¡¡Exijamos lo Imposible!!
Proceso
Contradicciones de la reforma energética*
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Sin duda, sería deseable suprimir la
corrupción en Pemex, reducir sus pasivos laborales o enmendar prácticas
sindicales impropias. Pese a las críticas y leyendas negras, Pemex es un
organismo altamente rentable. Las utilidades antes de gravámenes
sumaron 69 mil millones de dólares en 2012. Entonces, su deterioro y
descapitalización tienen causas preponderantemente exógenas que no
endógenas a la institución. La cuestión medular reside en un régimen
fiscal confiscatorio que grava pesadamente sus ingresos netos hasta
ponerle habitualmente en pérdidas. Veamos esta cuestión un poco más de
cerca. Los gravámenes petroleros aportan alrededor de 35% de los
ingresos del Gobierno Federal, es decir, alrededor de 7.7% del producto.
Si a esa última cifra se descuentan los impuestos a las ventas
petroleras que supuestamente habrían de cubrirse en cualquier hipótesis
de reforma, el resto de los gravámenes sumaría cerca de 5% mismo del
producto. Si Pemex sólo cubriese el Impuesto Sobre la Renta como
cualquier negocio –aun añadiendo regalías– habría que acrecentar la
carga tributaria general en cera de 30% de la recaudación conjunta del
IVA y del Impuesto Sobre la Renta, cuestión ciertamente escabrosa.
La
segunda traba en importancia es la de forzar a Pemex a extraer y
exportar crudo al máximo posible a fin de aliviar los apremios del fisco
y de la balanza de pagos, aun a costa de restar producción
(inversiones) y abastos al mercado nacional (gasolina, gas) y del
agotamiento de yacimientos que no se intenta rehacer por carencia de
recursos. En el mundo, Pemex ocupa el quinto lugar como productor de
crudo, pero el tercero como exportador y el diecisieteavo como
refinador, con una producción petroquímica ínfima. Esos datos subrayan
el criterio erróneo de la política de extracción, exportación y uso de
las reservas, manifiesto en el desequilibrio evidente de las líneas de
producción y en la optimización conjunta de resultados. La solución no
está en resquebrajar más a Pemex y a sus cadenas productivas, sino en
atender y atenuar poco a poco los verdaderos problemas que le aquejan.
El
proyecto de la reforma energética del gobierno plantea modificar los
artículos 27 y 28 constitucionales para hacer posible la inversión
privada en la cadena productiva del petróleo, el gas, la refinación y la
petroquímica. Es decir se quita a las explotaciones petroleras la
protección constitucional de ser estratégicas, reservadas al Estado,
para convertirlas en actividad a la que pueden acceder propios y
extraños, mediante el cumplimiento de ciertos requisitos. La
consecuencia inevitable sería la dispersión de la renta petrolera,
reduciendo los magros ingresos estatales en los años venideros.
Ciertamente el proyecto de reforma energética del gobierno no plantea la
inmediata privatización de Pemex, pero sí lo hace a futuro al permitir
inversiones privadas en el proceso de desarrollo del complejo petrolero y
quizá hasta la venta a mediano plazo de algunas de sus instalaciones.
En efecto, los empresarios privados no usufructuarían concesiones pero
tendrían participación contractual en las utilidades generadas, después
de recuperar íntegramente los costos. Aunque se deja a leyes secundarias
la fijación de esas participaciones y la posible creación de empresas
público-privadas para cada proyecto significativo, es claro que la
situación competitiva conjunta de Pemex resultaría erosionada frente a
la de los nuevos socios de los contratos de utilidad compartida…
Aquí,
subyace una contradicción básica: la dificultad pronta de normalizar la
pesadísima carga fiscal petrolera –aun disminuyendo los gravámenes y
aumentando el reparto de dividendos– con el imperativo de hacer
prontamente atractiva la inversión privada de nacionales o extranjeros.
