La Jornada
IFE: dispendio, descrédito y cinismo
En víspera de que
concluya su gestión como consejero presidente del Instituto Federal
Electoral (IFE), Leonardo Valdés Zurita afirmó:
estoy entregando un IFE en mejores condiciones que lo recibí. Se refirió a ese organismo como
una institución consolidaday resaltó que se organizaron dos elecciones federales en las que no hubo
complicación jurídica ni política alguna. A renglón seguido, el funcionario dijo desconocer el monto de su finiquito –el cual, de acuerdo con estimaciones extraoficiales, podría alcanzar 1.7 millones de pesos, a los que habría que sumar 1.5 millones para cada uno de los tres consejeros que también dejan el cargo–, pero sostuvo que ese pago se realizará
en términos de la normatividad aprobada por la Junta General Ejecutivay que se trata de una liquidación a la que por ley tiene derecho.
Las cantidades señaladas resultan doblemente inadmisibles si se cotejan con el desempeño reciente del IFE en su responsabilidad fundamental: organizar procesos electorales equitativos, transparentes y confiables. En efecto, durante los comicios presidenciales de 2012 los integrantes de ese organismo decidieron mirar hacia otro lado ante la puesta en marcha de maniobras tradicionales y sofisticadas de compra y coacción de votos –denunciadas por Andrés Manuel López Obrador desde marzo de ese año–; fueron omisos en sus actividades de monitoreo de los medios de comunicación, desde los cuales se apuntaló la candidatura de uno de los aspirantes a la Presidencia, y, pese al desaseo generalizado y las irregularidades el día de los comicios, los calificaron de
limpiosy
ejemplares, en una clara extralimitación de sus facultades y obligaciones legales.
Por lo demás, el oneroso proceso de recambio de los consejeros del IFE plantea un ejemplo del derroche y la frivolidad imperantes en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial y en los órganos autónomos, cuyos integrantes perciben salarios y otras percepciones insultantes para la mayoría depauperada de la población, emplean el dinero público para dotarse de condiciones de trabajo faraónicas y ostentan sin pudor todos esos beneficios a través de ejercicios de
transparencia administrativa.
Es necesario, ante tal circunstancia, dotar al país de un marco regulatorio que sirva para contener las excesivas percepciones de funcionarios, las cuales convierten el servicio público en un impulsor de las desigualdades del país, y restituya el sentido republicano que debiera prevalecer en la administración pública, sentido hoy eclipsado por el afán de enriquecimiento y de satisfacción de ambiciones personales a costa del erario.
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