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¿Qué significa PEMEX para México?
Rafael de la Garza Talavera
Los ingresos que el país recibe de PEMEX son la columna vertebral
del gasto público, para bien o para mal. Renunciar a ellos empobrecerá
al estado y sobre todo a la sociedad en su conjunto, lo que seguramente
redundará en mayor pobreza y desigualdad en el tejido social.
Una de las imágenes que la mayoría de los
habitantes de México lleva como marca de nacimiento -al igual que las
gestas, convertidas en leyendas, de Cuauhtémoc o de Benito Juárez- es
sin duda la expropiación petrolera en 1938. Los videos que muestran la
manera en que niños y adultos, trabajadores, burócratas, maestros y amas
de casa, acudieron al zócalo para donar ahorros, joyas y hasta gallinas
para apoyarla, forman parte del imaginario colectivo que hoy está en
peligro de muerte. La venta de lo que queda de PEMEX representa la
decapitación definitiva de lo que en tiempos del cardenismo le dio a la
nación, por primera y única vez en el siglo XX, una razón de ser, un
proyecto nacional.
Podemos disentir y criticar de ese proyecto
nacional pero difícilmente podríamos ignorarlo, sobre todo en una
coyuntura marcada por la necesidad de reconfigurar un nuevo proyecto
nacional. La lucha por redefinir el rumbo se debate entre una visión que
recuerda claramente las razones de los conservadores en el siglo XIX
-sobre todo en la primera mitad- que descalificaban todo lo que no
tuviera que ver con la religión católica y la monarquía española; y la
visión que se cocina lenta pero inexorablemente en las montañas del
sureste mexicano, en las luchas de campesinos e indígenas por la defensa
de los recursos naturales y de todas las que se resisten a dejar de
imaginar un mundo diferente.
Al igual que los conservadores decimonónicos, los
que hoy defienden la venta de PEMEX argumentan que es la única manera de
fortalecer la nación, ya que dicha acción le abrirá automáticamente las
puertas del paraíso para convertirla en una nación fuerte, plenamente
moderna, ajena finalmente a los lastres de visiones retrógradas y
nacionalistas. Al igual que esos que fueron a Europa para ofrecerle el
trono a Maximiliano para mantener la unidad nacional amenazada por los
federalistas, los de ahora no conciben la posibilidad de que l@s
mexican@s puedan definir y gobernar su destino. Nuestra burguesía
nacional, insegura y parasitaria, no puede imaginar otro camino que
inclinarse ante un proyecto que considera poderoso y sobre todo
civilizado, descalificando todo lo demás.
En este sentido, lo que está en el fondo de la
polémica relativa a la venta de PEMEX es precisamente la posibilidad de
establecer un proyecto nacional que, sin caer en el racismo y la
xenofobia, le de sentido a la vida de millones de seres humanos que
llevan en su fuero interno esas imágenes fundacionales de su identidad
colectiva y que las consideran parte de su cultura y su historia. Vender
PEMEX es mucho más que una simple política económica o un modelo
económico; mas bien es la renuncia a mantener con vida la esperanza de
que los habitantes de México puedan elegir su destino. Al acabar con
semejante esperanza el camino para la dominación y la explotación
quedará libre de obstáculos. No importa que sean migajas lo que sus
promotores reciban a cambio; esas migajas les permitirá renovar su
dominación y ocultar su sometimiento al capital internacional, aunque
sea a medias. Para los que no se traguen la píldora estará siempre lista
la represión, la cárcel o la muerte. Serán estigmatizados como los
enemigos del desarrollo, de la modernidad, del progreso de México.
Quedarán fuera de la historia, de su historia.
Se podría argumentar que PEMEX ha sido vendido
desde hace años y que no hay nada que defender, mucho menos si algunos
de los integrantes de la mafia política se beneficien con su defensa.
Defender PEMEX sería en realidad engordarle el caldo a los nacionalistas
y populistas, retrasando el reloj de la historia a los años del
corporativismo antidemocrático. Pero entonces surge la pregunta: ¿Por
qué todos los partidos políticos y sus dirigentes están tan empecinados
en ello? ¿Por qué el presidente concede gubernaturas y diputaciones para
mantener la unidad del congreso? Si ya no ha nada que vender ¿para que
tanto brinco? En realidad, si se asume que PEMEX es un símbolo de la
identidad nacional sobre el que descansa la idea de que es posible
definir un camino propio para mantener con vida una nación y una
cultura, la cosa cambia y cobra visos de ser una batalla por la
supervivencia de la identidad y la cultura nacional. Y eso lo saben muy
bien tanto Peña como el FMI y la OCDE. No en balde se la pasan
repitiendo una y otra vez que las reformas estructurales son necesarias
para impulsar el desarrollo de México.
Los ingresos que el país recibe de PEMEX son la
columna vertebral del gasto público, para bien o para mal. Renunciar a
ellos empobrecerá al estado y sobre todo a la sociedad en su conjunto,
lo que seguramente redundará en mayor pobreza y desigualdad en el tejido
social. La polémica estriba entonces no sólo en oponerse a la venta de
PEMEX sino además en empezar a configurar un nuevo acuerdo nacional,
nuevas reglas del juego, que partan del principio general de que todos
los habitantes de México tienen el derecho y la obligación de hacerlo.
De que todos tienen derecho a una cultura y una historia.
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