¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!
Sin estrategia efectiva
Ricardo Monreal Avila
En diciembre de 2006, Felipe Calderón lanzó su guerra contra las drogas.
Eligió Michoacán como escenario, portando un traje militar de campaña
verde olivo, que lució tan grande y tan fuera de lugar que quedó como
icono de la naturaleza experimental, improvisada y fallida de aquella
aventura sangrienta y dolorosa que aún no termina.
Siete
años después de aquella impronta, Michoacán está en una situación peor
de inseguridad: regiones completas del estado bajo control de bandas
criminales (Familia Michoacana y Templarios); poblaciones y comunidades
desoladas, por el desplazamiento que produce la inseguridad;
proliferación de grupos de autodefensa comunitarios, de dudoso origen
(algunos lo integran ciudadanos auténticos, otros son delincuentes
infiltrados); secuestro y extorsión a las empresas que aún funcionan; un
gobernador con licencia de salud de nueve meses, a la espera del
alumbramiento de un gobierno provisional que no pueda convocar a
elecciones extraordinarias porque las perdería el actual partido
gobernante, el PRI; y un gobernador interino que no ve en ninguno de
estos síntomas un “riesgo de ingobernabilidad”.
Anteayer, el martes 23 de julio, en un solo día, el parte de guerra
michoacano fue el más violento de los ocho meses del actual gobierno
federal: seis ataques contra agentes de la PF; cuatro bloqueos
carreteros; dos policías muertos y 15 heridos; 20 presuntos delincuentes
abatidos y una cantidad no contabilizada de lesionados. En total, 22
muertos en una sola confrontación.
La guerra de Calderón (porque sólo él tenía las facultades y
competencias para lanzarla) tuvo cuatro objetivos manifiestos: recuperar
territorios en poder de la delincuencia; abatir las ejecuciones;
reducir la impunidad; y disminuir las adicciones, especialmente entre
los jóvenes. Ninguno se alcanzó.
Por el contrario, el cáncer de piel en la espalda del país hizo
metástasis y hoy la mitad el cuerpo está cundido por la violencia, los
desplazamientos, la extorsión, el derecho de piso, los secuestros y, en
las últimas semanas, por desapariciones masivas como los 12 jóvenes del
bar Heavens, dos familias completas en Morelos, un grupo de jóvenes
llevados con engaños por el PRI al municipio de Alamos en Veracruz y 32
músicos gruperos que viajaban a Tlaxcala.
En su toma de posesión, Peña Nieto señaló que no combatiría la
delincuencia únicamente con la fuerza y anunció tres acciones
inmediatas: activar un programa nacional de prevención del delito, una
iniciativa para disponer de un solo código penal en el país y la
promulgación inmediata de la Ley General de Víctimas. Anunciaría después
el proyecto de la Gendarmería Nacional (con una definición, naturaleza,
contenido y presupuesto inciertos), el retorno de las funciones de
seguridad pública a la Secretaría de Gobernación, la centralización de
las labores de inteligencia en la misma dependencia y, de manera
destacada, la coordinación en un solo mando (SEGOB) de toda la política
de seguridad pública. Por último, el titular del Ejecutivo pidió un año
para ver resultados en materia de seguridad.
Si esto es la “estrategia” del actual gobierno, debemos concluir que no
se distingue gran cosa de la estrategia de su antecesor, más allá del
elemento discursivo y mediático con que se presentaba a la opinión
pública la captura de un capo o el golpe a un grupo delincuencial
importante, como acaba de acontecer con la aprehensión del llamado Z-40.
El énfasis en la prevención social está presente desde el programa
“Juárez Seguro” y en los diversos programas de rescate de espacios
públicos del gobierno anterior; la Gendarmería equivale a la creación en
su momento de la PF, como “marca” distintiva de la actual
administración; y la captura de capos sigue el patrón de golpear la
cabeza del avispero dejando intacta la producción de miel, por lo que el
panal se fragmenta y alborota pero no se extingue.
En reciente entrevista con Le Figaro, la visión del mandatario mexicano
fue similar a la de su antecesor: la violencia va a la baja, tenemos una
lista de 140 jefes del crimen, lo mejor es la prevención y el consumo
interno se ha disparado. Pero nada de nada sobre los objetivos, las
metas y los alcances de lo que el diccionario de la Real Academia define
como “estrategia: arte de dirigir las operaciones militares; traza o
ruta para concluir exitosamente un asunto; en un proceso regulable,
conjunto de reglas que aseguran una decisión óptima en cada momento”.
A falta de objetivos visibles para saber si la actual política oficial
de combate a la inseguridad es estratégicamente adecuada, procede
enlistar una serie de indicadores mínimos con los cuales habrá que hacer
el balance desde la sociedad misma. 1) ¿Cómo se están comportando los
delitos de mayor impacto social: ejecuciones, secuestro, extorsión y
desapariciones?; 2) ¿El precio de los estupefacientes en la calle se ha
disparado, ha caído o se mantiene sin cambio?; 3) ¿Los puntos de venta
de los mismos ha disminuido o se ha extendido?; 4) La población adicta,
¿se ha disparado o se ha disipado?, ¿cómo están funcionando los
programas de rehabilitación y prevención de adicciones?; 5) las
denuncias por violaciones de derechos humanos de los cuerpos de
seguridad del Estado, ¿aumentan o disminuyen?, ¿cuántas se han resuelto y
cuántas están pendientes?; 6) ¿A cuánto asciende el decomiso de
mercancías, armas, bienes y recursos económicos ilegales decomisados a
los grupos criminales?, ¿cuál es el destino de los mismos?, ¿estos
decomisos ponen en peligro de extinción a los cárteles o equivale a
quitar un pelo a un gato de angora?; 7) ¿se está atendiendo a las
víctimas conforme a la nueva legislación?; 8) ¿hay una política de
rehabilitación, seguimiento y oportunidades de integración a los
excarcelados por delitos contra la salud y delincuencia organizada?; 9)
¿se tiene una base de datos confiable de los desertores de las fuerzas
armadas y policiales, y de su nueva ocupación?; 10) ¿Cuál es la política
de atención a los jóvenes en las zonas marginadas de mayor incidencia
delictiva?
Así como una golondrina no hace verano, la detención de un líder Zeta no
nos dice gran cosa sobre el ABC de una estrategia integral de combate a
la inseguridad. A menos que la estrategia sea no tener estrategia. Con
lo cual estaríamos no frente a una política de Estado sobre seguridad,
sino a una conocida recomendación de El Borras para matar el tiempo y
practicar un conocido juego de salón llamado “El Tío Lolo”.
ricardomonreala@yahoo.com.mx
Twitter: @ricardomonreala
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