¡¡Exijamos lo Imposible!!
Los mercenarios de élite
Los testimonios de hombres y mujeres entrenados como especialistas en
operaciones secretas, verdaderos sicarios de élite contratados ya sea
para eliminar cabecillas de la delincuencia o para combatir al Ejército,
según quién sea su patrón en turno, son crudos y reveladores / Se trata
de las voces de los nuevos mercenarios, esos productos del mercado de
la violencia en que se ha convertido el país / Sus narraciones fueron
hechas en exclusiva al diputado Ricardo Monreal, quien las incluyó en su
libro Escuadrones de la muerte en México (Cámara de Diputados, 2013),
de donde las tomamos.
MEXICO, DF, 29 de junio (PROCESO/ RICARDO MONREAL ÁVILA).- Juan Ignacio,
de 30 años, forma parte actualmente de un cuerpo de élite de la Marina
mexicana. Ingresó a esta fuerza de seguridad en 2007, pocas semanas
después de haber abandonado la Heroica Escuela Naval Militar de Antón
Lizardo, en Veracruz, a invitación expresa de uno de sus entrenadores
físicos y maestros… No haber concluido sus estudios no fue impedimento
para su reclutamiento; sus habilidades en el manejo de armas y su buena
condición física lo hicieron candidato idóneo.
En la base naval del puerto de Veracruz fue (convocado) a presentarse…
con ropa y pertrechos de entrenamiento porque sería concentrado en un
lugar distante, durante tres semanas. Con un grupo de 14 jóvenes más
partió al día siguiente a una finca de la Huasteca veracruzana, a una
hora del poblado de Álamos, a donde sólo se llega por un camino de
terracería con rumbo a la Sierra Madre Oriental. Antes de llegar, pudo
notar que dos retenes de marinos vigilaban los accesos.
La finca es en realidad un campo de adiestramiento al pie de la sierra,
con una casa central y dormitorios a su alrededor, y cinco secciones o
áreas bien delimitadas: 1) el campo de tiro; 2) el campo de libramiento
de obstáculos; 3) el área de detección, armado y desarmado de
explosivos; 4) la sección de escalamiento y salto a rapel, y 5) un área
para el uso de vehículos motorizados, desde motocicletas de montaña
hasta vehículos blindados, donde se ensaya el asalto a autos en
movimiento, la intercepción de los mismos y la inmovilización con armas
de alto calibre, como lanzagranadas y lanzacohetes. Aquí también se
enseña a enfrentar emboscadas y a protegerse de asaltos sorpresa.
El entrenamiento en Álamos sería el primero de tres cursos en un lapso
de un año y medio. Un mes después de ese inicial, Juan Ignacio estaría
saliendo a Colombia a su segundo entrenamiento. En esta ocasión, el
grupo estaba conformado por 22 jóvenes, quienes arribaron en tres grupos
distintos: ocho eran marinos; siete, miembros del Ejército; y siete, de
la Policía Federal. Sólo una noche estuvieron en Bogotá para después
concentrarse a lo largo de cuatro meses en la provincia de Tolima, en
las instalaciones del Centro Nacional de Entrenamiento y Operaciones
Policiales de Colombia.
El adiestramiento se centró en técnicas de asalto y captura de
narcotraficantes y delincuentes de alto perfil, atrincherados en zonas
serranas, cuevas selváticas o fortalezas urbanas, con verdaderos
ejércitos privados bajo su custodia. También se les enseñó a infiltrar a
estos grupos paramilitares, a identificar campos de entrenamiento
clandestinos, a realizar operaciones encubiertas de asalto, a
desmantelar laboratorios de drogas sintéticas, a detectar campos
camuflados de plantíos ilegales en selvas y sierras, a manejar
explosivos, a saltar desde vehículos en marcha o desde helicópteros
rasantes, a atender heridos, a espiar y contraespiar, a identificar
diseños y construcciones de doble fondo y a sobrevivir durante días,
escondidos y sin víveres, en geografías agresivas…
El tercer curso lo realizaría en Estados Unidos, en el estado de
Arizona, durante el otoño de 2008, con una duración de 12 semanas. El
adiestramiento se enfocó a la prevención, detección, neutralización y
destrucción de amenazas terroristas, fueran éstas objetos, personas o
agrupaciones civiles. Allí, Juan Ignacio aprendió la doctrina de que
terrorismo y narcotráfico representan el mismo nivel de amenaza a la
seguridad; también fue instruido en técnicas de inteligencia,
contrainteligencia, rastreo, procesamiento de información sensible,
lenguaje encriptado y manejo físico y psicológico de crisis.
Igualmente, cómo “torturar científica y psicológicamente al enemigo,
para no dejar marcas o evidencias”. En su totalidad, el curso fue
impartido por oficiales hispanos bilingües de la marina y el ejército de
Estados Unidos.