Ello llevaría a establecer regímenes tributarios disímiles, consistentes
en aceptar contratos de utilidad compartida sujetos a obligaciones
tributarias inferiores a las que cubre o cubriría el cascarón de Pemex.
Buscando los renglones más lucrativos, paso a paso, se romperían más los
encadenamientos productivos de los cuales depende la rentabilidad
conjunta de las explotaciones petroleras y petroquímicas, sacrificando
al consorcio más importante del país, el que históricamente ha validado
la capacidad nacional de emprender grandes proyectos en beneficio
general.
El nuevo régimen propuesto ensancha algunas libertades en
materia de endeudamiento y autonomía presupuestaria. En particular, se
excluye a Pemex de la Ley Federal de Presupuesto y Responsabilidad
Hacendaria y se le sujeta a un régimen más flexible para elaborar su
presupuesto de gastos –con deducción plena de los costos–, inversiones y
deuda sin requerir buena parte las anteriores autorizaciones
hacendarias.
En contrapartida, se afianzan y centralizan los
controles financieros y se quitan o podrían quitar funciones a Pemex,
conforme señala la iniciativa de Ley de Ingresos sobre Hidrocarburos.
Por lo pronto, como se dijo, el régimen impositivo sería dual. De un
lado, subsistirían las antiguas obligaciones que gravan al viejo Pemex.
De otra parte, los contratos de utilidad compartida quedarían sujetos a
diversos gravámenes –a retener por el propio Pemex– que, junto a los que
subsistirían del régimen anterior, aseguren escrupulosamente al fisco
ingresos petroleros ascendentes. En esos términos, la única salida de
Pemex en alivio de su extraordinaria carga fiscal residiría en desplazar
más y más actividades hacia la figura de contratos de utilidad
compartida, sobre todo cuando no se especifica la posible participación
privada en cada uno de ellos.
La iniciativa de Ley de
Hidrocarburos prevé la figura de un comercializador del Estado –no se
aclara si coincide o no con PMI– que recibiría todos los ingresos
derivados de las ventas y los entregaría a un “fideicomiso” de la
Secretaría de Hacienda creado al efecto. Esta institución fiduciaria se
establecería para recibir esos ingresos y para entregar al Estado, a
Pemex y a sus organismos subsidiarios los pagos que les correspondan
conforme a los contratos o las obligaciones fiscales. En los términos
descritos, las funciones de Pemex excluirían la parte del financiamiento
y quizá también de la comercialización, elementos medulares en el
manejo de toda empresa verdaderamente competitiva.
Véase como se
vea, la iniciativa energética del Partido Acción Nacional (PAN) y quizá
algo menos la del PRI, darían continuidad al proyecto neoliberal. Ambas
ofrecen una salida pragmática cortoplacista: compartir la renta
petrolera frente a las urgencias fiscales y de pagos externos. Se confía
en recibir una inyección masiva de inversión foránea con qué resolver
los estrangulamientos financieros y compensar la recesión que ya se
apunta en el horizonte mundial y en el nuestro, aun pasando por alto que
el paradigma energético global parece estar próximo a cambiar. Aun así,
acaso fuese ingenuo esperar el deus ex machina de una avalancha
salvadora de recursos, a cambio del sacrificio de valores nacionales
compartidos y, a mayor plazo, del aporte de la industria petrolera al
desarrollo nacional.
En esencia, las propuestas de reforma sólo
están parcialmente dirigidas a asegurar el abasto estratégico,
suficiente, diversificado, sustentable, competitivo de energéticos a la
población y a la economía del país. Por eso mismo, no se abarca el
conjunto de los temas de la política energética y casi nada se dice en
cuanto a utilizar –como en el pasado– la explotación de los recursos
energéticos como palanca del desarrollo industrial y tecnológico del
país. l
*Fragmento del ensayo que, bajo el título Crisis y
reformismo en México, el autor publica en la UNAM en el marco de la
“Cátedra Extraordinaria Raúl Prebisch” de la Facultad de Economía. El
título es de la Redacción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario