o los derechistas defensores del sistema que acusan de chairo a todo el que no piense como ellos.
La gente estúpida por lo regular aceptará como cierto lo que venga de la tele, publicará necrológicas dándole trato de estadista a “Chespirito” e irá corriendo por la tele que le regala el gobierno con su propio dinero. Votará por el candidato más carita aunque sea uno de los más grandes rateros de la historia.
Pero tenemos que aceptar que es una enfermedad y como tal debemos tratarla. Es una adicción. La gente estúpida en el fondo quiere ser como los actores de las telenovelas, tipos de traje que tienen mucho dinero y se la pasan hablando de sus sentimientos sin nunca hacer nada.
O pueden pensar seriamente en la candidatura de un payaso o un futbolista. También es entendible que la gente estúpida puede vivir en su mundo de fantasía, defendiendo lo indefendible, diciendo que nuestro país es una democracia y que tenemos instituciones funcionales, que nuestro presidente sí se merecía el premio de estadista del año, que el secretario de hacienda es lo mejor que le ha pasado al país, que Carlos Alazraki tiene toda la razón del mundo y que Osorio Chong se equivocó de carrera, que mejor hubiera sido galán de cine.
En realidad, este síndrome se está extendiendo porque ataca precisamente los centros de placer del cerebro. No hay nada como tomarse una selfie diaria, revisar el número de likes y pontificar sobre asuntos que no conoce.
Estudiar e informarse son cosas difíciles, requieren un esfuerzo que no estamos dispuestos a hacer. Mejor mantener el Disneyland state of mind, la vida hedonista, porque aunque el país se caiga a pedazos, nosotros sólo pensamos en la fiesta.
Curarse de este mal sobre todo en nuestro país es extremadamente difícil. Quizá requiera un par de generaciones. El primer tratamiento que se recomienda para al menos mitigar sus efectos es agarrar un libro, informarse por medios alternativos, y sobre todo ser honesto.
Puede haber recaídas, un intenso deseo por ver que está pasando en el “face”, prender la tele para ver a López Dóriga, o en Familia con Chabelo. Tendrá que tener mucha fuerza de voluntad. Si usted puede curarse de este síndrome, sus hijos se lo agradecerán.
(SINEMBARGO.MX)
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