La Jornada
Reformas y legitimidad
Luis Linares Zapata
Para embarcarse en
reformas de fondo se requiere, qué duda, de la consiguiente legitimidad
política que soporte tales pretensiones. Hacer o proponer cambios a la
estructura en cualquier país no es una cuestión que se agote en mayorías
legislativas, ni siquiera entre esas otras, más pesadas aún, de
naturaleza partidaria. Hacen falta variadas concordancias para formar la
masa crítica ciudadana suficiente y contar con el liderazgo requerido
para orientar tal empuje. Las mismas circunstancias juegan en estos
complejos menesteres un rol estelar. La actual es una administración
federal cuya base de legitimidad ha sido cuestionada por sendos partidos
ahora opositores. Incluso los panistas, siempre cercanos y obsecuentes
con el poder en turno desde hace varios quinquenios, afirman que la
misma Presidencia fue adquirida a billetazos (G. Madero).
Al parecer la lección no ha sido procesada debidamente. La pausa que exigen las adecuaciones a las leyes secundarias da la impresión de haber acallado, al menos en parte, la fiera movilización magisterial. Pero recientes acontecimientos, tanto internos ( charrazo en Chiapas) como externos (protestas brasileñas), fuerzan a reconsiderar las pretensiones del oficialismo. Seguir la ruta originalmente trazada para la reforma educativa, pese a los nubarrones ya formados, obliga a poner a buen recaudo las terminantes consejas de algunos organismos multilaterales (OCDE).
Toca ahora el turno a las otras reformas ya encaminadas de acuerdo a la agenda del famoso pacto: la energética y la fiscal. Ambas de trascendencia innegable. Ambas con aspiraciones de insertar en el cuerpo institucional modificaciones profundas que bien pueden ocasionar rupturas con el orden establecido. Ambas, necesitadas de legitimidad a prueba de incertidumbres, desaseos o debilidades argumentativas, por parte de sus proponentes. Actores éstos que, de cierto, lejos están de portar tal fuerza popular y la consistencia técnica en sus alforjas. Poco importarán para estos menesteres los resultados de las elecciones en puerta, aun en el supuesto que éstos puedan reforzar las posiciones priístas.
Los asuntos petroleros y eléctricos, calan muy hondo en el ser colectivo mexicano. No son, ni de cerca, mitos a desterrar, concepciones atrasadas, refugios interesados de populistas, lugares comunes desfasados o retrogradas posturas de provocadores ignorantes. Son parte de la identidad nacional, quiérase o no, y de ello se han dado pruebas por demás consistentes ante las tentativas del oficialismo por ningunearlas. Los resortes anímicos y de identidad que se mueven en ese sustrato nacional no es una cuestión de fanáticos o engañabobos. Es un hálito, ya bien cimentado, que impregna casi todos los demás ámbitos de la vida en común.
La base conceptual que hasta ahora ha esgrimido el gobierno y sus aliados de dentro y fuera es por demás corta, tramposa y sesgada. Alegar carencia de recursos para invertir, aún en el monto de los 150 mmdp, es un dato endeble y un torpe argumento. Ya en los tiempos del panismo calderónico se desplegaron cifras y razonamientos similares que, finalmente, se contrastaron en el Senado. Todos ellos fueron derrotados de manera contundente por las posturas, denuncias y propuestas lanzadas desde la izquierda. Sin duda, de insistir, volverán a estrellarse de nueva cuenta. No contarán con los apoyos masivos indispensables para una aventura privatizante como la que persiguen, hayan presentado o no su propuesta final de reforma. Bien se saben y se conocen, hasta el cansancio, los intereses y las pretensiones que se mueven detrás. Se les volverá a vencer aunque cuenten con los consejos y prestigios de los famosos mercados globalizados.
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