¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!
Mi voto en contra
Alejandro Encinas Rodríguez
La
discusión de las reformas impositivas plantea un debate acerca de la
política económica y del proyecto de país que defiende el gobierno en
turno. Se trata de un debate eminentemente político, pues si algo define
el perfil de un gobierno es cómo se obtienen los ingresos públicos y
hacia dónde los destina. Como decía Joseph Schumpeter: “Los impuestos
son la columna vertebral del Estado”.
En las últimas décadas, las administraciones del PRI y del PAN han
aplicado el mismo modelo económico. Las diferencias entre ambas
administraciones derivan de los matices que adquiere la política
económica ante la coyuntura y la fase del ciclo económico que enfrentan,
las que se han caracterizado por el desatino de las medidas adoptadas
que han conducido a recesiones económicas; a una mayor concentración del
ingreso y a más pobreza y desigualdad.
Los mexicanos hemos asistido, lo mismo al error de diciembre de 1994 que
derivó en el “efecto tequila”, que al catarrito del señor Agustín
Carstens en 2008 que duró la friolera de dos años. Hemos pasado del
“vocho, tele y changarro” al “ahí te dejo estos seis mil pesos, paga la
renta, el teléfono y hasta el club”.
En estas medidas ha predominado, hasta hoy, el criterio de imponer
dogmáticamente el equilibrio macroeconómico y de las finanzas públicas,
cuyas consecuencias han convertido al país en una fábrica de pobres.
Subrayo el hasta hoy, ya que ante la pretensión de privatizar los
hidrocarburos, y la renta petrolera, y ante la inconformidad social que
frenó el intento de generalizar el IVA en alimentos y medicinas, el
gobierno federal ha impuesto una política recaudatoria para mitigar el
boquete fiscal que implicaría el cambio de régimen impositivo de Pemex, y
que rompe con el dogma del déficit cero, alentando el endeudamiento
nacional y cargando de nueva cuenta la mano a los sectores medios y al
ingreso de los trabajadores.
Estamos ante una combinación de impuestos que en la coyuntura actual
tendrá efectos regresivos que alentarán la recesión económica y
profundizarán la desigualdad social.
Tengo claro que el Congreso de la Unión revirtió la pretensión de gravar
colegiaturas, la compra y renta de vivienda, así como las hipotecas.
Que se acotó en pequeña medida el régimen de consolidación fiscal; que
se gravarán las utilidades de las personas físicas en la Bolsa Mexicana
de Valores; que se impone un gravamen a la actividad minera y que se
establece una mayor progresividad en el impuesto sobre la renta, aunque
quedaron intocados los privilegios fiscales de las grandes corporaciones
y la riqueza desmedida.
Sin embargo ese no es el debate de fondo. No se trata de imponer tal o
cual gravamen, sino si éstos darán respuesta al nulo crecimiento
económico, a la generación de empleos, a la recuperación de salarios
reales y a frenar la tendencia recesiva de la economía. Lo que con estas
medidas no va a suceder.
Por otro lado, la discusión de estas leyes y del presupuesto de egresos
abre también la negociación sobre el destino de los recursos públicos,
lo cual debería ser una práctica parlamentaria regular en un sistema
democrático. Sin embargo, son deleznables las prácticas adoptadas en los
últimos años, donde se pretende condicionar la asignación de recursos
presupuestales al voto en favor de las reformas impositivas; cooptar el
voto de legisladores a cambio de recursos, o peor aún en actos de
corrupción donde legisladores cobran porcentaje sobre los recursos que
gestionan. Se trata de una práctica de extorsión que busca comprar votos
y conciencias.
Por ello, convencido de que debe combatirse a fondo la política
económica que ha empobrecido a millones, la visión patrimonialista sobre
los recursos públicos y esta afrenta a la pluralidad política de la
sociedad mexicana, mi voto fue en contra.
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