¡¡Exijamos lo Imposible!!
Por Esto!
No todo fueron malas nuevas para las madres
María Teresa Jardí
Habrían preferido no tener ese consuelo. Triste es el consuelo cuando se
basa en la condena a un genocida. Pero igual es un consuelo el de que
por fin se juzgue a un genocida por haber decidido serlo. La condena de
Ríos Montt fue el regalo, del Día de la Madre, para todas las madres del
mundo. En particular para las de Guatemala que lucharon tanto por
lograrla.
Es cierto que es una condena a medias y tardía. No va a pasar 80 años en
la cárcel ese canalla producto del imperio, impulsor de genocidas: que
también va a ser juzgado por sus crímenes más temprano que tarde. A fin
de cuentas es la información lo que permite la respuesta de la gente. Y
aunque a los gringos los hagan vivir con el miedo al enemigo exterior
cada vez son más los que se saben que al enemigo lo tienen en su propia
casa. Y cada vez son más también los que se sienten avergonzados de ser
parte del país más odiado del planeta. Se saben exhibidos en Guantánamo y
también se saben vulnerables porque todos saben que basta estar en el
lugar equivocado para acabar en el campo de concentración que va a
definir para siempre de cara a la historia que es ese centro de torturas
que envidiarían los nazis.
Ni los Ríos Montt ni los Pinochet ni los Videla ni los Calderón han
actuado solos. Detrás de cada genocida se encuentra el imperio yanqui y
no es suficiente ya con juzgar solamente a los autores materiales cuando
se tiene tan claro quién es el autor intelectual de casi todos los
crímenes abominables que en el mundo se cometen.
Más de cien mil ejecutados impunemente por Calderón a nombre de una
guerra que él y sus compinches sabían que era una farsa para cuidar al
capo impuesto por los yanquis para no perder el dinero de la droga
mantenida como mercancía clandestina.
Guerra, eso sí, muy útil también para limpiar el patio trasero de los
yanquis en que por apátridas se encuentra convertido nuestro suelo.
Más de cien mil pobres asesinados tan sólo en seis años que como parte
de lo que se puede considerar como una docena trágica imputable a la
derecha panista se impulsó en México sin que acabe la condena. Cinco mil
doscientas noventa y seis ejecuciones extrajudiciales en lo que va del
sexenio de Peña.
Varios miles de desapariciones forzadas que de a poco van a obligando a
cortes internacionales, al servicio de los que detentan el poder, a
emitir resoluciones de condena para los que controlan el poder. El
fracaso de los organismos internaciones es claro. Pero igual obligados
se ven los tribunales nacionales e internacionales, de tanto en tanto, a
juzgar a asesinos que sólo serían acompañados hasta en sus tumbas por
el desprecio que merecen. Pero que no morirían públicamente condenados
por sus crímenes. Como sucedió con Franco.
Un triunfo los 80 años de
condena logrados por las madres guatemaltecas contra Ríos Montt por el
genocidio cometido por ese impresentable dictador. No importa que muera
en la cama de su casa por razones de edad y porque en el fondo los que
mandan temen ser juzgados de la misma manera y, además, temen al imperio
que es el que impone las reglas.
El único país en el mundo que ha sido capaz de tirar sobre otra nación
una bomba nuclear es Estados Unidos de Norteamérica. El imperio yanqui
debe ser juzgado con la severidad que merece incluso por sus mentiras
con las que tanto daño le ha hecho a la humanidad entera. Y merece ser
juzgado ya por los hombres y mujeres de la Tierra.
De a poco también se empiezan a escribir las historias incluso noveladas
de los crímenes cometidos, a nombre del imperio, por elementos de la
CIA. Crímenes cometidos a lo largo y ancho del mundo y en particular de
nuestra América Latina. Por más que busquen los canallas a modo ser
yanquis siempre serán latinoamericanos despreciados por los rubios, los
negros y los pelirrojos que detentan el poder, sin democracia, en el
país de los gringos. Nadie más despreciable que el traidor al pueblo en
el que nace. No, no todo fueron malas nuevas en la celebración del Día
de la Madre, aunque en México el grito de las madres de los
desaparecidos, que cada día aumentan en número, siga siendo el de:
“vivos se los llevaron y vivos los queremos”. El PRI no aprendió nada en
la docena trágica para el país en manos de la derecha panista.
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