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Peñalandia y la agonía de la estructura priísta
Jorge Canto Alcocer
Nuevamente Peña se quiso hacer al gracioso y, delante de una muy complaciente –y, por supuesto, ampliamente beneficiada- comunidad empresarial de origen libanés, declaró sin ambages que al PRI “le había ido bien en las elecciones” como consecuencia de los “logros económicos” de su “gobierno”.
Nuevamente Peña se quiso hacer al gracioso y, delante de una muy complaciente –y, por supuesto, ampliamente beneficiada- comunidad empresarial de origen libanés, declaró sin ambages que al PRI “le había ido bien en las elecciones” como consecuencia de los “logros económicos” de su “gobierno”.
Peña lo dijo seriamente, y los oligarcas que lo rodeaban le brindaron una cálida ovación. Pero ni siquiera Peña es tan estúpido como para creer sus mentiras, e indudablemente hombres como Carlos Slim tienen la suficiente información y sagacidad como para tomar en serio esos disparates. Esos grandes capitanes de la industria y del comercio saben mejor que el crítico más agudo que la economía mexicana está al borde del colapso, que las circunstancias sociales del país son auténticamente infernales y, además, que el PRI es una pantomima carente de expectativas.
Como a todo lo largo del neoliberalismo —y como todas las naciones neoliberales- México se encuentra desde hace 30 años en una permanente recesión. Algunas cifras por ahí, algunos maquillajes por allá, de repente las remesas, durante algún tiempo el petróleo, etc., interrumpen la estadística del fracaso, pero los análisis económicos en profundidad, aun los más favorables, señalan un crecimiento CERO en estos 30 años, desde que la dupla de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari nos endilgaran el fracasado modelito de marras con el cuento de que era la única opción en un mundo globalizado e interdependiente. Pero todos los indicadores referentes a la calidad de vida —que son los que realmente cuentan en términos de desarrollo humano- señalan un colapso, que sigue profundizándose año con año.
¿Es necesario abundar mucho sobre nuestra situación social? Únicamente un dato: desde que Peña se apoderó de la presidencia han aumentado los crímenes, la represión, la corrupción, las violaciones, los feminicidios, los secuestros, los linchamientos, los robos, la deserción escolar, el embarazo entre niñas y adolescentes… y un interminable etcétera.
Algún ingenuo podría decir, sin embargo, dados los resultados electorales del pasado 7 de junio, que efectivamente al PRI y a sus satélites le fue bien. Pero un análisis de las cifras oficiales nos demuestra lo contrario: pese a que la participación de la gente bajó más de diez puntos, la votación favorable al PRI disminuyó en términos reales y proporcionales, y, en el caso de las grandes ciudades, simplemente colapsó.
Recordemos que el PRI es el único partido con una estructura nacional, integrada por cerca de cinco millones de militantes, burócratas, jefes y jefas de manzana, beneficiarios de programas sociales, miembros de sindicatos corporativos y demás. Son cinco millones de personas que, como me aseguró personalmente un profesionista bien posicionado en la burocracia estatal de Yucatán, votarían y harían proselitismo “hasta por un perro”. Cinco millones de personas que cuidan el “hueso” —grande, mediano o pequeño-, que se mueven por el “prestigio” de distribuir despensas, apoyos y dinero entre nuestros compatriotas más jodidos, que siguen siendo priístas, porque así lo fueron sus abuelos, sus padres y toda su parentela. Cinco millones de personas cuyo máximo objetivo durante los tres o cuatro meses de pre-campaña y campaña es asegurar el mayor número de votos a favor de sus candidatos.
¿Y qué resultados brindó esta estructura el pasado 7 de junio? Veamos: según los datos del INE, el PRI obtuvo poco más de once millones seiscientos mil votos… o sea, que la mítica y amenazadora estructura únicamente rindió a razón de… un voto adicional por cada miembro. En números reales, el PRI perdió más de cuatro millones de votos, lo que lo hundió por debajo del umbral del 30 por ciento a nivel nacional. Aún con la ayuda del Verde y del PANAL, la coalición gobernante tuvo una sangría de más de cinco millones de votos respecto al 2012. Porcentualmente su caída fue apenas de tres puntos, dada la disminución de la participación ciudadana al tratarse de elecciones intermedias. Ello, y la injusta ley que impulsa la sobrerrepresentación, le permiten a Peña mantener una mayoría simple, cada vez más dependiente de sus satélites.
Las expectativas para el PRI se agravan si ponemos el acento en el voto de las ciudades. De las diez urbes más grandes del país, el PRI únicamente obtuvo triunfos por estrecho margen en Ecatepec —la urbe más violenta del Valle Central, capital nacional del secuestro y del feminicidio— y Ciudad Juárez —ciudad con el menor índice de participación ciudadana en todo México-. En el Distrito Federal, pese a algunos triunfos provocados por la escisión de la izquierda —escisión que no continuará, pues el PRD ya entró en extinción al tiempo de la expansión de MORENA-, el PRI apenas y rebasó el 10% de los sufragios, en tanto que en León, Tijuana, Puebla y Nezahualcóyotl con trabajo rebasó el 15%, y en Guadalajara, Zapopan y Nuevo León captó muy poco más del 20%. Así, en el conjunto de las grandes concentraciones urbanas, que reúnen a casi la mitad del electorado, el PRI obtuvo el 18.2% de los votos.
Peña celebra su imaginario triunfo, mientras la oligarquía palmotea simulando alegría. Pero seguramente habrá mucha preocupación entre los plutócratas, pues sus opciones de derecha e “izquierda” también están desfondadas: el PAN perdió cuatro millones y medio de votos y casi 5 puntos porcentuales; el PRD colaboracionista perdió casi cinco millones de sufragios y ocho puntos. Algo intentarán para salvar sus lucrativos negocios, eso, que no nos quepa duda
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