sábado, 21 de diciembre de 2013

A lo pendejo se ha roto el pacto social

¡¡Exijamos lo Imposible!! 
Por Esto!
La Consulta y la República
Porfirio Muñoz Ledo

Tras los cantos victoriosos y los denuestos que acompañaron la aprobación de la reforma energética pareciera que amanecimos en un país distinto al que habíamos conocido. Se han roto paradigmas profundamente anclados en la conciencia nacional. No es “sólo un cambio en la estructura de la propiedad de los hidrocarburos sino un cambio en la estructura del Estado”. Se ha quebrantado el pacto social que es la esencia misma de una Constitución, por medio de apresurados actos legislativos-federales y locales que conforman el llamado “Constituyente permanente” el cual carece de facultades para modificar los principios fundamentales de la Carta que le dio origen.

El gobierno se apresta ya a festinar las reformas como si éstas tuviesen plena validez y pretende ignorar las voces mayoritarias de quienes demandamos una consulta popular para que la ciudadanía decida en última instancia cuál es el camino a seguir. Modificaciones de ese calado exigen en rigor la convocatoria a un Congreso Constituyente u originario, que habíamos sugerido para 2017, año del centenario.

Los argumentos que se han avanzado para desacreditar y negar la posibilidad de la consulta resultan falaces. Afirmar sin más que dicho llamado a los ciudadanos resulta tardío es olvidar que el referendo sirve precisamente para perfeccionar un acto legislativo o bien para anularlo. Sostener que la consulta sólo procede en el caso de reformas legales pero no en el de las constitucionales es contrario a la naturaleza misma de esa figura que alude a “decisiones trascendentales”, que generalmente son las de mayor jerarquía. Es también contrario a la práctica internacional que en muchos casos somete a consulta las constituciones en su conjunto y que con frecuencia lo hace en decisiones relacionadas con la explotación de los recursos naturales.

La tercera República mexicana que entró en vigor en 1917 ha sido gradualmente desmantelada o ignorada por las sucesivas reformas neoliberales que ahora cierran un ciclo con importantes cesiones de soberanía, Esta no es la Nueva República por la que tanto hemos bregado, sino la degradación de la anterior; ni siquiera la Reforma del Estado que habíamos planteado sino un híbrido de disposiciones contrapuestas que aspira a restaurar el autoritarismo presidencial como administrador de todo género de concesiones a los poderes fácticos nacionales y transnacionales.

La teoría constitucional sostiene que las Cartas Magnas contienen el proyecto político y económico de los Estados. En ese sentido, la identidad del cuerpo constitucional es el reflejo de los procesos históricos, políticos y de las luchas sociales. Los términos en que se efectuaron estas últimas reformas significan la negación de esos procesos y la introducción de contrabando de un nuevo proyecto contrario al anterior, que se conserva como un marco formal e inoperante porque ha sido privado de sustancia.

En las democracias la fuente de legitimidad de la cosa pública proviene indefectiblemente de la soberanía popular. La viabilidad de toda arquitectura constitucional depende de un acto originario que la crea y hace derivar poderes constituidos que deben ser soporte y garante de los objetivos que ésta persigue, atendiendo siempre la voluntad popular que es indiscutiblemente su mandante. Aunque la globalización ha dado a discutir la vigencia del principio de soberanía, no cabe duda que ésta no es sólo un atributo de Estado sino también la fuente de su legitimidad que facilita el acatamiento de sus decisiones por parte de los ciudadanos. Cuando se alude a una supuesta “soberanía acotada” se está planteando la sumisión de una comunidad sometida a un poder sin consenso social.

Estamos de nueva cuenta ante una cita crucial en la historia del país. La consulta popular es todavía un cauce institucional para resolver este grave diferendo. No es gratuito que hayamos pugnado tenazmente por la incorporación de las vías de la democracia directa en el ejercicio del poder. La cerrazón de sus opositores evidencia su talante impositivo. No podemos rendirnos. Este capítulo no está definitivamente cerrado. Es sin duda una inmensa tarea social pero hay que afrontarla unitariamente y con toda determinación

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