La Jornada
Estrategias imperiales
Luis Linares Zapata
A diferencia de la
élite estadunidense que con regularidad ha trabajado en diseños
estratégicos para guiar sus afanes de dominio, la contraparte mexicana
actúa, con regularidad evitable, con una mirada de muy corto plazo y
escasa planeación. Esa ha sido una señalada cortedad de los dirigentes
locales que condiciona, y mucho limita, los alcances y logros de sus
empeños. Casi desde sus inicios como sociedad y república independiente
los estadunidenses se obligaron a otear el horizonte asequible, y
previeron, con detenimiento, los medios para concretarlos. Hay en ello
un entorno de grandeza que no puede ser menospreciado. Las élites
mexicanas, en cambio, palidecieron en sus ambiciones y arrojos, en sus
ensueños y capacidades para llevar a cabo sus propósitos. La desmesura
discursiva ha sido una constante entre los dirigentes nacionales.
Perfilar la mirada abarcadora y los medios suficientes para soportar sus
aventuras y múltiples defensas ha sido una frustrante realidad.
El plan lleva ya en operación varios años. Paso a paso, con la premeditación pertinente, con la constancia requerida para tan crucial empresa, han sido colocadas todas y cada una de las piezas que harán posible el apreciado objetivo: garantizar el suministro energético para la fábrica y el bienestar de la vida cotidiana de los americanos (EU). Los estrategas del norte no han escatimado recursos y las presiones de toda índole se multiplican. Se ha puesto énfasis en el diseño de instrumentos legales que posibiliten exigir cumplimientos precisos y forzosos. También se han dotado de los vericuetos legales que permitirán castigar fallas a lo previamente estipulado. El TLCAN es uno de esos instrumentos y el inminente tratado del Pacífico dará sólido complemento. Una vez firmado por el gobierno este último, el entramado quedará bien instalado. Las inminentes modificaciones al artículo 28 constitucional harán su trabajo programado. Al eliminar la declaratoria de industria estratégica para la seguridad nacional, la petrolera, quedará sujeta, como cualquier otra empresa, a las modalidades suscritas en tan onerosos tratados, la mayoría de cuyos incisos favorecen a la parte estadunidense. Las condicionales impresas en ellos no podrán ser modificadas a conveniencia de alguna de los suscriptores y, de infringirse unilateralmente alguna cláusula, el castigo acarreará masivas penas económicas, en tratándose de petróleo o gas.
La entrega del aceite y el gas será, ya sin duda alguna, total e incondicional. El ánimo de los negociadores del Congreso mexicano ya está emparejado con las directrices trazadas de antemano por los financieros y núcleos del poder central. El precio, las cantidades a producir y vender a que se llegue en los contratos (ya sea de producción compartida o simples concesiones) no será tampoco un inconveniente molesto. Los abogados que en este trajín habrán de participar no se diferencian de aquellos que han firmado otros ignominiosos tratados que la historia local registra. La corrupción, extendido cáncer de la actualidad nacional, que inunda y subyuga todo canal, oficina, funcionariado o grupos de presión, condicionará el destino de tan preciada riqueza. El dispendio consiguiente se irá solidificando en la subasta programada. Los participantes en tan cruento proceso no podrán escapar al juicio que se les vendrá encima. Las consecuencias de ceder, con alegatos infantiles y tramposos, la renta petrolera serán peores que las ocasionadas por la anterior entrega del sistema de pagos a los financieros extranjeros. El saqueo de capitales que hacen los bancos foráneos palidecerá ante lo que harán las poderosas y voraces trasnacionales de la energía.
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