¡¡Exijamos lo Imposible!!
Proceso
Transgresión e hipocrecía del Imperio
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Estados Unidos, el imperio más poderoso que
jamás haya existido sobre la Tierra, mayor en extensión e influencia que
el romano, el español o el británico, no está dispuesto a limitar, por
ninguna razón, su desenfrenada soberbia. No considera ni el derecho
internacional ni los principios normativos de la democracia
estadunidense. Menos aún el tímido reclamo del gobierno mexicano por
haber espiado al presidente del sexenio pasado y al actual mandatario
cuando era candidato.
Prepotencia contra dependencia. La cautela
de la respuesta mexicana al espionaje contra las más altas autoridades
del país tiene una doble explicación: la abrumadora dependencia de la
economía mexicana, y el temor. ¿Qué pasaría si se filtraran las
conversaciones de Calderón y Peña Nieto? Mejor no moverle.
La
transgresión y la hipocresía del imperio han vuelto a ser palmarias por
las recientes revelaciones de Edward Snowden y las declaraciones de tres
exagentes federales de Estados Unidos sobre el asesinato de Enrique
Camarena. El país más poderoso del orbe ha sido exhibido como el campeón
del espionaje global, en violación flagrante del derecho internacional,
la soberanía de países aliados y las libertades civiles que sustentan
su credo democrático.
Las declaraciones publicadas en Proceso
(1928 y 1929) reviven y profundizan el escándalo Irán-Contras al
implicar a la Agencia Central de Inteligencia en la tortura y asesinato
en México del agente de la DEA, además de registrar la posible
complicidad de la CIA con el narcotráfico. Abunda información que
confirma o complementa lo publicado por este semanario.
En marzo
de 1990, The New York Times difundió un reportaje especial titulado La
CIA y la guerra contra las drogas, en el que destaca las reservas del
órgano de inteligencia para colaborar en el combate al narcotráfico,
negándose a compartir con otras agencias de su país información
relacionada con las drogas. Sobre el secuestro y asesinato de Enrique
Camarena, se menciona que, en 1987, la DEA confirmó que el
narcotraficante Miguel Ángel Félix Gallardo era protegido de la
Dirección Federal de Seguridad, y que enviaba armas y dinero a la Contra
nicaragüense, apoyada por la CIA.
En agosto de 1996, Gary Webb,
ganador del premio Pulitzer, escribió una serie de artículos (en el San
Jose Mercury News) que después reunió en el libro Dark Alliance: The
CIA, The Contras and the Crack Cocaine Explosion, donde manifiesta que
la venta de cocaína durante la década de los ochenta, en Los Ángeles,
estaba relacionada con el envío de millones de dólares a la Contra
nicaragüense. El entonces inspector general de la CIA ordenó una
investigación sobre el presunto papel de la agencia en el tráfico de
cocaína durante la administración Reagan, cuyos resultados fueron dados a
conocer en 1998.
El Reporte Hitz señala que, en 1981, la Alianza
Democrática Revolucionaria de Nicaragua (Adren) colaboró con la CIA para
derrocar al gobierno sandinista y que el liderazgo de Adren decidió
“involucrarse en el contrabando de cocaína a Estados Unidos para
financiar las operaciones antisandinistas”. La droga era transportada en
avión a Miami. La CIA nunca investigó los hechos. Adren se disolvió en
1982, pero algunos de sus miembros se unieron a la Fuerza Democrática
Nicaragüense (FDN), que trabajaba con la CIA. Los informes de la agencia
sobre el caso Nicaragua siempre omitieron el tema del narcotráfico.
¿Por qué? Hitz responde: “Si se hubiera vinculado a la CIA con el
transporte de droga, el daño a la causa de la Contra hubiera sido
irreparable”.
Tomo esos datos de un reportaje de Frontline –serie
documental de la televisora PBS– publicado en línea. En él, Héctor
Berrellez, exagente de la DEA, ratifica las declaraciones hechas a J.
Jesús Esquivel en Proceso 1929: “Pienso que elementos que trabajaban
para la CIA estuvieron involucrados en el contrabando de droga a Estados
Unidos. Algunos pilotos que la transportaron me confesaron que lo
habían hecho”.
El texto de PBS agrega: “Las entrevistas con
exagentes de la DEA, con oficiales de la CIA y con el excoronel Oliver
North indican claramente que la CIA no ignoraba el tema del narcotráfico
en Centroamérica”. Otro dato: A principios de los ochenta se desarrolló
un manual que incluía instrucciones para los agentes de la CIA sobre
cómo lidiar con contactos sospechosos de traficar drogas.
Inexplicablemente, el manual no se publicó sino 15 años más tarde.
El
escándalo Irán-Contras, ocasionado por la venta de armas a Irán para
financiar a la Contra nicaragüense, incluyó la contratación de compañías
de transportación aérea y marítima para trasladar droga. Cuando en 1988
la Comisión Kerry (dirigida por el actual secretario de Estado de EU)
dio a conocer su reporte, se supo que la compañía Frigoríficos de
Puntarena recibió 261 mil dólares provenientes de la Oficina de
Asistencia Humanitaria a Nicaragua, una asociación establecida en 1985
para gastar 27 millones de dólares en ayuda del Congreso de EU a la
resistencia nicaragüense. El dueño de esa y otras dos compañías, Luis
Rodríguez, testificó que sus empresas habían servido para lavar dinero
entre Costa Rica y Miami.
Hoy como ayer, el involucramiento de
autoridades de Estados Unidos en el narcotráfico sigue envuelto en el
misterio. No se explica que la droga se introduzca y se distribuya en
todo el territorio del país vecino con asombrosa libertad, que el
consumo vaya en aumento o que 98% de la droga confiscada en la frontera
con México sea mariguana. ¿Y la cocaína, que representa las dos terceras
partes de las utilidades del narcotráfico?
Demasiadas evidencias
para ser soslayadas como meras “teorías de la conspiración”. No es una
simple omisión el que la oficina del gobierno estadunidense para la
rendición de cuentas (U.S. Government Accountability Office) no haya
analizado con rigor las posibles influencias del crimen organizado en
los cuerpos de seguridad de Estados Unidos.
Debilitado, el imperio enfrenta hoy una de sus etapas más sombrías.
Desde
Tucídides, sabemos que la codicia por el poder propicia la aspiración
al dominio universal, acaso el impulso rector del devenir histórico. La
ambición de supremacía estadunidense tiene su raíz en la vocación
imperial de la Atenas de Pericles, magistralmente narrada por Tucídides
en la Historia de la guerra del Peloponeso. Sin embargo, el imperio de
Estados Unidos no ha hecho honor al paradigma ateniense, sino que ha
dado la razón a la idea de considerar al imperialismo como la etapa
superior del capitalismo, con efectos aun más perniciosos que los
previstos por Lenin.
Es claro que no es el ideal griego de la
sofrosine –que rechazaba los excesos de la ambición ilimitada– el que
norma las decisiones de los gobernantes de la gran potencia, sino los
implacables dictados de Mammón, deidad del dinero y la avaricia.
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