Haber concluido satisfactoriamente los tres cursos le permitió a Juan
Ignacio integrarse de manera formal a uno de los dos comandos básicos de
élite que tiene la Armada de México desde 2008, por lo menos. Según el
joven, uno de estos grupos está orientado a perseguir, combatir y
“eliminar” a cabecillas del narcotráfico, de la guerrilla y del
terrorismo, mediante operaciones encubiertas y sin la participación
oficialmente reconocida de alguna fuerza del Estado:
“Cuando realizamos alguna operación, tenemos estrictamente prohibido
identificarnos como marinos o dar explicaciones a alguien. Simplemente,
por algún conducto oficial, alguno de nuestros jefes avisa a los
comandantes policiales o militares de la región que somos un grupo de
fuerzas especiales y que se mantengan en alerta, por si se requiere su
apoyo. Sólo avisamos, no pedimos permiso.”
El segundo grupo de élite de la Marina estaría especializado en una sola
función: “Eliminar a los cabecillas de Los Zetas, especialmente a los
que son desertores del Ejército”… Estaría conformado por más de 600
miembros capacitados en México y en el extranjero:
“Entre nosotros los conocemos como Los Matazetas. Cuando salió el video
de Los Matazetas de Veracruz nosotros no tuvimos duda de que se podía
tratar de estos compañeros de la Marina, dedicados exclusivamente a
eliminar a esos hampones. Incluso, el que aparece al centro como líder
del grupo y hace la presentación, es un compañero fácilmente
identificable por quienes formamos parte del cuerpo de fuerzas
especiales.”
Juan Ignacio ha participado en varios operativos de alto impacto en los
últimos años en ciudades como el Distrito Federal, Monterrey, Puebla,
Guadalajara, Tijuana, Culiacán, Matamoros, (el municipio tamaulipeco de)
San Fernando y Cancún. El que recuerda con más satisfacción es el de la
persecución y eliminación de Ezequiel Cárdenas Guillén, Tony Tormenta,
en Matamoros, Tamaulipas, el 5 de noviembre de 2010:
“Fueron cuatro horas de persecución y enfrentamiento. Hubo cerca de 50
muertos, entre sicarios del Cártel del Golfo, marinos y militares (el
reporte oficial señaló sólo 10 muertos). Ya se nos había escapado una
vez, en medio de otro enfrentamiento con la Marina, pero esta vez no
tuvo escapatoria. Recibimos refuerzos del Ejército Mexicano y de agentes
especiales de Estados Unidos, quienes traían bien monitoreado al cabrón
ese. Pero el primer círculo de ataque y asalto lo formamos nosotros,
los de la Marina.”
Es el mismo grupo de fuerzas especiales que persiguió y abatió a Arturo
Beltrán Leyva, El Barbas, en Cuernavaca, Morelos, el 16 de diciembre de
2009:
“Me hubiera gustado haber participado en esa operación, pero me
encontraba franco. Sin embargo, mis compañeros me contaron detalles.
Traía una escolta de exmilitares y civiles muy sanguinaria. Lograron
sacarlo de Tepoztlán, pero no del condominio en Cuernavaca. Inteligencia
lo traía bien cuadriculado, por dos vías, por sus celulares y por los
tenis.
“–¿Por los tenis?
“–Sí, traían un dispositivo de seguimiento. Se los había obsequiado
alguien de sus guardias de confianza dos semanas antes y los cargaba
para todos lados. Murió con ellos puestos.”
(…) En los operativos oficiales, el grupo de élite de la Marina actúa
con su uniforme de campaña, tipo camuflaje, con manchas grises y verdes,
en fondo beige, y cascos del mismo color. Dice Juan Ignacio: “Estos
operativos suelen ser videograbados y casi siempre nos acompañan uno o
dos agentes estadunidenses que monitorean la operación o proporcionan
información sobre ubicación de objetivos”.
Sin embargo refiere que hay otros operativos, no oficiales, a los que
acuden vestidos totalmente de negro, con botas, cascos y pasamontañas
del mismo color, sin más identificación que un símbolo fosforescente
pegado en el hombro izquierdo, “que puede ser una uña de tigre, un arma o
la cara de un animal. No sabemos el distintivo hasta el momento de
salir a combate, para que todos lo tengamos fresco en la memoria y no
confundirnos, en caso de encontrarnos con enemigos vestidos de manera
similar”.
El uniforme negro lo utiliza frecuentemente el grupo de élite que
combate a Los Zetas (…) La diferencia de uniforme no sólo es distintiva
del tipo de operación que se va a realizar, sino también de su
desenlace: los operativos de élite con el uniforme oficial y
videograbados, si son exitosos, deben concluir con la presentación de
los detenidos, vivos o muertos. Son acciones propiamente del Estado. Los
operativos negros o “ciegos” son claramente de eliminación de los
objetivos. Son estrategias de exterminio paramilitar.
Juan Ignacio recibe por su trabajo un sueldo de nómina de casi 30 mil
pesos mensuales, un “bono de riesgo” en cada acción que va de 10 a 20
mil pesos adicionales, y una gratificación no cuantificable conocida
internamente como “botín de guerra”, es decir, efectivo, joyas o armas
decomisadas y no reportadas.
No piensa durar toda la vida en el cuerpo de élite de la Armada de México:
“–¿Ofrecerías tus servicios al mejor postor, como soldado privado o
combatiente de élite, como lo hacen los llamados Blackwater (el cuerpo
paramilitar de mercenarios alquilados)?
“–¿Un Blackwater mexicano? No lo había pensado (…), pero no suena mal. De algo tengo que vivir.”
“El Rambo” y La Compañía
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