¡¡Exijamos lo Imposible!!
CNDH rompe el silencio
Lilia Arellano
Estado de los ESTADOS
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“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar los remedios equivocados”.- Groucho Marx
Este miércoles, en el Senado de la República, el presidente de la
Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), Raúl Plascencia
Villanueva, sostuvo que durante la gestión de Felipe Calderón, en
materia de derechos humanos se vio un episodio de incremento en las
violaciones a los mismos, evidenció públicamente que creció la tortura,
la denuncia de desapariciones forzadas, las detenciones arbitrarias,
entre otras. Ante integrantes de la Comisión de Derechos, reportó que de
2005 a la fecha registraron 34 mil 385 quejas contra servidores
públicos del área de seguridad en el ámbito federal, lo que significó un
incremento del 84 por ciento en los últimos tres años en los rubros de
cateos ilegales, desaparición forzada de personas, detenciones
arbitrarias y torturas.
La CNDH investiga 2 mil 126 casos de desaparición forzada de personas y
cuenta con un registro de 24 mil 94 personas reportadas como
extraviadas. La desaparición forzada de personas inicia con la detención
arbitraria, que es una práctica recurrente en los cuerpos de seguridad
del país. Por si lo anterior fuera poco, esa Comisión tiene el registro
de 5 mil 202 víctimas de feminicidio en 27 entidades del país, crímenes
que en su gran mayoría permanecen impunes. Sin duda alguna estas cifras
son alarmantes, sin embargo, no desconocidas.
En estas mismas líneas y en muchos otros medios, día tras día, semana
tras semana y año tras año, durante ya varias décadas, se han denunciado
y comprobado todas estas arbitrariedades, sin embargo, la respuesta ha
sido: oídos sordos y vista ciega. Llama la atención que sea a unos días
de que Felipe Calderón entregue el mandato cuando quienes han tenido
toda la autoridad para cuestionar y llevar ante las autoridades
correspondientes los expedientes para que se tomen acciones y se aplique
la ley, se decidan a hablar, porque antes no tuvieron empacho en
guardar silencio, en convertirse en cómplices y en hacer eco a
declaraciones tan brutalmente absurdas como aquella que determinó que la
anciana indígena zongólica, Ernestina Ascencio Rosario, violada por
militares, murió de “gastritis crónica”. Las pruebas médicas de la
violación a la indígena fueron contundentes y confirmaron el fraude más
grande de José Luis Soberanes, quien en ese entonces presidía la CNDH.
¿QUEDARÁ IMPUNE FCH?
Tras la serie de reuniones y acuerdos entre Felipe Calderón e
integrantes de su gabinete con el presidente electo, Enrique Peña Nieto,
y el equipo de transición, la pregunta clave es: ¿está garantizada la
impunidad para el inquilino de Los Pinos y los integrantes de su equipo
de gobierno, a pesar de la situación en que deja a México y las más de
150 mil víctimas –según datos del Departamento de Estado de EU- de la
guerra contra el narcotráfico? Es temprano para saberlo y el michoacano
aprovecha el tiempo para convencer que hizo hasta lo imposible para
evitar crisis como la económica –que deja al país con más de la mitad de
su población en pobreza- y la de violencia, cuyo funesto saldo se
desconoce en su verdadera magnitud y que enlutó a nuestro país a lo
largo de seis trágicos años.
A unos cuantos días de entregar el poder, Calderón agotó los argumentos y
justificaciones que lo llevaron a meter a México en un baño de sangre
del cuál aún no se sabe cómo se va a salir. Ahora se ha atrevido hasta a
culpar a Dios de sus errores en el manejo administrativo del país, de
las fallas cometidas por los integrantes de su gabinete en la crisis
económica y hasta de salud como la del virus de la Influenza H1N1, sin
poder dejar de mencionar la magnificación de la violencia a la que llevó
su declaración de guerra a los cárteles del narcotráfico. Al entregar
el reconocimiento al municipio de Tacámbaro, Michoacán, como “Pueblo
Mágico”, dijo que “me hubiera gustado hacer mucho más, tener más
recursos disponibles, que no nos hubiera tocado la crisis económica y de
violencia, pero yo asumo que a uno le toca vivir el momento que le toca
vivir por alguna razón, que Dios sabe por qué pone a determinadas
personas frente a determinadas circunstancias”.
