Contralínea
Ni de lejos, Obama es Lincoln (ni mucho menos Peña es Juárez)
El terreno ganado por una generación, puede ser perdido por la siguiente
Herbert AL Fisher, Historia de Europa
Se pueden aprovechar otras experiencias históricas y, cambiando lo
que se tenga que cambiar, implantarlas sobre todo para los nacientes
Estados donde se constituyen sociedades que, con medios jurídicos,
generan sus gobiernos para conquistar fines políticos, económicos y
sociales-culturales, afianzadas en sus tradiciones rescatables. Pero no
hay imitaciones ni ciclos, como postulan quienes catearon el encanto de
la “astucia de la razón” de Hegel y el hegelianismo de derechas al que
se afiliaron Oswald Spengler, Arnold Toynbee y demás seudohistoriadores
de “tijeras-y-engrudo” (Robin G Collingwood, Idea de la historia; Ensayos sobre la filosofía de la historia y El nuevo Leviatán: hombre, sociedad, civilización y barbarie).
Aunque lo parezca, nada se repite en el curso de la humanidad. Y cada
pueblo, cada nación, son singulares al crear su pasado y su presente que
es el único futuro inmediato.
“Otros, más sabios y más eruditos, han descubierto en la historia
una trama, un ritmo, un modelo predeterminado. Estas armonías han
permanecido ocultas para mí. Sólo me ha sido posible ver las crisis
sucediéndose como las olas una a otra, los grandes hechos singulares,
con los que pueden establecerse generalizaciones porque son únicos, y
una sola ley segura para el historiador: la necesidad de reconocer en la
evolución de los destinos humanos el juego de lo contingente y de lo
imprevisto (…) el pensamiento y la acción humanas pueden correr por
cauces que conducen al desastre y a la barbarie” (Herbert A L Fisher).
Son crisis que conllevan a revueltas, revoluciones, golpes de
Estado, contrarrevoluciones, combates por las libertades que no han caído del cielo
sino que han sido duramente conquistadas, y una y otra vez
reconquistadas. Democracia y republicanismo. Democracia directa del
pueblo que reclama sus derechos, impugna decisiones y manifiesta sus
desacuerdos; más democracia indirecta o representativa y la posibilidad
para deshacerse de los malos gobernantes sin derramamiento de sangre o
con violencia. Los estadunidenses viven una crisis general, donde su
capitalismo está en el centro de gravedad. Y Barack Obama no es Abraham
Lincoln. Los mexicanos sobreviven a una profunda crisis política,
económica y social. Y Enrique Peña no es Benito Juárez. Estos dos
presidentes se visitan. El de allá viene por lo que siempre han querido y
obtenido los estadunidenses: recursos naturales, mano de obra barata y
un patio trasero con menos paz de los sepulcros.
Obama vino a nuestro país (“Una visita más”, la llamó en su ensayo
periodístico el historiador Lorenzo Meyer) a lo que antes y después de
Lincoln quieren los estadunidenses. Y es que los presidentes de aquel
país sí defienden los intereses de su país. Así, antes y después de
Juárez, los presidentes mexicanos, con excepción de Lázaro Cárdenas, han
sido entreguistas; de labios para fuera muy entrones y hasta patriotas y nacionalistas. Pero en los hechos son proestadunidenses (como algunos otros mal nacidos aquí fueron pro madre patria
y pro Maximiliano). El lenguaje bastante servil de Peña y el gesto
angustiosamente temeroso en su cara, a cambio del supuesto “apoyo” de
Obama que permanecía tranquilo (como que sabe a lo que vino), y quien ni
de lejos ni de cerca es Lincoln. Y Peña ni siquiera se aproxima a
Juárez.
El inquilino de la Casa Blanca vino de pisa y corre,
celebrado en Televisa y la misma Embajada estadunidense por sus
“bestias” y sus miles de guardaespaldas, entre marinos, soldados,
policías y espías de la Oficina Federal de Investigaciones y la Agencia
Central de Investigaciones (FBI y CIA, respectivamente, por sus siglas
en inglés). Es el petróleo lo que le importa a Obama; los indocumentados
tratados como esclavos (¡oh, Lincoln!), sus exportaciones, la venta de
armas a las delincuencias nativas, el envío de dinero sucio y
México sometido a Canadá y Estados Unidos de América. Y como no se
repite la historia, éstos son otros tiempos en los cuales los mexicanos
seguimos sin tener un presidente, ya no de lejos como Juárez o como
Lázaro Cárdenas, sino al menos (si conociera la historia mexicana),
capaz de ir más allá del reformismo y gobernar en beneficio del pueblo
para conciliar y hacer valer aquella máxima de Juárez: “el respeto al
derecho ajeno es la paz”; y que sea efectiva “la democracia del pueblo,
por el pueblo y para el pueblo”.
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