¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!
Peña Nieto, sepulturero de la Carta Magna
Gilberto Balam Pereira
El desmantelamiento de la Constitución
Se dice que no hay verdades absolutas. Pero en el quehacer periodístico
pocas veces nos encontramos con la negación de esa afirmación relativa.
¿Quién podría estar en desacuerdo, por ejemplo, con lo expresado por
nuestro gran amigo Arnaldo Córdova, quien antes de salir de vacaciones
nos dejó un legado de Noche Buena? No digo “navideño” porque no soy
creyente de los mitos religiosos. Perdón.
Ese legado ocupa un especial espacio en la colaboración de hoy.
Arnaldo comienza diciendo que: “Enrique Peña Nieto es el sepulturero de la Constitución de 1917”.
“La Constitución está moribunda –agrega. Ese pacto social y político que
encarnaba no existe ya. Lo que hoy tenemos es una oligarquía convertida
en sistema dominante”.
Entonces Arnaldo, tenemos hoy el gobierno de los ricos más ricos y el
dominio absoluto del dinero con sus secuelas de corrupción, dilapidación
y desperdicio que es propio de los regímenes plutocráticos.
Por supuesto que estamos de acuerdo en que ese PACTO fue signado por los
ciudadanos integrantes de la sociedad en general, con el carácter de
permanente pero modificable con aportaciones que enriquezcan el
contenido hechas por el pueblo para el bienestar colectivo de todos los
mexicanos como lo denomina el artículo 27.
El objetivo de la Constitución fue y es: “dictar un PACTO que permita y
procure al pueblo la protección y la defensa de sus derechos frente a la
opresión del mal gobierno”.
Vale la pena insistir un poco más:
“La Constitución es el PACTO PROTECTOR de las instituciones del pueblo y
puede ser modificada en su letra y en su texto, pero no puede ser
cambiada en sus institutos protectores, como la distinción que ella hace
entre el pueblo de los ciudadanos y la nación de los mexicanos, el
principio de la división de poderes (división que por hoy no existe), la
definición del patrimonio nacional, el sistema de los derechos humanos y
el sistema democrático de designación de los funcionarios y
representantes del Estado” (Sufragio Efectivo, no Reelección)”.
Pero lamentablemente, Arnaldo, cambiar los términos de ese entramado
garante y protector es cambiar el pacto mismo o dejarlo sin ninguna
razón de ser.
El testarudo gobierno parece no entender que el poder del Estado está
para servir a todos y no puede ejercerse para favorecer a unos cuantos o
ponerse al servicio de grupos privados. La Constitución garantiza la
existencia de los trabajadores asalariados que forman la inmensa mayoría
de la población a través de las instituciones protectoras del artículo
123.
Pues todo ese armazón de instituciones fundadoras y protectoras ha sido
desmantelado y abolido por el conjunto de reformas anticonstitucionales
que el gobierno de Peña Nieto ha hecho aprobar dictatorialmente en el
Congreso. Los diputados son así –digo– cómplices, alcahuetes,
instrumentos para el uso y servicio de los intereses del Poder Ejecutivo
que ni siquiera tuvieron el mínimo interés de enterarse de las torpes
contradicciones de las resoluciones que los senadores añadieron a la
iniciativa peñanietista. Todas ellas (las resoluciones) han estado
dirigidas a destruir el antiguo pacto de la nación mexicana. Sus
instituciones fundamentales ya no serán las mismas. México ahora es ya
otro país, otra cosa más empequeñecida como se ha propuesto lograr la
oligarquía neoliberal enemiga de los mexicanos.
Arnaldo destaca en su legado, además, que “el hecho esencial de que
todos los principios de la convivencia social a los que daba lugar el
pacto, están siendo subvertidos para anular los derechos y las
prerrogativas de los más amplios sectores de la población mexicana”.
Por tal razón, repito, ya no podremos hablar de un régimen popular y
social de derechos y garantías, sino tan sólo de un nuevo régimen en el
que se reinstituyen antiguos privilegios de grupos elitistas que ahora
vienen a sustituir a las mayorías, a cuyos intereses servía el antiguo
pacto.
México ha dejado de ser el país plurisectorial y pluriclasista que era
antes, para volverse el nuevo país de los dueños de la riqueza y del
poder.
El pacto fundador del Estado mexicano del siglo XX (Carta Magna) está
moribundo, en fase terminal, ni llevándolo a terapia intensiva se
salvará. Será, en adelante, un factor de desestabilización social y de
desequilibrios que nadie sabe en qué pueden parar. Recordemos que lo
social y lo político son imprevisibles por innumerables contingencias
que podrían presentarse, digo además.
Las antiguas riquezas de Pemex y de la CFE que se buscaba preservar para
todos los mexicanos ahora serán pasto de la avaricia y la sed de lucro
de los privados, en especial trasnacionales. México como país soberano
ha cesado de existir.
A menos de 24 horas de que EPN declaró en el extranjero la aprobación de
su mortífera reforma energética, todos los obreros subcontratados
(transitorios) de Pemex en Ciudad del Carmen, Campeche, fueron
despedidos, a unas horas del “buen fin” y en plenos días decembrinos,
mientras los dictatoriales alcahuetes –legisladores y poderes fácticos–
de Peña Nieto se disponen a hacer ostentación de derroche, de toda clase
de lujos y excesos para el gran festejo de la noche “cristiana” del día
24.
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