Calderón no asume ninguna responsabilidad, no hay en sus palabras ni el
menor asomo de arrepentimiento, ni siquiera una disculpa a un pueblo
mexicano agobiado y reprimido por su fallida administración. Nada que lo
pueda llevar por los caminos de la redención. Los saldos que deja su
administración son muchos, muchísimos, en los que destaca la detonación
de una violencia extraordinaria que aún no se sabe cómo va ser
neutralizada por la nueva administración priísta; el repunte de delitos
de alto impacto como homicidios, secuestros y extorsiones, que forman
parte ya de un sexenio marcado por la muerte, derivada de la guerra al
narcotráfico, que se perdió por una serie desafortunada de fallas, por
una ausencia total de inteligencia en una presunta estrategia que apostó
al uso de la fuerza y la eliminación de los capos de los cárteles del
narcotráfico, o al menos de algunos, cuya caída sólo hizo que se
multiplicaran y se fragmentaran las organizaciones criminales, pero que
no desaparecieron, sino que evolucionaron.
Calderón perdió la apuesta al invertir únicamente en el uso de la
fuerza, en despliegues operativos, pero no en la profesionalización de
los cuerpos policíacos ni en el control de la aguda corrupción que
imperó en su administración, pero también en las de gobiernos estatales y
municipales. Las fallas en el combate al crimen organizado fueron
magnificadas por los errores cometidos, por la carencia de una política
integral, por la omisión en el combate a la corrupción y el
fortalecimiento de las instituciones policíacas y de administración y
procuración de justicia; por la infiltración del narcotráfico cuyos
tentáculos cargados de dinero llegaron hasta los más altos niveles de
las administraciones federal, estatales y municipales. La estrategia
criminal represiva falló completamente al privilegiar el arresto de
jefes narcos, de narcomenudistas, el decomiso de drogas, armas y dinero,
sin que existieran acciones efectivas contra las redes financieras que
los alimentaban y que explican su poder corruptor, mucho menos se dieron
acciones de prevención o rehabilitación y participación social.
El baño de sangre y el fango de la corrupción son tan enormes, que se
tuvo que tomar la decisión de no hacer más reportes oficiales de la
guerra que era evidente se estaba perdiendo desde hace al menos tres
años. En 2011 se dejó de contabilizar a las víctimas cuyo saldo al mes
de septiembre, desde el inicio del sexenio, iba en 47 mil 515
homicidios. Las muertes asociadas a esta estúpida guerra sumarán más de
70 mil, de acuerdo con estimaciones de organizaciones no gubernamentales
y defensoras de derechos humanos.
Otros cálculos, basados en reportes oficiales como los del Secretariado
Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), elevan las
cifras de víctimas a más de 80 mil. Sin embargo, datos del Departamento
de Estados Unidos a comisiones del Congreso de ese país, revelan que
las muertes en la guerra contra los cárteles de la droga en el vecino
del sur superan las 150 mil. Se trata, en resumen, de una matazón, de
crímenes de lesa humanidad, que deben ser castigados y los responsables
llevados a tribunales judiciales, nacionales e internacionales. No se
debe permitir que impere, una vez más, la impunidad contra políticos y
funcionarios implicados en esta carnicería, en la cual los cadáveres de
al menos 10 mil desaparecidos aún no aparecen.
También tendrían que ser enjuiciados mandos militares de la Secretaría
de la Defensa Nacional, de la Secretaría de Marina Armada de México, de
la Secretaría de Seguridad Pública, de la Policía Federal, que están
entre las dependencias con más quejas por violaciones a las garantías
individuales. Por lo pronto, tras fijarse criterios sobre límites del
fuero de guerra, la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó, a
tribunales federales de todo el país, retomar la resolución de casos
penales que involucren a militares acusados de un delito contra civiles o
contra la salud.
DE PESADILLA
Jorge Saldaña, en una de sus reflexiones, confió al auditorio de Radio
620 una serie de interrogantes sobre lo que hará Felipe Calderón la
mañana del 2 de diciembre. Seguramente, dijo, será muy duro para él
darse cuenta de que ya no está a su servicio el séquito de servidumbre;
que no entrará velozmente el secretario para apurarlo porque en el día
tiene una agenda apretada; que no hay registro de llamadas telefónicas;
que la comida de ese día será con un cuate del que hace tiempo no sabía
nada y al que uno de sus fieles le pidió acercarse al ya ex mandatario
para aliviar su soledad.
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