La Jornada
Visita poselectoral
Luis Linares Zapata
A los ganadores toca ahora enfrentar las consecuencias. Se acerca la mera hora de cumplir las siempre fáciles promesas de campaña. Aunque, como ha sucedido, per secula seculorum, algunos de esos personajes harán de lado tan molesto ejercicio y se apoltronarán en sus cargos para disfrutar del confort que acarrea su adquirido cacho de poder. Los más atractivos o novedosos del gran montón y desde una óptica difusiva actual, siguen rotando de un medio a otro, en un carrusel que parece interminable. Cada entrevistador, injertado de irrepetible original en potencia, trata, con celo discursivo, de esquivar los muchos lugares comunes que flotan en el ambiente para, al final, recalar en la repetitiva monotonía. Uno que otro desbalagado por ahí se topará, consciente de ello o no, con la incisiva pregunta que logre inquietar a su entrevistado y logre iluminar un tanto su ruta futura. No más para allá de eso se viene desplegando a partir de la reciente fecha de urnas abiertas, la loca y jocosa carrera de las palabras y sus realidades por determinar.
Una vez distendido el panorama dibujado por los electores, habrá que otear la cruda y terca realidad que lo circunda, apresa y concreta. Tal panorama no será muy distinto al que se presentaba con anterioridad a la contienda. Ahí seguirá el apelotonado segmento social de los excluidos del mercado, que son la mayoría de los ciudadanos de este país. Todos aquellos que logran ingresar el equivalente a cinco salarios mínimos no sentirán que, sus votos y preferencias, les aligeraron sus tribulaciones. Poco, muy poco respaldo encontrarán en las leyes que se están cocinando en las trastiendas del poder. El famoso presupuesto cero, pendiente de aprobación, pero ya encaminado sobre los usuales rieles neoliberales, traerá penares adicionales para este castigado segmento poblacional. La circulación por ese carril, el que va de uno a cinco salarios mínimos, esta por demás congestionado. Salir de las trampas que lo asfixian ha sido lucha permanente aunque, hasta el presente, por demás infructuosa. Imposibilidad que se ancla en las tristes pero usuales cadenas del mercado y en el descaro de las ventajosas agrupaciones empresariales. La defensa del statu quo por los beneficiados de siempre es cerrada, dura. Se llevará, si es preciso, hasta la última gota de sangre vendible.
Es por ello que México destaca, entre los países latinoamericanos, por salarios que aseguran la miserable exclusión de sus destinos y humanidades. En todo el subcontinente se trasluce, a lo cierto, la tendencia a liberarse de tan injusto yugo al que someten a nada más, pero nada menos, que a 80 por ciento de los trabajadores de este país.
Mientras esta densa neblina poselectoral se disipa y permita escuchar los crujidos de la crisis mundial con su terrible recetario oficial, se puede intentar un recorrido inicial por interesantes propuestas. Por ejemplo, el inesperado acomodo político en España ha sembrado el entorno con actores inesperados. Algunos perfeccionan, ahora desde el ayuntamiento madrileño, la práctica efectiva de consulta a la ciudadanía. En ese país de cambios políticos y los ajustes de cuentas se suceden fenómenos de ejemplar observancia. Los hasta hace poco protestantes desamparados y criticados, la carne desechable y el desempleo, prospectos de cárcel por escandalosos y mechudos, son los que, ahora, dibujan salidas emergentes y básicas a la injusta crisis que se les impuso. Diversas personas, asociaciones y sindicatos están proponiendo innovaciones dignas de consideración. Se trata de definir y usar conceptos ya operacionales, como renta básica, renta garantizada de ciudadanía, garantías de rentas, rentas mínimas o trabajo garantizado, para asumirlos como programas integrales de gobierno. Transformarlos en leyes que aseguren, a la población hoy en pobreza, salir de tal penuria. Estos y otros procesos restituyen la esperanza en un mundo mejor.
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