martes, 5 de marzo de 2013

Presa por los mismos que la encumbraron

¡¡Exijamos lo Imposible!! 
La Jornada
Elba Esther, la política y la traición
Luis Hernández Navarro
 
Elba Esther Gordillo inició su carrera política en el estado de México. Allí comenzó a forjar el imperio sindical que la proyectó al cenit de su poder. Su trayectoria es un caso de autodidactismo y olfato político. Su ascenso fue resultado de la conveniencia de auparla de personajes más poderosos que ella, casi siempre hombres, y de su disposición a dejarse utilizar por ellos y en el camino conseguir sus propios fines. También lo fue su caída.
 
Figura de ficción que ha reinventado su biografía en múltiples ocasiones, Elba Esther ha caminado siempre en los vericuetos del libreto del poder. Su vida pública puede explicarse, en parte, desde sus dos películas favoritas: la serie completa de El Padrino y Hoffa, el filme de Danny DeVito en el que Jack Nicholson aparece como el poderoso dirigente sindical de los teamsters en Estados Unidos.

La palabra lealtad no forma parte de su diccionario político. Su relación con los personajes que la encumbraron y con sus aliados está marcada por la felonía. Los compromisos que pacta tienen invariablemente fecha de caducidad. No en balde su libro de cabecera es Elogio de la traición, de Denis Jeambar e Ives Roucaute, en el que se señala: La traición y la ne­gación son el meollo del arte político.

Lejos de sentir remordimiento por sus continuos engaños, ella se ve a misma por encima de cualquier cuestionamiento moral. Su éxito político y económico fueron, hasta su caída en desgracia, la única vara para medirse. No en balde Elba siente que la frase del poema A Gloria, de Salvador Díaz Mirón, que dice Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan... ¡mi plumaje es de esos!, se le aplica a ella.

Para conseguir lo que quiere utiliza cualquier recurso: persuade, seduce, amenaza, ríe, se enoja, soborna, castiga, convence, premia o castiga.

Sus actos de apostasía política han sido numerosos. Después de militar durante años en las filas del tricolor, saboteó a ese partido en las elecciones presidenciales de 2000. Según Noé Rivera, entonces su operador político, ella le dijo que lo hacía porque así voy a ser libre, ya no voy a depender de estos canijos [...], lo que estaba en riesgo si ganaban era mi seguridad personal, la seguridad de mis intereses...

Entre las claves que permiten descifrar su recorrido por las escarpadas veredas de la política se encuentran: un pasado humilde y lleno de carencias; la compulsiva necesidad de ser aceptada como legítima; su condición de mujer en un mundo dominado por hombres; sus dotes oratorias; su formación de maestra rural por fuera del normalismo; el sindicato como vía de movilidad social; la traición como núcleo medular de la política; la ambición como pulsión vital de la existencia cotidiana; jugar con las cartas marcadas; las redes de complicidad como malla protectora; la adopción como propio del discurso neoliberal; su fascinación por el lujo y la ostentación, y la creencia en la superioridad de su instinto por sobre la lectura ordenada de la realidad.

Designada en 1989 secretaria general del SNTE por Carlos Salinas, en un acto en el que ella abjuró de su antiguo protector sindical, Elba comenzó a construir su poder personal combinando la fuerza del sindicato, con la defensa de los intereses profesionales del magisterio, la representación política y la construcción de una formidable red económico-financiera. Sus acciones se desarrollaron siempre en la esfera de lo político. El Estado fue siempre su terreno de acción.

Combinando su militancia gremial con su participación primero dentro de las filas del PRI, y después en alianza con el mandatario en turno, aprendió con notas sobresalientes la receta del círculo virtuoso que le permite combinar el poder político con el sindical, prescindiendo de cualquier veleidad democrática.

La maestra siempre se subordinó a las políticas del poder y desde ese sometimiento buscó tener fuerza propia. Cuando Salinas de Gortari promovió el liberalismo social como filosofía de su gobierno, ella lo incorporó a los estatutos sindicales como la ideología del SNTE. Fue la más entusiasta promotora de incrementar el IVA cuando los priístas en la oposición se resistieron a ello, y la defensora a ultranza de las reformas neoliberales a la educación básica, a condición de que fuera ella la responsable de su implementación.

Su proyecto sindical fue una fabulosa máquina de fantasías de movilidad social y política para sus incondicionales. Un artilugio que hizo realidad muchos sueños de sus subalternos. A un grupo no tan reducido de dirigentes la maestra los gratificó con casas, coches y viajes al extranjero. Con frecuencia, los destinatarios de sus obsequios no fueron los líderes locales, sino sus esposas.

Su antecesor y protector, Carlos Jonguitud Barrios, gustaba explicar la enorme vocación del magisterio por la política y las dificultades para encauzarla, diciendo que en el SNTE había muchos gallos para tan poco gallinero. Elba Esther resolvió los deseos de hacer carrera de muchos de sus seguidores. Los hizo regidores, presidentes municipales, diputados, funcionarios públicos y gobernadores, no sólo por medio del Panal, sino de casi todos los partidos con registro. No fueron pocos sus allegados que se ganaron la lotería y entraron en el cuerpo diplomático, dirigieron instituciones educativas u ocuparon posiciones muy importantes dentro de la administración pública.

En 1966, Elba Esther consiguió una plaza como profesora en la escuela Profesor Carlos Hank González, Ciudad Nezahualcóyotl, donde comenzó a hacer política. Admiradora del distinguido mexiquense, procuraba padrinos entre políticos locales influyentes para los niños que terminaban el sexto año. Allí inició también su carrera sindical, siempre con buenas relaciones con el grupo Atlacomulco.

Irónicamente, de ese grupo político provino la orden que la tiene presa y la colocó en el nadir de su carrera. Convencida de la traición como virtud de gobierno, Elba Esther fue víctima de ella. No traicionardicen Denis Jembar e Yves Roucautees perecer: es desconocer el tiempo, los espasmos de la sociedad, las mutaciones de la historia.” La maestra fue incapaz de ver esas mutaciones de la historia.

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