¡¡Exijamos lo Imposible!!
Proceso
Regresa el ‘besamanos’ presidencial en el Día del Trabajo
MÉXICO, D.F. (apro).- En el Día Internacional del Trabajo, el
gobierno de Enrique Peña Nieto, los dirigentes de los grandes
corporativos gremiales y de las cámaras patronales se fundieron en
elogios, manifestaciones de mutuo apoyo y de respaldo a las iniciativas
presidenciales.
Reedición de un ritual que hasta hoy se creía
cancelado. Es cierto que atrás, en la historia, quedaron las
concentraciones masivas en el Zócalo y el desfile que saludaba un
presidente parapetado en el palco central de Palacio Nacional.
Hoy, petite committee,
la representación de los “factores de la producción” y el rector de sus
relaciones tuvieron por escenario el salón Adolfo López Mateos de la
residencia oficial de Los Pinos.
El acto transcurre
apropiadamente, como marcan los cánones de la hegemonía política:
Alfonso Navarrete Prida, el secretario del Trabajo que festina la (su)
convocatoria de trabajadores y patrones a un acto de gobierno –cancelado
el sexenio pasado– y promete respeto a la autonomía sindical; un
veterano dirigente obrero, Joaquín Gamboa Pascoe, que expresa su total e
incondicional apoyo al presidente, no sin condenar a los maestros que
protestan contra la reforma educativa; una patente empresarial de apoyo a
las reformas que impulsa el nuevo gobierno, en voz del dirigente de los
industriales, Javier Funtanet Mange.
En el centro de todo, el
presidente Peña Nieto luce la imagen del desenfado: no lleva corbata,
como no la llevan tampoco el secretario de Gobernación, Miguel Ángel
Osorio Chong, ni el de Hacienda, Luis Videgaray, ni el del Trabajo. Como
no la lleva tampoco el populoso presídium integrado para la ocasión,
salvo por algún despistado prófugo de la troqueladora.
La consigna presidencial es clara. Los asistentes son quienes “mueven a México”. Si no fuera por el impasse de estos días, el Pacto por México sería referencia obligada, pero esta vez, el presidente lo omite.
El
que se anima es Gamboa Pascoe, para quien los trabajadores reunidos
esta mañana en el Zócalo expresaron “su lealtad al señor presidente, su
simpatía por él” y enviaron por su conducto un mensaje:
“Dígale al
señor presidente que, sin contar nosotros nada respecto al Pacto por
México que con tanta prudencia ha manejado y sigue manejando, de siempre
el pacto lo tiene con los trabajadores y que siempre, los trabajadores,
le responderemos de ese pacto”.
Ni Mexicana ni Elba Esther
En
este escenario –ornamentado con mamparas gigantes que cada evento lucen
imágenes evocativas de la ocasión y esta vez muestran una costurera
alimentando su miopía y tres obreros que sonríen con un fondo de
chimeneas industriales que alguna vez fueron la imagen de la
modernidad–, la concurrencia viste de todo, menos overoles, cascos o
botas de seguridad.
La prenda precisa: un abrigo a tres cuartos,
de piel, con un parche-escudo de la CTM colocado a la altura del
corazón, es lo que el orador de los trabajadores, Joaquín Gamboa Pascoe,
luce para la ocasión.
Es el ambiente natural de los trajes negros
y las gafas oscuras, de las alhajas resplandecientes y los
prendedores-escudo sindical; de los veteranos del corporativismo y de
“las compañeras”, esas mujeres voluptuosas que desbordan sus
empequeñecidas prendas, vestiditos apenas, sonrientes y solícitas, a las
que no se les escapa el presidente para posar junto a él ante la mira
de una cámara de teléfono celular. Eso será al final.
Antes de
iniciar el acto, un hombre calvo, de edad avanzada y gafas oscuras,
recorre el recinto con naturalidad. Sus pasos lo llevan a donde un
hombre menudo le explica algo en actitud sumisa. El de las gafas le
acaricia el rostro con su mano derecha, como un padre o un abuelo que
consuela a un pequeño y, el acariciado, como un pequeño, sonríe
complacido.
