¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!
La necesaria unidad de la izquierda
Víctor Flores Olea
Evidentemente es una necesidad planteada para el futuro, con mayor o
menor lejanía, porque al momento es algo que parece escapar a las
posibilidades de nuestra actual realidad política. Y esto se puede
afirmar no obstante que en las últimas elecciones presidenciales Andrés
Manuel López Obrador obtuvo el segundo lugar con un total cercano a los
16 millones de votos (Enrique Peña Nieto habría logrado un poco más de
19 millones, según los resultados oficiales), que es una cifra
impresionante en el conjunto, sin olvidar que en 2006 el propio López
Obrador fue también el segundo candidato en número de votos, según los
resultados oficiales, apenas unos 250 mil por debajo de Felipe Calderón.
Nos
encontramos pues con el fenómeno, inédito antes en México, de que la
izquierda obtuvo en las dos últimas elecciones presidenciales una
cantidad de votos muy próxima a la de los ganadores “oficiales” (cuando
hay además una amplia sospecha de que en ambas ocasiones la cifra
oficial estuvo incrementada artificialmente, es decir tramposamente, en
alguna medida). Pero sin regresar a esta discusión subrayamos una vez
más el poder innegable de una izquierda que, desafortunadamente en el
plano de la realidad política, no tiene toda la presencia e influencia
que indicaría la innegable abundancia de sus votos al menos en las dos
últimas justas electorales para la Presidencia de la República. Hay allí
una desproporción que es preciso compensar y que resulta uno de los
retos más importantes a que se enfrenta la poderosa izquierda y la
democracia mexicana.
¿En qué o en dónde reside la falla? En una visión inmediata el problema
parece residir sobre todo en la división “partidaria” de la izquierda o
de las izquierdas, hasta el año pasado con filiación cuando menos en
tres organizaciones: el PRD, pero también el Partido del Trabajo (PT) y
el Movimiento Ciudadano (MC). Situación que probablemente se verá
agravada en el futuro por la conversión de “Morena” en partido político
reconocido formalmente (¿O es un camino de solución, en la medida en que
el nuevo partido político derivado de Morena sea capaz de atraer a sus
filas, o a la votación de sus candidatos, a un número importante de
ciudadanos que hoy forman parte de los otros partidos de la izquierda?)
La posibilidad siempre existe aun cuando su cumplimiento no sea ni tan
claro ni tan evidente.
Por supuesto que en esta reflexión está inevitablemente mezclada la
personalidad de los candidatos, y tratándose de la izquierda,
concretamente la de Andrés Manuel López Obrador, que ha sido el factor
principalísimo, sin duda, del muy alto número de votos en favor de la
izquierda en las dos últimas elecciones presidenciales. La principal
reserva del liderazgo de la izquierda parece recaer en Marcelo Ebrard,
más allá de los azares que le depare su futuro como funcionario
(¿presidente del PRD?) ¿Y el papel de Morena en el futuro unitario de la
izquierda?
Pero aparte de las circunstancias señaladas, parece absolutamente
necesario que en el próximo futuro la izquierda mexicana ponga en
primerísimo lugar de su agenda el de la unidad. Y esto, por diversas
circunstancias, tal vez no sea tan sencillo, entre otras razones porque
ya a un año de las últimas elecciones presidenciales no parece surgir o
plantearse sino por excepción ese tema imprescindible de la unidad de la
izquierda.
Me parece imprescindible el tema porque sin realizarlo de alguna manera
no parece nada fácil (como ya se ha demostrado) acceder por la vía
electoral a la Presidencia de la República. Tanto desde el punto de
vista geopolítico como de la composición de los principales intereses
del país, parece México configurado y digamos predestinado ya, al menos
por un tiempo histórico, a formar parte del bloque norteamericano del
capital, con Estados Unidos a la cabeza y Canadá. Este significado es el
que ha cobrado ya claramente la presidencia de Enrique Peña Nieto, que
además fue confirmado rotundamente en la reciente visita de Barak Obama a
México.
Hacer explícita esta pertenencia geopolítica y de intereses de México en
el momento presente creo que fue el real significado profundo de la
visita de Barak Obama a México, todo ello construido explícitamente
desde hace décadas, cuando menos desde los sexenios de Carlos Salinas,
Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón. Esa construcción de
pertenencia política de México al norte, unida al fuerte alejamiento
mexicano de la recomposición de América Latina, explica con bastante
exactitud nuestra posición política actual (esperar el mayor beneficio
de nuestra alianza más que virtual con Estados Unidos y en general con
el norte del globo), y nuestro alejamiento de los países del sur hacia
los cuales hay desconfianza o al menos muchas dudas de que
históricamente obtengamos beneficios apreciables de esta liga con el
sur.
Los hechos, sin embargo, parecen negar esta visión simplista. Es verdad,
en un sentido nuestra vecindad con Estados Unidos debiera traducirse en
beneficios constantes y sonantes para México. El carácter de dominación
imperial que define la estructura del poder capitalista en ese país no
hace tan claras esas posibles ventajas; históricamente se ha traducido
más bien en la sumisión que cobra la figura de una tremenda
concentración de capitales en nuestro país, ampliamente vinculados a los
intereses del norte, y en un tipo de economía que ni de lejos aspira a
resolver los problemas de las más amplias masas populares. Cuando menos
ha sido así hasta el momento.
Por el otro lado, la información aplastante que nos llega del sur
continental es que los países de esa parte del mundo, en su conjunto,
han logrado en la actualidad un crecimiento que supera fácilmente al de
nuestro país. Resulta imprescindible entonces diseñar un “modelo” de
crecimiento y desarrollo que no ponga “todos los huevos en la misma
canasta” (como en la práctica fue el TLC), y que busque más bien la
diversificación y la autonomía en el desarrollo mexicano, como han
procurado hacerlo con éxito los países del sur continental.
La unidad de la izquierda es imprescindible para lograr entonces un modelo de desarrollo más autónomo y eficaz.
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