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Por Esto!
La Yemenización de México
Ricardo Monreal Avila
La reforma energética recién aprobada por la mayoría de los legisladores
federales y locales lejos de hacer de México una nación independiente y
autosuficiente en energía, ahondará el carácter dependiente y
neocolonial de su economía y de su inserción en los procesos de
globalización.
Desde su concepción hasta su diseño, justificación, instrumentación y la
difusión de su contenido, esta reforma energética privatizadora ha
estado moldeada por las prioridades, los apremios y los intereses
extranjeros, no por los nacionales. En concreto, por los intereses del
gran capital financiero internacional, vinculado al desarrollo
energético.
Me explico. La globalización se está moviendo de la unipolaridad
norteamericana de la segunda mitad del siglo pasado hacia un nuevo orden
económico multipolar, con potencias emergentes como la región
China-India, la Unión Europea y el Pacífico asiático.
Para que Estados Unidos mantenga su hegemonía y competitividad económica
en el próximo cuarto de siglo requiere tener garantizado y asegurado un
insumo fundamental: la energía. Tiene tecnología, tiene mano de obra
calificada, tiene capital, tiene democracia, tiene un Estado de Derecho
fuerte, pero le hace falta garantizar la energía. Y no cualquier tipo de
energía, sino energía barata.
En ese camino está nuestro vecino, enfocado a la tarea de remanufacturar
sus procesos industriales a partir de energía barata plenamente
asegurada. Y no solamente es su prioridad económica, también es su
prioridad en materia de seguridad y soberanía política. Si algo debemos
tener claro después de la divulgación de documentos sobre espionaje
realizadas por Wikileaks y Robert Snowden es que la prioridad de
nuestros socios comerciales no es precisamente el comercio, sino las
posibles actividades terroristas y las políticas energéticas de las
naciones espiadas.
En efecto, hay una revolución energética en el mundo basada en el uso
intensivo de gas shale y de extracción de hidrocarburos en aguas
profundas y someras. Estados Unidos está incrementando aceleradamente
sus reservas y la producción de energéticos, especialmente de gas
natural, de tal forma que a inicios de la próxima década podría pasar de
importador a exportador neto.
Esta sobreoferta de hidrocarburos tiene el objetivo de bajar el precio
de la energía y depender menos del inestable mundo petrolero del Medio
Oriente. Estados Unidos está promoviendo esta transición energética de
manera rápida, a tal grado que la región de América del Norte podría ser
al final de la década la nueva Arabia Saudita, y el Golfo de México el
nuevo Golfo Pérsico. De esta manera se garantizaría la hegemonía y
viabilidad económica de la América del Norte en un mundo multipolar.
¿Qué le hace falta a esta política energética integracionista,
continental y trasnacional? Un petróleo y gas mexicanos abiertos y
privatizados; libres de “dogmas nacionalistas”, de “paradigmas
soberanistas” o de Constituciones que avalen monopolios públicos, como
lo hacen los artículos 27 y 28 constitucionales que hoy se modifican.
Quiero recordarles que desde 1939, un año después de la expropiación
petrolera, cuando representantes del gobierno mexicano negociaban con
las petroleras nacionalizadas el monto y los plazos de la indemnización
correspondiente, las compañías plantearon la posibilidad de su regreso a
México, con una sola condición: que se reformara el artículo 27
constitucional que establecía la preeminencia de la propiedad nacional
sobre los hidrocarburos.
74 años después, gracias a la LXII Legislatura federal y a las locales, se está cumpliendo esta exigencia.
Desde su diseño hasta su difusión, esta reforma ha tenido coordenadas, perspectivas y padrinazgos trasnacionales.
Durante la campaña presidencial, el candidato del PRI fue a Nueva York a
anunciar su compromiso de abrir y privatizar el petróleo y el gas.
Intercambió petróleo por votos y un reconocimiento anticipado del gran
capital. Al regresar a México lo negó todo.
Como presidente electo, en Londres, anunció que el petróleo mexicano se
abriría a las trasnacionales. Y al llegar aquí, lo volvió a negar.
Después, en el Pacto por México, suscribió compromisos en materia petrolera que hoy esta reforma nulifica e invalida.
Por ejemplo, el compromiso 54 dice: “Se mantendrá en manos de la
Nación, a través del Estado, la propiedad y el control de los
hidrocarburos y la propiedad de PEMEX como empresa pública. En todos
los casos, la Nación recibirá la totalidad de la producción de
hidrocarburos”. Con los “contratos de producción compartida” la Nación
recibirá sólo un parte de la producción y con las licencias petroleras
no recibirá más que regalías.
El compromiso 56 establece: “Se ampliará la capacidad de ejecución de
la industria de exploración y producción de hidrocarburos mediante una
reforma energética para maximizar la renta petrolera para el Estado
mexicano”. Esta reforma hace exactamente lo contrario: minimiza la renta
petrolera y la maximiza a los inversionistas privados.
El compromiso 57 advierte: “Se realizarán las reformas necesarias para
crear un entorno de competencia en los procesos económicos de
refinación, petroquímica y transporte de hidrocarburos, sin privatizar
las instalaciones de PEMEX”. La asociación de Pemex con inversionistas
privados implica compartir, entregar o dar en garantía las actuales
refinerías e instalaciones petroleras.
Pudo más el Pacto de Nueva York, Washington y Londres, que el Pacto por México.
Allá afuera, la verdad. Aquí dentro, la mentira, la manipulación y el doble discurso.
Con esa ruta entreguista preestablecida, no debe extrañarnos que la
prensa extranjera estuviera más informada y actualizada del contenido de
la reforma energética que esta soberanía nacional. Una vez más se
confirmó la función de ventanilla de trámite, de resumidero de acuerdos,
de lavamanos político que el Poder Ejecutivo y la partidocracia
dominante del Pacto por México le han conferido a esta Legislatura.
Suponiendo, sin conceder, que dentro de una década América del Norte se
convierta en la nueva Arabia Saudita del mundo, ¿qué papel jugaría
México? El mismo que actualmente tiene Yemen en la cuenca petrolera
arábiga, al Sur de Arabia Saudita. Un depósito natural de petróleo y gas
natural de los saudiárabes, no de los yemenitas, administrado por una
cleptocracia política, con una de las sociedades más desiguales del
mundo árabe, y con una historia política marcada por la violencia, el
autoritarismo, las protestas sociales y las revueltas guerrilleras.
Esta reforma energética no está diseñada para la independencia ni para
la revolución energética de México, sino para ahondar su dependencia y
su condición de maquilador y exportador de energéticos. Y si no, al
tiempo.
ricardomonreala@yahoo.com.mx
Twitter: @ricardomonreala
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