Lo paternal no está en el ánimo de Carlos Romero
Deschamps, sentando en segunda fila casi junto al de las gafas. Como
Víctor Flores, el ferrocarrilero; como Abel Domínguez, de la CTC (el de
las gafas oscuras); como Roberto Ruiz Ángeles, de la CMS.
Al
frente, sólo aparece Gamboa Pascoe junto a Peña Nieto y, en el extremo,
Isaías González Cuevas, el senador y líder de la CROC.
Una forma
diferente de conmemorar el Día del Trabajo dirá Peña Nieto sobre el
acto. Y una diferencia es notoria: no están los sindicalistas de
Mexicana de Aviación, que en estos días negocian su cesantía forzada; no
está en la concurrencia Napoleón Gómez Urrutia, el del sindicato minero
en autoexilio en Canadá.
Tampoco Martín Esparza, el de los
electricistas, que ya ni centro de trabajo tienen y, por supuesto, menos
la profesora Elba Esther Gordillo, pues languidece en la cárcel.
Estar aquí, dice Gamboa Pascoe, es un honor que se atiende siempre que el presidente convoque.
“Amigos de los empresarios”
Las
buenas relaciones obrero-patronales son mencionadas aquí por todos.
Navarrete Prida lo sintetiza: están para revalorar, reconocer y
agradecer el esfuerzo y la tenacidad de los trabajadores que luchan por
dignificar sus centros de trabajo, hacerlos más productivos y participar
en el avance económico del país.
Las líneas discursivas de
Navarrete abundan en los conceptos más valiosos para la empresa:
competitividad, productividad, calidad. Conceptos convergentes en el
discurso de Funtanet Mange y en el de Peña Nieto.
El mandatario
federal lleva la terminología del mundo del trabajo en su retórica de
teleprompter: la tranquilidad laboral, cuarto eje de su política
laboral, será posible en la armonización de los derechos fundamentales
de los trabajadores y la competitividad de los patrones. Buscará la
“democratización de la productividad”.
También se propone abatir
el empleo informal que acapara a 60% de los trabajadores, como un
postulado de apariencia: “La formalidad en el trabajo debe ser el nuevo
rostro de México”.
Cientos de soldados y guardias presidenciales
custodian esta sección del Bosque de Chapultepec, a donde el vapor de
los gases policiacos no llega, ni los rostros ensangrentados se ven, ni
hay vidrieras rotas, ni se incendian oficinas de partidos políticos, ni
las consignas de repudio se oyen. Eso aquí no existe.
Y, según
Gamboa Pascoe, tampoco existe en el país, ni siquiera por las protestas
magisteriales contra la reforma educativa, el primer paso del presidente
que nos hará un mejor país.
Por si faltara, “sin entrar en
consideraciones de quienes por intereses bastardos han querido dar la
impresión de agitaciones en algunos lugares, que no trascienden pues
México está seguro de su destino y de sus propósitos”.
Para Gamboa, el presidente busca un México justo, satisfacer las necesidades mínimas de los trabajadores, un mejor país.
Los trabajadores y patrones responden. No podría avanzarse si están en conflicto:
“Antes
se fincaba en el enfrentamiento, en el pleito, en la diferencia. Ese no
era un sistema para que creciera la relación, la industria, ni los
trabajadores. La CTM desde hace años practica la nueva cultura laboral,
en la que lleva la relación mediante el diálogo, sus contratos, sus
condiciones, crea confianza, nos hace amigos, porque nosotros somos
amigos de los empresarios”.
El ‘table dance’
En
segunda fila, al fondo del presídium, el senador y dirigente petrolero
Carlos Romero Deschamps luce desencajado. Cuando Gamboa habla de los
disidentes, Peña Nieto mantiene su dedo índice como apoyando el rostro
en actitud atenta; Osorio Chong se observa petrificado; Videgaray ríe y
bromea con Gerardo Gutiérrez Candiani, el presidente del Consejo
Coordinador Empresarial (CCE).
Pero a Peña Nieto el tema le es
indiferente en su discurso, aunque ofrece un espacio permanente para el
diálogo y los cuatro ejes, que parten de su interés por generar
condiciones de igualdad y no discriminación.
