Contralínea
La expropiación petrolera: el “líder”, el director y el presidente
Álvaro Cepeda Neri *
Mientras el Estado laico ha sido atropellado por las visitas de Enrique Peña Nieto a los papas Benedicto XVI y Francisco (una Iglesia como el águila austriaca, de dos cabezas), con lo que ratifica el catolicismo donde se educó hasta culminar en la universidad del Opus Dei, donde obtuvo su licenciatura en derecho natural (como Felipe Calderón en la Escuela Libre de Derecho…, libre, precisamente, del derecho constitucional); aparte de insistir en borrar la separación de Estado e Iglesia, Peña Nieto también ha ido poniendo las condiciones por medio del Pacto por México para llevar a cabo la contraexpropiación petrolera, que pasará por encima de la memoria histórica de la nación –que no es simple pasado–, que en 1938 Lázaro Cárdenas instituyó contra la privatización que imperaba sobre esos mermados recursos naturales –patrimonio de los mexicanos–, mismos que ahora Carlos Romero Deschamps, Emilio Lozoya Austin y Peña Nieto –el “líder”, el director y el presidente– quieren devolver a los empresarios y al capitalismo salvaje del neoliberalismo económico.
“Ni se vende ni se privatiza”, gritó Peña, con otras consignas dirigidas a sus alianzas a diestra y siniestra (del chuchismo oportunista, la ambigüedad del jefe de gobierno de la Ciudad de México, al partido de Televisa, los ecologistas de pose del borrachín del Niño Verde y a los calderonistas del Partido Acción Nacional).
Los reporteros Francisco Reséndiz y Luis Carriles, Érika Hernández y Jorge Escalante y Rosa Elvira Vargas e Israel Rodríguez (El Universal, Reforma y La Jornada,
18 de marzo de 2013), apostados en los alrededores de la refinería de
Salamanca, Guanajuato, nos informaron con sus reportajes-crónicas de “la
fiesta”, adelantada porque Peña se iba a la misa papal donde insistió
machaconamente en su contraexpropiación petrolera.
Lo acompañó el “líder” (de la corrupción) sindical Romero Deschamps (el del junior con Ferrari, la hija con su jet paseando a sus perros, el de las cadenas al estilo de los narcos
colgadas de su voluminoso cuello y el gesto en la cara que acusa el
rostro descompuesto, no por las cirugías como su igual ahora encarcelada
Elba Esther, sino por sus maldades). Es el mismo que le entregó 500
millones de pesos de Petróleos Mexicanos (Pemex) a Labastida y otros 500
millones a Peña para comprar impunidad.
La propuesta de Peña para explotar y
comercializar el petróleo contiene los siguientes cambios: modificación
del esquema de Pemex con carácter productivo (¿?); mayor competencia en
procesos de refinación, petroquímica y transporte de hidrocarburos (¿?);
fortalecimiento de la Comisión Nacional de Hidrocarburos (¿?);
modificación de Pemex en una cadena de proveedores nacionales (¿?);
utilizar a Pemex en la lucha contra el cambio climático (¿?)… Ésta es la
agenda peñista que conduce a la privatización con el disfraz de
“modernizar” a la empresa ya sitiada por los hechos privatizadores.
Esto porque privatizar no significa
únicamente vender empresas gubernamentales a empresarios privados.
Privatizar es entregar el patrimonio de la nación –como Pemex– a
inversionistas que, como capitalistas, se llevarán hasta el 70 por
ciento de la renta derivada de la explotación de pozos, comercialización
del crudo e introducción de Pemex al libre mercado de la globalización,
para que la mano invisible de inversionistas financieros (como
antes de 1938) se apropien de ese recurso no renovable y cada vez más
escaso. Peña es la nueva versión de Miguel Alemán, de Vicente Fox y de
Calderón que, con el “carisma” que resulta del manejo de su imagen en
Televisa, supone que tiene el camino franco para la neoprivatización de
Pemex. Es una maniobra peñista para la desregulación de la industria.
El director de Pemex, el “líder” del
Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana y el
presidente de la República empujan la venta y la privatización de la
empresa con el disfraz de una mayor participación del capital privado.
En la barbarie antidemocrática, quiere el señor Lozoya que no se discuta
“si el petróleo será o no propiedad de los mexicanos” (como consigna en
su nota la reportera Alejandra López, Reforma, 18 de marzo de 2013); e ignora de mala fe
que de eso se trata el asunto: debatir la propuesta de Peña (Luis
Videgaray, Carlos Salinas de Gortari, Pedro Aspe, Pedro Joaquín
Coldwell, César Camacho, etcétera) no solamente en el seno de la
democracia representativa, sino en la democracia directa; cuestionarla,
impugnarla. No puede ni debe entrar al Congreso de la Unión como
anteproyecto legislativo si antes no hay una discusión nacional, que
explique que la propuesta consiste en dejar que Pemex, con el camuflaje
de “modernizarla”, debe ser privatizada con una serie de medidas que
permitan la explotación y comercialización del petróleo.
A cambio de más impunidad, el “líder”
apoyó a Peña y éste, al creerse un nuevo Lázaro Cárdenas para escudarse,
insiste en no decir la verdad implicada en su “modernizar y
transformar” a Pemex, que oculta su privatización y venta a
inversionistas privados. La expropiación petrolera de 1938, y tras los
embates de Fox y Calderón, transita en el filo de la “contraexpropiación
de 2013”, cuando la hazaña de Cárdenas cumple apenas 75 años… Y cuando
Peña nada dice de Romero Deschamps, de la corrupción y voracidad fiscal
que han hecho de Pemex un botín de sus directores, de presidentes de la
República, de los Romero Deschamps y negociantes protegidos que lo saquean.
La alternativa es con la expropiación
petrolera de 1938 o con la “contraexpropiación petrolera de 2013”. Con
Lázaro Cárdenas o con Peña Nieto.
*Periodista
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