¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!
¡Hey! No sólo espían a los presidentes
Ricardo Monreal Avila
El tema del espionaje realizado en México por la agencia norteamericana
de Seguridad Nacional (NSA) está siendo tratado por el gobierno mexicano
de manera equivocada, sesgada y errática.
El punto a considerar es que no solamente se ha espiado al expresidente
Felipe Calderón o al entonces candidato presidencial del PRI, Enrique
Peña Nieto, sino que se ha espiado y seguramente se sigue espiando a 70
millones de mexicanos usuarios de la telefonía celular y a 45 millones
de usuarios regulares de internet y de las redes sociales más populares
en el país como Facebook, Twitter y YouTube.
De ese tamaño es la gravedad de lo denunciado por el exanalista de la
NSA, Edward Snowden, y no solamente que se espió a algunos miembros de
la clase política mexicana, que por lo demás tiene fama de ser sumisa o
altamente colaboracionista con el gobierno norteamericano. Recordemos
que Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría fueron en
su momento informantes de la CIA, antes y durante sus respectivos cargos
presidenciales. En el libro Nuestro hombre en México, Winston Scott y
la historia oculta de la CIA, el periodista Jefferson Morley revela los
nombres clave para los presidentes y funcionarios mexicanos que
trabajaban para él como sus espías. A Díaz Ordaz lo llamó “Litempo2”; a
Fernando Gutiérrez Barrios, antiguo director de la extinta Dirección
General de Seguridad, lo llamó “Litempo 4”, y a Luis Echeverría,
“Litempo 8”. El libro revela también que la idea de la masacre de
Tlatelolco a manos del Ejército fue idea de Díaz Ordaz y que tuvo el
total apoyo de la CIA. Sin embargo, al no informar Scott a la Casa
Blanca sobre la masacre, un año después es removido del cargo como
operativo de la agencia en México.
La tecnología de la que dispone la NSA le permite “peinar” y hacer
“barridos” de millones de llamadas, mensajes SMS, correos electrónicos y
conversaciones de chats supuestamente privados, de manera automática,
sistemática y continua, en cualquier parte del mundo que exista una
comunicación digitalizada inalámbrica o vía satelital. De esta forma,
por ejemplo, y de acuerdo a lo denunciado por Snowden, en Francia se
revisaron más de 70 millones de correos electrónicos en unos días, en
Brasil se le dio seguimiento a las conversaciones de la presidenta de
ese país, Dilma Rousseff, en México se interceptaron más de 85 mil
mensajes de celulares de Peña Nieto y sus colaboradores en 15 días, así
como los correos electrónicos de Felipe Calderón y las comunicaciones de
su equipo de seguridad nacional, mientras que en Estados Unidos los
equipos intrusos de la NSA son capaces de interceptar y monitorear más
de 350 millones de mensajes y correos electrónicos en sólo una hora.
Para esta labor de monitoreo global, la NSA cuenta con la colaboración,
generalmente remunerada, de los gigantes de las redes sociales como
Google, Yahoo, Gmail, Blackberry y YouTube, así como de las compañías
privadas que prestan servicios de telecomunicaciones en los países
vigilados. En este sentido, es altamente probable que Telmex, América
Móvil, Nextel, Movistar y Iusacel, entre otras, estén colaborando o
hayan tenido algún tipo de trato para colaborar con esta labor de
rastreo, monitoreo e intrusión.
En México, por ejemplo, es conocido que el principal insumo de
información e investigación del CISEN, que son las conversaciones
telefónicas, los correos electrónicos y mensajes SMS, se recopila en
estrecha colaboración con las empresas privadas prestadoras de estos
servicios, como Telmex y América Móvil, y por ello no es extraño que
algunos funcionarios de las áreas de espionaje del gobierno al dejar sus
cargos luego aparecen como empleados o asesores privados de seguridad
de estas compañías. Ejemplos sobran.
¿Cómo se “peinan”, “barren” y rastrean millones de llamadas, mensajes y
correos en todo el mundo, cada segundo, cada hora, cada día? Mediante
robots y software especializados que siguen una secuencia: primero
rompen los códigos de seguridad electrónica de una red de comunicación,
como cualquier pirata o “hacker” cibernético; luego revisan palabras,
conceptos y frases clave en una comunicación (como por ejemplo “armas”,
“dinero”, “drogas”, “virus”, “ataque”, “combate”, “terror”, “fuego”,
“incendio”, etc.); posteriormente, seleccionan a emisores de mensajes y
comunicaciones que de manera regular o sistemática utilizan estos
conceptos, para darle un seguimiento puntual; por último, mediante
programas de “redes neuronales”, se arma el rompecabezas de mensajes y
conversaciones de un “emisor sensible”, así como la estructura de
relaciones y comunicaciones de remitentes y destinatarios de ese emisor
seleccionado. Con la información recabada en horas, días y semanas, los
robots y las redes neuronales reconstruyen en segundos la telaraña de
relaciones de un posible terrorista, pero también de un Presidente de la
República, de un inversionista petrolero, de un banquero, de un
sacerdote tibetano o de un ciudadano de a pie a quienes presuntamente la
Ley protege y tutela uno de sus más elementales y sagrados derechos
humanos: la comunicación privada.
Un ejemplo de cómo opera este sistema de rastreo o monitoreo global lo
puede usted ver en acción en la película “La noche más oscura”, donde se
recrea la captura de Osama Bin Laden, el jefe de Al Qaeda, quien
después del 11/S dejó de utilizar cualquier sistema de comunicación
electrónica en su refugio de Pakistán, no así su mensajero y único
enlace con el exterior, quien fue detectado y atrapado a partir de un
correo electrónico, dos mensajes SMS y tres llamadas de teléfonos
públicos, todo en clave, monitoreadas desde Washington.
Por eso suena ridícula y cursi la postura del gobierno mexicano cuando
quiere poner el grito en el cielo por el espionaje del que habrían sido
objeto el candidato Peña Nieto y el entonces presidente Felipe Calderón. Cuando se tiene la bota en el cuello, no se puede gritar muy alto, ya
que el gobierno mexicano hace exactamente lo mismo que ahora reclama a
su contraparte norteamericana (toda proporción tecnológica guardada).
Sería mucho más digno y correcto que el gobierno de México se quejara no
por el espionaje a la clase política y a los presidentes, sino por la
violación al derecho humano a la comunicación privada de millones y
millones de ciudadanos mexicanos usuarios de telefonía e internet, y que
lo hiciera no ante el gobierno de Estados Unidos, sino ante la ONU y
los organismos internacionales de derechos humanos.
Si actuara de esta forma, entonces sí se podría hablar de una auténtica
indignación y reclamo efectivo. Pero quejarse ante el Lobo y pedirle que
por favor no acose más a las ovejas, equivale a practicar un viejo
juego de salón de la política diplomática que se llama “El Tío Lolo”.
ricardomonreala@yahoo.com.mx
Twitter: @ricardomonreala
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