Gamboa Pascoe le había adivinado el pensamiento.
“Cuando
el señor presidente echa a caminar la nueva Ley Federal del Trabajo
(LFT), se preocupa porque haya formas de contratación que le den acceso a
los jóvenes, principalmente, porque con jornadas disminuidas y medias
jornadas pueden seguir estudiando.
“Porque señala la necesidad de
que las mujeres tengan los mismos derechos de los hombres, porque
todavía existen algunos abusivos que las hacen menos en su remuneración y
las atacan en su decencia”, dice el hombre que hace unos años fue
objeto de un espectáculo de table dance en un congreso cetemista.
Por
lo demás, el nutrido presídium apenas cuenta entre sus filas a una
mujer, que no va como sindicalista ni como empresaria ni como
funcionaria federal, pues se trata de la diputada Claudia Delgadillo. Es
decir, no es factor de la producción, pero ahí está.
El salón
Adolfo López Mateos está atestado. En el exterior, los cuerpos militares
marchan, se forman y desforman en el predio de 76 hectáreas que ocupa
la sede presidencial. Gamboa Pascoe ha vuelto una vez más a Los Pinos y
no pierde oportunidad para agradecer que ahora, gracias a Peña Nieto,
las viviendas de los trabajadores, las del Infonavit y el Fovissste,
cumplirán con una regla: no podrán ser de menos de 60 metros cuadrados.
La melodía de AA
“Esta es una forma diferente, como queremos que México lo sea, de conmemorar el Día del Trabajo”, dirá el presidente.
Cuando
el discurso de Peña Nieto ha concluido, el de las gafas despierta de un
sueño intermitente, interrumpido entre aplauso y aplauso.
No hay
silbatos ferrocarrileros, ni matracas, ni tambores, ni consignas, ni
pancartas, ni una banda que toque una diana, ni porras gremiales, ni se
están blandiendo escudos del PRI, ni de la CTM, ni de la CROC, ni hay
marchas evocadoras de la Revolución en los altavoces, pues en el
sonido-ambiente sólo suena Sleepy shores, la melodía muy conocida en México por fondear los spots de Alcohólicos Anónimos (AA).
Peña
Nieto tarda más de lo que usualmente demora en salir del recinto. Uno
por uno, los dirigentes sindicales que no alcanzaron lugar en el
presídium son saludados de mano por el mandatario que, al reconocer a
algunos, les pregunta, los palmea, los abraza, les toca el hombro.
El besamanos se reedita en las salas del poder.
Un
hombre vestido de traje, con un emblema masónico en la solapa, intenta
infructuosamente aproximarse a Peña Nieto, corre de un lado a otro,
topando a cada intento con la muralla de hombres que forma el Estado
Mayor en torno a su jefe. Se resigna: foto con Videgaray, y otra más
solo, con el escudo nacional en el fondo, tomadas por una de “las
compañeras”.
Videgaray parece extraviado. Los reporteros optaron por entrevistar a Osorio Chong, y repararán en él como último recurso.
La despedida ha iniciado sólo para seguir con los respectivos festejos:
“Nos vemos ahorita en el sindicato”, “háblale al chofer”, “¿escuchaste al presidente?”
Nadie
les dijo a “las compañeras” que era una mala idea caminar con tacón de
aguja del 15 sobre los adoquines de las veredas de la residencia
oficial, tanto como hacerlo en un patio de maniobras, por lo que
intentan seguir el paso a Víctor Flores, el ferrocarrilero que las ha
traído hasta este lugar y ahora sale, con su comité, todos enlazados de
los brazos.
En la Puerta II de la residencia oficial, al alcanzar
la calle de Molino del Rey, los guardias del EMP y los policías
militares rompen su mutismo profesional ante la exhuberancia de “las
compañeras”.
Sólo uno, el oficial al mando, con la vista fija en la escena sindical, y el ceño fruncido, alcanza a exclamar:
“Pinches bueyes”.
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Y todos nosotros juntos GRITAMOS ¡¡CHINGUEN TODOS A SU REPURISIMA MADRE!!
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