Por Esto!
¿La definitiva integración?
Víctor Flores Olea
Lo más normal que ocurra en una Universidad de Estudios Superiores, como la UNAM, es que hay permanentemente intercambio de ideas entre los profesores y con los más avanzados de los estudiantes, originándose ideas y puntos de vista que resultan de pronto esclarecedores y extraordinariamente importantes no sólo porque se acercan a la verdad sino porque iluminan zonas enteras de algunos problemas que no son fáciles de definir y a veces hasta de verbalizar, así es de pronto la carga cultural, política y a veces hasta idiosincrática que marcan los estudios en ciencias sociales, pero diría los estudios en general.
En uno de tales felices momentos de intercambio, porque lo son sin duda, se planteó la cuestión de la actual administración de Enrique Peña Nieto, y el cúmulo de rasgos que la caracterizan y que definen ya en buena medida su sexenio. Desde luego su desnacionalización de los hidrocarburos y de otras riquezas del subsuelo mexicano, pero también la clara dirección que ha tomado nuestro régimen político y económico siguiendo en lo esencial las tendencias globales que preside el imperio, naturalmente como acólitos del mismo y no de ninguna manera como beneficiarios importantes. Tal es el caso: nos conformamos con los mendrugos sabiendo bien que la Tajada del León se la llevan el Imperio y ciertos grupos sociales y que nosotros, si bien nos va, apenas actuamos como un “Estado Asociado”.
La frase cayó como un rayo entre los profesores y estudiantes reunidos informalmente, pero en cada uno se alumbró el misterio que parecía indescifrable: la administración de Enrique Pena Nieto, su estilo de hacer política y sus decisiones encajaban plenamente en ese proyecto de nuestro país que, todo indicaba, había sido definido no internamente por nuestras fuerzas y tradiciones soberanas sino que lo había sido, evidentemente, por el país del norte. No es este un tiempo de conquistas militares ni mucho menos, pero sí es una época de economía globalizada en que los intereses económicos de los más fuertes se imponen férreamente a los más débiles, negando y atropellando vilmente la soberanía de esos países, de nuestros países. No, no se trata ahora de dominar o gobernar por las armas sino de controlar por la economía, de “construir” un “aparato” en que sólo quepan los previamente designados por las cabezas de las corporaciones y en que esas partes designadas cumplan invariablemente con las funciones señaladas previamente. Incluso, en esa “integración”, podrá haber hasta mejores salarios y más asalariados, pero en un marco en que la nación ya no nos pertenece, sino que apenas es un hábitat en el que desempeñan sus funciones explotadoras comandadas por otros y hasta en otras regiones del mundo. Claro está que un cambio de esta naturaleza requiere de una fina y persistente tarea previa: Estados Unidos se ha dedicado a lo anterior durante décadas y Peña Nieto respondió recientemente, en la oportunidad, presidiendo hace unos días el viaje de 100 estudiantes mexicanos que irían a Estados Unidos a cursar posgrados en distintas universidades de excelencia de ese país.
Tal es hoy la primera estrategia de dominación planeada y ejecutada ya por la potencia. Nada es improvisado, todo está preparado y en vías de ejecución. Nuevas formas de dominación pero sí atención estricta a las rebeldías eventuales, que pueden pagarse duramente. En otras palabras, seguimos un rumbo opuesto a la Grecia del camarada Tsiparys que podría pasarla muy dura durante un tiempo importante pero que en el futuro, ojalá no tan lejano, puedan volver a satisfacer sus necesidades más elementales y volver a gozar de los dones de su magnífica tierra.
Pero claro, ahora son los insaciables bancos que se oponen a una racionalidad generosa sin la cual otro país más pasará por sufrimientos indecibles, por lo que ya han pasado a muchos otros países en muchos continentes. En estos días previos a la decisión última, habría muchos datos que nos harían pensar en que la destrucción se impondrá una vez más en nombre del egoísmo y la avidez. Hasta cuándo se prolongará esa rutina de crueldad y barbarie. Mientras no cambie el mundo radicalmente todo indica que los bancos, prácticamente por igual, seguirán con su obra de destrucción implacable.
Ahora llegan a México algunas miradas de lástima y desprecio combinadas, ya que todavía hace unos años nuestro país era un baluarte latinoamericano de resistencia, soberanía e independencia. Ahora nuestros amigos del sur ven que hemos perdido esos atributos por haber decidido ver al norte de manera tan exclusiva y fija. ¿Para obtener mayor riqueza? Es posible, pero una riqueza cada vez más injusta y desproporcionada, mal distribuida, una riqueza que simplemente hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres.
Pero hay que decir que los ricos y sus bancos también se equivocan frecuentemente. Por definición, acumular riqueza no puede ser tarea infinita. La historia ha mostrado ya en muy diversas ocasiones la manera en que la riqueza entra en contradicción consigo misma y se autodestruye, hasta casi llegar a la nada. Las crisis de sobreproducción serían los típicos ejemplos de esta aberración, con sus ejemplos históricos en 1929 y 2008. La avidez destruye a la avidez y la deja sin frutos, salvo el sabor amargo del fracaso y la derrota.
El problema es que la destrucción de la riqueza material trae consigo inevitablemente la destrucción de la riqueza espiritual, vale decir, de los valores, de las tradiciones más sanas, de la solidaridad y de la capacidad de sacrificio por el “otro”. Es decir, la destrucción de la riqueza y la desigualdad social ponen a las sociedades al borde del abismo, de su descomposición profunda, todo lo cual exige una renovación de raíz, tal es la necesidad profunda que vivimos en este mundo tan destruido por la riqueza y por su moral de acumulación. ¡La prioridad de prioridades!, debiera proclamarse en el mundo entero: ¡combatir la desigualdad entre los humanos y terminar con sus desigualdades abismales!
No hay comentarios:
Publicar un comentario