¡¡Exijamos lo Imposible!!
Proceso
#1Dmx: Vándalos vs violentos
MÉXICO, D.F. (Proceso).- “Una peste sobre ambas casas”, exclama
Mercutio tres veces en Romeo y Julieta antes de morir. Maldice así a las
familias cuya rivalidad lleva a su ruina. Y ese sentimiento de rechazo a
ambos bandos también lo produce lo ocurrido el 1 de diciembre. También
lo inspira la violencia que acompaña la toma de posesión de Enrique Peña
Nieto. El enfrentamiento buscado que engendra la violencia condenable.
La confrontación orquestada que incita los peores instintos. Vándalos
contra violentos. Estudiantes contra policías. Anarcopunks contra
granaderos. Perredistas contra priistas. Mexicanos contra mexicanos.
Usando la violencia para cambiar la realidad y ensangrentándola.
Condenables unos y otros.
#1DMX representa mucho de aquello que no
funciona. Se ha convertido en un microcosmos de lo que el país no ha
logrado resolver. La ausencia del estado de derecho y la dificultad para
lograr su aplicación; estudiantes encapuchados que provocan la
violencia y policías agresivos que la exacerban; muchachos que quieren
actuar al margen de la ley y que –al mismo tiempo– padecen su uso
discrecional. #1DMX es ése México repleto de contradicciones. Donde se
exige la mano dura para quienes rompen vidrios pero no para quienes se
enriquecen ilícitamente. 14 encarcelados en una prisión, y Arturo
Montiel –como siempre– vacacionando en una montaña nevada. Decenas de
personas acusadas de violentar la paz pública, y políticos impunes a
quienes el gobierno ni siquiera ha investigado. La ley del pueblo y la
ley contra el pueblo.
La intención detrás de las órdenes
policiales dadas ese día es clara; el objetivo es transparente. Se trata
de mostrarle al país lo que ocurriría – supuestamente– si la izquierda
lo gobernara. Se trata de enseñar a los mexicanos todo aquello que
–supuestamente– deberían temer. De ligar a Andrés Manuel López Obrador y
#YoSoy132 con los porros y los anarcopunks y los vándalos. Los abogados
del orden evidenciando a los promotores del desorden. Quienes quieren
manipular el miedo provocando a quienes lo producen. Quienes se dicen
los defensores de la “mano firme” creando oportunidades para usar la
mano dura. Vinculando a AMLO y #YoSoy132 con las pedradas y las
barricadas. Distorsionando la información para aprovecharse
políticamente de ella.
Todo eso es cierto. Todo eso es innegable.
Todo eso es condenable. Pero todo eso no justifica el comportamiento de
los vándalos y quienes se sumaron a su causa. Pero todo eso no justifica
los vidrios rotos y los policías golpeados. Los puños empuñados y los
granaderos agredidos. Los comercios destrozados y los ventanales
despedazados. La frustración legítima desembocando en métodos que no lo
son. El argumento de que los fines justicieros avalan los métodos
antidemocráticos. El resentimiento que todo lo absuelve. Los excesos
aplaudidos ante los reclamos desatendidos. La violencia redentora que en
realidad no lo es. La convicción de que una causa buena sanciona los
métodos malos. Ese viejo desfase entre justicia y ley, haciéndose
presente una y otra vez. El 1 de diciembre y más allá de allí.
Pero
México no debe creer que la violencia de los desesperados es
aplaudible. Pero México no debe pensar que la violencia de los
vinculados con #YoSoy132 es aceptable. La violencia –escribe Hannah
Arendt–, como cualquier otra acción, cambia al mundo, pero lo hace para
mal. Crea vencedores y vencidos, triunfadores y resentidos. Crea heridas
profundas que tardarán mucho tiempo en cicatrizar. Produce sociedades
que empuñan el odio en lugar de promover el diálogo. Produce sociedades
divididas, llenas de ciudadanos que no pueden reconocer la humanidad
esencial de quienes caminan a su lado.
Y por ello mismo, la
violencia promovida por y desde el gobierno es algo que ningún mexicano
debe aceptar. Que ningún mexicano debe exigir. Que ningún medio de
comunicación debe fomentar. Que ningún político de cualquier partido
debe justificar. Porque la violencia estatal es una confesión de
fracaso, una admisión de incompetencia. Demostrada allí en los golpes de
las macanas. En los inocentes agredidos y aprehendidos. En la
agresividad desmedida de los policías. En las personas injustamente
arrestadas y encarceladas durante días. En ejemplo tras ejemplo de
fuerzas públicas que imponen el orden violando la ley. Evidenciando a
autoridades que no saben comportarse como tales. Evidenciando al Estado
que existe para impedir la ley de la selva pero que se vuelve promotor
de ella. Porque el Estado tiene el monopolio legítimo de la violencia,
pero debe usarla con responsabilidad, con proporcionalidad. Con apego a
la ley, y no con macanazos por encima de ella. Dentro de los límites que
marca la Constitución, y no con toletazos que la mancillan.
Y
medios que padecen el mismo mal, que actúan de la misma mala manera.
Erigiéndose en inquisidores; actuando como fiscales; acusando en vez de
informar. Promoviendo el pleito en vez de contribuir a su desactivación.
Aplaudiendo la violencia policial en vez de criticar su uso. Imagen
tras imagen que apila el amarillismo y alimenta la estridencia. Medios
que se han convertido en parte del problema y no en parte de la solución
al depositar toda la culpa de la violencia en los jóvenes. Porque en
lugar del análisis responsable han contribuido a la polarización
lamentable. Porque en lugar de calmar los ánimos han ayudado a
crisparlos. Sumándose al aplauso colectivo ante la costumbre de ojo por
ojo, diente por diente.
Esa costumbre que el país debe desterrar.
Erradicar. Condenar en ambos bandos enfrentados ese día. Porque cada
petardo disparado, cada tolete empuñado, cada bolero hostigado, cada
hombre pateado, cada policía agredido es una afrenta. Algo que el país
entero debe reclamar; algo que todo panista y todo perredista y todo
priista debe denunciar; algo que todo ciudadano debe parar. Porque nada
que valga la pena ha sido construido sobre los cimientos de la
violencia. Y la violencia –como apuntó Emerson– no es poder, sino la
ausencia de poder. Es la ausencia de aquello que permite mirar a los
ojos de otro mexicano y reconocerse en él.
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