¡¡Exijamos lo Imposible!!
Proceso
Mezquindad ante el dolor
Para ningún periódico ameritó ser tema de portada. Algunos
automovilistas en Jalapa, Veracruz, tocaron el claxon para exigirles que
dejaran de obstruir la calle. No pocos directivos de medios de
comunicación demandaron a sus reporteros no participar en la protesta. Y
la mayoría de la sociedad civil fue indiferente. Estas fueron las
respuestas predominantes a las marchas del pasado 28 de abril para
exigir un cese a las agresiones contra la libertad de expresión.
No
es diferente el trato de la sociedad hacia la Asociación Mexicana de
Niños Robados, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, Bordar
por la Paz, Padres de la Guardería ABC y decenas de organizaciones
civiles que intentan poner de su parte para frenar la vorágine de
abusos, corrupción, impunidad y violencia que dinamitan el país.
“Las
marchas no sirven para nada”. “Los periodistas no son noticia”. “El
narco se detiene legalizando la droga”. “Hay que proponer y no andar de
revoltosos”. Bajo la lógica de que mientras no me pase a mí es un
problema lejano, los pretextos y la indolencia forman parte de la
posición de vida generalizada ante el diluvio de sangre que pudre a
México.
Este es uno de los países más peligrosos para ejercer el
periodismo. La Comisión Nacional de Derechos Humanos ha contabilizado en
los últimos doce años 82 homicidios contra periodistas, 18
desapariciones y 33 atentados contra medios de comunicación. Tan sólo el
año pasado se registraron ocho asesinatos y cuatro desapariciones. En
lo que va de 2013 suman seis agresiones físicas, cinco secuestros, cinco
ataques y un homicidio. No son simples números o estadísticas. Hablamos
de viudas, huérfanos, tortura, horas de dolor, desesperación y vidas
mutiladas.
¿Merecen los periodistas un trato privilegiado? Desde
luego que no, hablamos de ciudadanos con los mismos derechos y
obligaciones que los demás. Sin embargo, agredir a un reportero es
atentar contra la libertad de expresión. Cada comunicador asesinado es
una voz silenciada, un triunfo de la violencia. Muchos periódicos
incluso han decidido no informar más sobre las actividades del
narcotráfico, el caso más reciente es Zócalo, de Coahuila.
Sobran
puntos geográficos donde los habitantes no son informados sobre el nivel
de agresiones que se cometen en su contra, siendo Nuevo León,
Tamaulipas, Coahuila y Veracruz los casos más visibles. En respuesta, se
han conformado iniciativas ciudadanas para mantener comunicada a la
sociedad, como el caso de la página de Facebook “Valor por Tamaulipas”,
que advierte a sus lectores de secuestros, actividades irregulares y
crímenes cometidos en el estado. Pero ni siquiera los llamados
“periodistas ciudadanos” se salvan de las agresiones, el administrador
de dicho sitio ha sido amenazado de muerte y en 2011 fueron asesinados
cuatro informadores de redes sociales en Nuevo Laredo, dos colgados en
un puente y un par más decapitado.
El vacío de los dueños de los
medios de comunicación y las “grandes figuras de opinión pública” a la
marcha de periodistas contribuye a reforzar la agenda del poder y
robustece la impunidad de los criminales. ¿Dónde estaban todos esos
hombres trajeados que pregonan defender la verdad en sus anuncios
radiofónicos?, ¿Dónde se encontraban los dueños de esos medios que le
presumen a sus lectores ser unos paladines de la democracia? Son los
mismos hipócritas que se venden como “imparciales” pero reprimen a sus
trabajadores, les pagan sueldos míseros, cortan su libertad de expresión
y anualmente les mutilan sus prestaciones. Son los que sexenio a
sexenio alaban al presidente entrante y queman vivo al saliente. Son los
privilegiados de solapar la corrupción.
La enclenque solidaridad
de la sociedad civil hacia los periodistas es la misma indiferencia que
sufren las decenas de organizaciones que luchan por ponerle un alto al
sufrimiento y los dolores del país. Vemos las desnutridas
manifestaciones de los familiares de las víctimas del narcotráfico, de
los comuneros que defienden sus tierras, de luchadores ambientalistas
tildados de “revoltosos” y de voceros que invitan a aniquilar a los
grupos ciclistas que buscan ciudades más limpias.
La lógica
predominante es ridiculizar a quien ve por su prójimo. Lo que vale, de
acuerdo con los valores de esta época, es el individualismo, trabajar
todo el día para adquirir baratijas con tarjeta de crédito, moldear el
cuerpo, y “ser alguien en la vida”. Y eso, desde luego, es absolutamente
incompatible con ser solidario con el marginado y el agredido.
Mientras
tanto, el discurso del poder se ha vuelto a modificar. Para el gobierno
de Enrique Peña Nieto la violencia de los grupos criminales no es un
tema importante. Hay que hablar de lo bonito, de las galletas Quaker, de
las virtudes de Rosario Robles y las hermosas playas del país. Es la
misma retórica de la visita de Barack Obama a México. Para ellos la
violencia es tema archivado.
Sólo que, en el día a día, el asfalto
de nuestras ciudades aún amanece con descuartizados. Los migrantes
centroamericanos siguen padeciendo un doloroso infierno a su paso por el
país. Los jóvenes vulnerables son aspirados por la perversa máquina de
los grupos criminales. “Los Zetas” continúan imponiendo su crueldad en
los puntos que controlan y el “Chapo” Guzmán tiene terreno libre para
circular por donde quiera. Nada ha cambiado.
Es, cuando menos, un
acto de estupidez reproducir el discurso de olvido del poder. Salvo
contadas y poderosas excepciones, todos y cada uno de nosotros estamos
expuestos a sufrir una tragedia vinculada con los grupos delictivos. No
hay quien se salve. Por lo anterior, es un suicidio colectivo bularnos y
dejar morir a cualquier iniciativa que contribuya a ponerle un freno a
la vorágine carnicería en que se ha convertido México.
Dejar solos
a los periodistas, a las madres, a los huérfanos, a los migrantes, a
los comuneros, a los ecologistas, a los ciclistas, a los sacerdotes
combativos y a los defensores de los derechos humanos es levantarle la
mano a los verdugos de la muerte. La indiferencia individual es un paso
más hacia el suicidio colectivo.
www.juanpabloproal.com
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