sábado, 20 de diciembre de 2014

Guerra brutal contra el sector campesino

¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!
Sin margen para un ligero optimismo
Guillermo Fabela Quiñones

Apuntes

Se nos acaba 2014, un año para olvidar por tanta desgracia para los mexicanos de a pie, pero que no debemos olvidar nunca porque marcó el inicio del despertar de la sociedad de su letargo, luego de la masacre en Iguala y de la confirmación del total desinterés de la clase política por enfrentar en serio las causas de la terrible descomposición social que caracteriza a nuestro país. Finaliza el primer tercio del sexenio, con una crisis generalizada de la que los principales responsables no se han enterado, ya que se consideran ajenos a la dramática realidad en que sobrevivimos más de dos terceras partes de ciudadanos.

Los indicios para el año 2015 no propician un margen para tener un poco de optimismo sobre el futuro, sino todo lo contrario. Todo marcha mal para el régimen que nominalmente encabeza Enrique Peña Nieto, aunque la oligarquía considere que sus intereses no serán afectados, no obstante la caída de los precios internacionales del petróleo, del peso y de la confianza de las mayorías en la capacidad de liderazgo de la camarilla en el poder, servilmente al servicio de los poderes fácticos. Tienen razón, desde luego, porque las consecuencias del agravamiento de la crisis recaerán en las clases mayoritarias.

Según un análisis del grupo Standard & Poor`s (S&P), ambos factores serán decisivos para que el gobierno federal pueda enfrentar los problemas que se avecinan, pues la corrupción y la inseguridad siguen siendo los principales factores que inciden en la contracción de las inversiones productivas. Los sucesos en Guerrero, particularmente la masacre de los normalistas de Ayotzinapa, es un episodio que ha impactado la confianza en el gobierno de Peña Nieto, como lo estima S&P: “En nuestra opinión, la menor popularidad del gobierno derivada de esto (los crímenes en Iguala) podría afectar marginalmente su capacidad de implementar su agenda de política económica”.

Podría asegurarse que aunque no hubiera ocurrido el abominable crimen en Iguala, las posibilidades del régimen de seguir actuando bajo el marco del modelo neoliberal son muy escasas. Continuar por esa ruta sólo conducirá a un colapso más tempranero, sobre todo si la corrupción en las altas esferas del poder sigue su curso inalterable que favorece la impunidad. Y todo hace suponer que así será, porque la alta burocracia actúa como si el país viviera en jauja y los problemas que enfrenta no tuvieran importancia, al menos para sus integrantes y para la oligarquía, siempre beneficiada, y mucho más cuando el país enfrenta condiciones de crisis social y económica, aunque no de las proporciones de la actual.

El fondo de la problemática que enfrentamos no es la prevalencia del crimen organizado, como nos lo quiere hacer creer el gobierno, sino un modelo económico que propicia una corrupción de grandes alcances que sólo beneficia a una minoría y perjudica a la sociedad mayoritaria. Por eso, mientras se mantenga esta ecuación, negativa para el pueblo pero muy favorable para la élite oligárquica, las cosas seguirán el mismo rumbo seguido desde hace tres décadas. Para que la política económica sea favorable al país, no sólo a una minoría insaciable, es necesaria la organización de las clases mayoritarias, tal como lo están demostrando los campesinos y trabajadores de los estados más pobres del país, como Oaxaca, Guerrero y, en menor medida, Chiapas. Michoacán no es una entidad pobre, sino todo lo contrario, pero su problemática es similar porque la violencia tiene el signo de la descomposición social derivada de la corrupción en muy alta escala.

La oligarquía se opone con todas sus fuerzas a que se cambie el modelo económico, como lo reflejan múltiples hechos. Por ejemplo, el dirigente de la Concanaco, Enrique Solana Sentíes, demandó el jueves que el gobierno federal, en vez de apoyar a las organizaciones sociales campesinas, destine esos recursos a programas de apoyo a los empresarios del agro, porque los recursos al campo son como tirarlos “a un hoyo negro”. Señaló que el campo sólo genera 4 por ciento del PIB, lo que es cierto, pero no explicó que ello se debe a la guerra brutal contra el sector social campesino, antes tan productivo que en vez de importar alimentos básicos los exportábamos. Seguir por esa ruta antisocial, sólo acelerará la hecatombe que se vislumbra cada vez más cercana.

(guillermo.favela@hotmail.com)

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