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Zedillo-Calderón: complicidades
Francisco Rodríguez
Francisco Rodríguez
Indice Político
Complaciente, solícita, siempre llena de celo, / quería hacer de todos y cada uno un amigo fiel, / y se creía querida porque ella los amaba...
Florian
Florian
ES MUY RARO que, en política, quienes fueron adversarios lleguen a amistarse. Más extraño, todavía, que coincidan en lo que, en apariencia, anteriormente fueron divergentes. Pero, por lo recién visto, esas rarezas pueden darse, aspirando el límpido aire de los Alpes suizos.
Otrora contrincantes, uno en el paraíso, en el infierno el otro, según sus propios dichos, los señores Felipe Calderón y Ernesto Zedillo acaban de brindarnos una muy celebrada muestra de reconciliación, si es que en serio alguna vez estuvieron en bandos contrarios.
Dupla infernal, Zedillo y Calderón van ahora juntos por la instauración de un FOBAPROA mundial que, cual sucedió aquí, beneficie otra vez a los poderosos y hunda aún más a “los jodidos”.
Apenas ayer, en su primera plana, el diario La Jornada hacía un somero recuento de daños: “El FOBAPROA representa a precios actuales $2 billones 577 mil millones... El costo lo pagarán los contribuyentes durante 30 años... Quiebra de la banca en 95 llevó al país a la peor caída en 60 años... El número de pobres aumentó de 94 al 96 en 20 millones... Sólo 4 de cada $100 fueron en apoyo a pequeños ahorradores... Entidades saneadas con dinero público, vendidas a particulares... En un año, los intereses suman 30 mil millones de pesos...”
Imagínese usted lo que el destino nos depara si es que la propuesta de ambos personajes llegara a ser realidad. Sobre nuestras espaldas recaerían dos FOBAPROAS. Uno doméstico. Otro mundial. Atrapados y sin salida, pues.
¿Habla en serio el señor Calderón? Las palabras no son inocentes y la retórica pública de nuestros representantes exige de ellos un cuidado exquisito, sabiendo qué hay detrás de cada voz, qué historia acarrea el léxico que emplean, qué concepto y qué acepciones incorpora.
Porque este Calderón de los Alpes es muy distinto a aquél que, en vísperas del fatídico 12 de diciembre de 1988 —cuando La Morenita no se apiadó de nosotros y se aprobó que la deuda de los banqueros se convirtiera en deuda de todos los mexicanos—, clamaba textualmente: “Como mexicano, hasta el límite de mis fuerzas me opondré a que yo o mis hijos paguemos un solo centavo de ese dinero”. Pero desfalleció o, de plano, mintió.
Encabezaba Calderón al PAN. La posición de los blanquiazules, en voz de Carlos Medina Plascencia, sostenía cual “inaceptable” el convertir a deuda soberana “es decir, a deuda pública directa a cargo de la población, la cantidad de 552 mil 300 millones de pesos más accesorios, que significaría una carga extraordinaria para el pueblo de México, en contravención a la Constitución y a las leyes.”
Y más aún. Decían entonces los panistas –“en el paraíso” de la oposición— que “la propuesta del Ejecutivo (Zedillo) conduce a maximizar los costos fiscales para la sociedad, sin resolver a fondo el sistema de incentivos perversos que ha generado el rescate del sistema bancario por parte del FOBAPROA... la iniciativa en su conjunto tampoco ha resuelto los problemas de los pequeños deudores, de quienes solicitaron de buena fe un crédito para su vivienda como para financiar sus cosechas o para mejorar su condición productiva.”
Desde “el infierno”, en noviembre de 1998, Zedillo apretó aparentemente a Calderón. Y éste fue cediendo, al poner dos condiciones para que los panistas aprobaran lo que, sin duda, fue el asalto del siglo XX a la población mexicana: la renuncia de Guillermo Ortiz a la gubernatura del Banco de México y la penalización del multimillonario atraco, esto es, empresarios y banqueros.
Ninguna de esas condiciones cumplió Zedillo a Calderón. Lo dejó “colgado de la brocha”.
Años después, esos atracadores financiarían su campaña electoral...
La amistad en política, enseñaban los viejos políticos del cinismo, se sublima en complicidad.
Indice flamígero: “Dólares sintéticos”. Así se denominaron al final del sexenio de Carlos Salinas de Gortari a los depósitos en moneda estadounidense que nunca existieron. Cuando el cuenta-habiente llegaba a la ventanilla a retirarlos, le decían que no existían. Le daban pesos. Así, desde noviembre, comenzó “el error de diciembre” de 1994. Súmele a ello que en los doce meses de ese año, las reservas de Banco de México se desplomaron de 25 mil millones de dólares a 4 mil millones. Y la cereza del pastel: en tan sólo cinco horas, entre las 11 de la noche del 18 de y las 4 de la mañana del 19 de diciembre, tras ser informados por Jaime Serra Puche, los cresos de México recurrieron de inmediato al mercado de valores de Japón, para colocar sus inversiones en dólares.
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