Proceso
Ejército mexicano, víctima de su estratega
JORGE CARRASCO ARAIZAGA
Las celebraciones del Ejército por los 102 años de su creación eran una oportunidad para que su Alto Mando tomara la iniciativa y pusiera el ejemplo a sus hombres en momentos en que están perdiendo la batalla en amplios sectores de la opinión pública nacional.
En lugar de convencer con la verdad y la transparencia para posibilitar la justicia, el general se ha empeñado en hacer del Ejército una víctima, colocándolo en una aparente debilidad.
Cuando habló por la conmemoración de la Marcha de la Lealtad, el 13 de este mes, se refirió a una acción concertada en contra de sus hombres. Dijo que había “quienes quieren separar al Ejército del pueblo”. Pero aclaró que eso era imposible porque bastaba fijarse en la piel de los soldados mexicanos para darse cuenta que son del mismo pueblo.
El color de la piel no dice nada de la cercanía o lejanía de los militares con la gente. Todos aquellos que han sido víctimas de militares desde hace décadas saben que ese argumento es, por lo menos, retórico.
En la lógica de la discordia, el general no dio nombres o perfiló siquiera quienes están detrás de esa supuesta inquina.
Una semana después, este jueves 19, en la conmemoración del Día del Ejército, abundó en la lógica de la victimización. Dijo que se acusa al Ejército sin pruebas serias o sin que se hayan acabado los procesos judiciales, “para tratar de desprestigiarnos y con ello dañar la confianza en nosotros depositada”.
Cienfuegos sabe que se engaña a sí mismo. México es un país en el que los jueces no se han atrevido a investigar la línea de mando para sancionar a los militares culpables de graves violaciones a los derechos humanos.
Y con esa línea discursiva, el secretario quiere dar la vuelta a la batalla por la verdad y el establecimiento de responsabilidades. Es una batalla para la que esta generación de militares no está preparada y mucho menos dispuesta a dar, como ocurrió con los mandos militares que estuvieron al frente de la guerra sucia, en los años 60 y 70 del siglo pasado.
En esa época de ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, torturas y otras violaciones graves de derechos humanos, los militares hablaron de “enemigos de la patria”. Ninguno de los responsables fue castigado, haciendo de la impunidad su principal herencia.
Más de tres décadas después, ante la masacre cometida por militares de presuntos delincuentes civiles en Tlatlaya o las dudas por la actuación del Ejército en la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, el general secretario optó por el discurso de la victimización, luego de un fallido intento de encubrir a sus hombres en el caso de la matanza ocurrida en el Estado de México, en junio del año pasado.
Dice que los militares no han sido ajenos “a las reflexiones” de la sociedad sobre hechos como Tlatlaya y Ayotzinapa. Más que reflexiones son exigencias de que se esclarezca la verdad y se sancione a todos los responsables, no sólo a los militares de más bajo rango.
La victimización sólo exacerba. La respuesta inmediata de quienes apoyan a los familiares de los normalistas fue lanzar piedras y bombas caseras al cuartel de la 35 Zona Militar, en Chilpancingo, tal y como ocurrió en diciembre pasado contra las instalaciones del 41 Batallón de Infantería en Iguala.
La radicalización en Guerrero es un pulso para el Ejército. No es con discurso de víctima como debe responder. Mucho menos la puerta falsa de la represión. Para no dejarse entrampar, el Ejército no tiene más que esclarecer y sancionar donde tenga que sancionar; dar el paso histórico de dejar de encubrir.
A la luz de esas actuaciones, el discurso de la victimización como estrategia afecta más la imagen del Ejército, mina la credibilidad de Alto Mando y ahonda la molestia en contra del gobierno de Peña Nieto, sobre todo cuando éste se empeña en defender lo indefendible al asegurar, como lo dijo este 19 de febrero, que el Ejército mexicano “está por encima de cualquier sospecha o duda”.
Twitter: @jorgecarrascoa
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