¡¡Exijamos lo Imposible!!
Chávez, el mediático
MÉXICO, D.F. (apro).- Una auténtica conmoción global ha provocado la
muerte de Hugo Chávez. No por esperado, ante un cáncer agresivo y
súbito, el fallecimiento del mandatario venezolano ha dejado de
sorprender a detractores y simpatizantes. La muerte del polémico
comandante generó una ola de solidaridad como no se había visto en
décadas ante el deceso de un mandatario latinoamericano.
Desde
Barak Obama, gobernante del “imperio”, que expresó sus deseos para tener
una “relación constructiva” con Venezuela, hasta su contendiente en los
comicios de 2012, Hugo Capriles, todos los llamados desde el exterior y
al interior de la nación sudamericana fueron a la reconciliación y a la
tolerancia.
La mayoría de los presidentes latinoamericanos
expresaron el reconocimiento a su liderazgo. Cristina Fernández, de
Argentina, decretó tres días de duelo. Dilma Roussef, de Brasil, afirmó
que la muerte de Chávez “entristece a todos los latinoamericanos”. Y
hasta Sebastián Piñeira, de Chile, en las antípodas de Chávez, admitió
que a pesar de sus diferencias “siempre supe apreciar la fuerza y
compromiso con que el presidente Chávez luchaba por sus ideas”. Lula, el
otro líder latinoamericano coincidente con el chavismo, expresó su
“profunda tristeza”.
Chávez coleccionó epítetos. Fue acusado de
“golpista”, “dictador”, “caudillo avasallador”, populista, redentor y
toda la serie de adjetivos lanzados desde las distintas tribunas
mediáticas por sus opositores de dentro y fuera de Venezuela. Sus
adversarios fueron sus mejores propagandistas. Chávez se convirtió en
los últimos 14 años en un punto de referencia para lo mejor y lo peor de
las campañas ideológicas lanzadas en el mundo latinoamericano.
En
México, la derecha panista y empresarial utilizó la figura de Hugo
Chávez para una de las peores campañas de pánico moral en contra de uno
de los contendientes de las elecciones presidenciales de 2006. Sembrar
el miedo, polarizar, estigmatizar fue el objetivo de aquella guerra
sucia de 2006 que señaló a Andrés Manuel López Obrador como “un peligro
para México” porque realizaría lo mismo que Chávez en Venezuela.
Nunca
supieron explicar muy bien esos detractores de Chávez por qué si eran
tan “peligroso” el presidente venezolano ganó cuatro elecciones, venció
un golpe de Estado desde la derecha, en el 2002, una huelga petrolera en
2003, y se expuso a un referéndum revocatorio. Tampoco supieron
explicar por qué Chávez tenía tanto apoyo social, a pesar de que su
régimen era muy distinto a las dictaduras militares al estilo Pinochet o
Francisco Franco.
En las campañas de odio contra Chávez se
mezclaron tanto los resabios racistas y clasistas de una oligarquía
blanca y criolla que llevó a Venezuela al desastre político y económico
antes del ascenso de aquel coronel que se rebeló en 1992, como la furia
de la ortodoxia neoliberal y tecnocrática que vio en la permanencia del
chavismo un contrapeso al consenso de Washington en favor de un mercado
libre latinoamericano dominado por las privatizaciones y el
debilitamiento de las soberanías regionales a nombre de la
“globalización”.
Chávez supo aprovechar esa polarización inducida
para su provecho. Se convirtió en una mezcla de propagandista,
‘teleevangelizador’, profesor (no en balde, fue hijo de dos maestros de
primaria) y provocador desde la pantalla televisiva. A través de su
programa dominical Aló, presidente, el venezolano lo mismo cantaba
boleros mexicanos que anunciaba medidas de gobierno y desafiaba a Bush o
a Obama.
Se acusó a Chávez de ser un enemigo de la libertad de
expresión pero, en realidad, siempre coexistió con una poderosa
oposición mediática que no guardaba críticas hacia la República
Bolivariana. Incluso, aún después de la abierta posición golpista de los
dueños de los medios que se sintieron amenazados en sus privilegios.
Chávez
era un provocador nato. Lo mismo exasperó al monarca español que al
inefable Vicente Fox, otro provocador que desperdició sus liderazgos
ante la ineficacia y la corrupción de su entorno. Sus bravatas no
siempre eran acompañadas de medidas concretas. Un analista
norteamericano lo describió bien: “Hay que hacerle caso a las acciones y
no sólo a las palabras de Chávez”.
El líder venezolano supo
construir la imagen de un rebelde con causa, aunque era más pragmático
de lo que él mismo reconocía. Su estilo conectó con la mayoría de los
habitantes de una nación que durante décadas vio cómo una minoría se
repartía el poder. Con esa misma intuición impulsó un modelo de sociedad
latinoamericana alterno al modelo del FMI y no ocultó su alineamiento
claro con el régimen de los Castro en Cuba.
Chávez sabía de la
importancia de los medios masivos. Impulsó el modelo de Telesur que
siempre generó fobias en aquellos países dominados por las concesiones
privadas de televisión. El gran desafío de Telesur será convertirse en
una opción de información más allá del chavismo.
El liderazgo
mediático de Chávez no fue un montaje ni el resultado de un convenio
publicitario, como ha ocurrido en otros países, incluyendo a México. Fue
el resultado de su circunstancia y de su convicción. Cometió excesos.
Centralizó los mensajes. Personalizó en demasía el modelo bolivariano
que promovió.
Con su muerte, el mensaje y el mensajero entran a un nuevo desafío.
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