jueves, 30 de julio de 2015

La desigualdad del país es estructural

¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!

¿Crecer o distribuir?
Ricardo Monreal Ávila

La desigualdad es el principal problema estructural del país, desde su independencia. Ha sido causa y efecto de los principales movimientos sociales durante más de dos siglos. También ha inspirado infinidad de programas de gobierno y discursos políticos, que si se aplicara el 10 por ciento de lo que en ellos se ofrece, ya hubiésemos resuelto la mitad del problema.

La desigualdad del país es estructural porque atraviesa de manera horizontal y vertical a la nación. Tenemos un Norte desarrollado y un Sureste empobrecido; un Centro pujante y un Occidente y un Bajío que empiezan a despuntar. El México urbano es más dinámico y diverso que el México rural. Mientras que el centro del país concentra una quinta parte de la población nacional, a costa de regiones enteras que empiezan a despoblarse.

La desigualdad económica acentúa las diferencias geográficas. El PIB del país descansa en un 70% en el sector exportador, mientras que el mercado interno aporta apenas el 30% restante. El 80% del empleo formal se genera en seis ramas de la economía, mientras que 6 de cada 10 personas que laboran lo hacen en la informalidad. La mano de obra también se paga de manera desigual: una mujer gana menos que un hombre por el mismo trabajo desempeñado. Un niño trabaja hasta 16 horas en el campo para ganar lo que un adulto obtiene en 8 horas en la ciudad, siendo ambos trabajos mal pagados. Mientras que la educación que recibe un niño en una primaria de Oaxaca es tres veces más deficiente que la de un niño en una escuela del Distrito Federal, aunque ambos reprobarían Matemáticas frente a un niño coreano de la misma edad.

La mano de obra, el trabajo, la única fuente de riqueza y bienestar para millones de familias mexicanas, es una mercancía devaluada, depreciada y cada día menos valorada en la economía mexicana. Cada vez se trabaja más, y lo que se gana con ese trabajo alcanza para comprar menos. Esta desigualdad estructural es la mayor fuente de falta de competitividad de nuestra economía y es el principal lastre que impide a nuestro país obtener un mejor desempeño económico.

Hace apeas unos días, Oxfam y Coneval advirtieron del crecimiento de la desigualdad y la pobreza en el país. La primera es una organización no gubernamental con presencia en 90 países, cuyo objetivo es “trabajar con otros para combatir la pobreza y el sufrimiento”. La segunda es una instancia gubernamental que evalúa los programas oficiales contra la pobreza.

En su informe “Desigualdad extrema en México: concentración del poder político y económico”, Oxfam señala que “Mientras la riqueza de los 4 millonarios más ricos de México representa ya el 9% del PIB mexicano, la mitad de los mexicanos permanece en pobreza. Es decir, más de 50 millones de mexicanos y mexicanas. Sin embargo, el dato llamativo es que si bien el número de los milmillonarios prácticamente se mantuvo estable en los últimos 17 años, la magnitud de sus fortunas se incrementó exponencialmente. Entre el año 2002 y hoy las cuatro principales fortunas del país han pasado a multiplicarse por cinco”.

La directora de Oxfam México, Consuelo López, al presentar el informe señaló: “Vemos con preocupación la excesiva influencia de los poderes económicos privados en la política pública, y es alarmante observar la interferencia que esto implica para el ejercicio de los derechos ciudadanos. Por ejemplo, mientras que la riqueza de los multimillonarios mexicanos se multiplica por cinco, el 48% de las escuelas públicas carece de acceso a drenaje; el 31% carece de acceso a agua potable; el 12.8 no cuenta con baños o sanitarios; el 11.2% carece de acceso a agua potable.

Por su parte, el Coneval advierte sobre el aumento de dos millones de nuevos pobres en los primeros dos años del actual gobierno (2013 y 2014), siendo los más afectados los sectores de clase media baja, que han descendido en sus ingresos y en su calidad de vida.

“Entre 2012 y 2014 el porcentaje de población en pobreza subió de 45.5 a 46.2 por ciento… La población en pobreza aumentó de 53.5 a 55.3 millones de personas”. El factor atenuante de este informe es que el porcentaje de la población en pobreza extrema se habría reducido en 100 mil personas: de 11.5 a 11.4 millones de personas. Un mejoralito para el cáncer social que padecemos.

En estos dos años, de acuerdo al Coneval, la pobreza en el medio rural habría disminuido de 61.6 a 61.1 por ciento; sin embargo, en el medio urbano se incrementó en 1.1 al pasar de 40.6 a 41.7 por ciento. El aumento de la pobreza afecta por igual a mujeres y hombres, siendo más pronunciado en estos últimos; mientras que por grupos de edad, la población en edad de trabajar (18 a 64 años) es la que más creció. Otro dato significativo es que las personas pobres con alguna discapacidad aumentó 2.9 por ciento contra el 0.8 por ciento de las personas pobres sin discapacidad.

El coeficiente de Gini, que condensa el nivel de desigualdad general en un país, aumentó de 0.498 a 0.503, lo que refleja el avance de la concentración del ingreso nacional, expuesto en el reporte de Oxfam.

El avance de la pobreza en los últimos dos años tiene que ver con la pérdida real del ingreso en las familias. Esto revela que los avances en los indicadores macroeconómicos, que durante las últimas dos décadas ha sido el timbre de orgullo de la política económica ortodoxa, se empiezan a desgastar. La gente podrá tener trabajo, pero no le alcanza lo que gana. Podrá haber más ventas de autos, pero la clase media empieza a padecer hambre. Podrán bajar las ejecuciones, pero el caldo de cultivo de la violencia social (la pobreza, la impunidad y la corrupción) se extiende a más regiones.

En materia de combate a la pobreza, estamos retrocediendo y no avanzando. Ello obliga a revisar los paradigmas ortodoxos de la actual política económica que durante años ha considerado que primero debe generarse la riqueza y después distribuirse, porque no se hace justicia distribuyendo pobreza. Sin embargo, cada vez está más claro que producir riqueza sin distribuirla, termina concentrándola en pocas manos y ahogando al resto de la economía. Así como no es justicia distribuir pobreza, tampoco lo es concentrar la riqueza. Por ninguno de los dos caminos se llega al crecimiento y al desarrollo social.

El paradigma correcto no es determinar qué es más importante, crecer o distribuir, sino entender que la mejor política económica es aquella que busca crecer distribuyendo la riqueza o que distribuye la riqueza impulsando el crecimiento económico. Crecer distribuyendo y distribuir creciendo, ese es el verdadero paradigma.

ricardomonreala@yahoo.com.mx
Twitter: @ricardmonreala 

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