jueves, 22 de noviembre de 2012

Nunca decir No ni adios a la esperanza

¡¡Exijamos lo Imposible!! 
La Jornada
Navegaciones
Reflexiones sobre un libro de AMLO
Pedro Miguel


Tendría 16 o 17 años y después de unos meses como simpatizante de una organización marxista, me disponía a solicitar mi incorporación en calidad de militante pleno. Los integrantes de la célula se reunieron para examinar el caso y para poner a prueba mi formación teórica y el grado de desarrollo de mi conciencia.
¿Por qué quieres ser militante?me disparó a bocajarro un responsable de la directiva enviado a la reunión.

Porque no me gustan la miseria ni la desigualdad ni las injusticiasle repliqué con toda inocencia.

No, norespondió con un gesto de decepción profunda–. La respuesta correcta es: Porque creo en el advenimiento histórico del proletariado.

La reunión terminó de inmediato. Se decidió posponer mi incorporación para cuando estuviera en condiciones de repetir de memoria aquella fórmula litúrgica.

Más o menos en la misma época tuve un rencuentro con mi abuelo, un hombre que, por formación o deformación, había sido honestamente antimasón, antisemita, homófobo y, por supuesto, anticomunista. Por razones de la vida había dejado de verlo durante varios años y me había propuesto consagrar la reunión al cariño entrañable y no echarla a perder con pláticas estériles sobre política. Pero la realidad pesa y a veces es ineludible, y pronto estábamos comentando los sucesos internacionales del momento: movimientos guerrilleros cuya victoria podía parecer inminente y hasta inevitable, y cosas así.

El triunfo de esos muchachos es la única esperanza de este continentecomentó con toda naturalidad.

Por unos momentos me quedé confundido y me pregunté si se refería al triunfo de los escuadrones de paramilitares que infestaban América Latina. Pero no: de manera inequívoca, aquel viejo amado se refería a los guerrilleros. Me tomó muchos años entender la razón de aquella metamorfosis ideológica y política: simple y sencillamente, era un hombre decente.

Hoy los yerbajos crecen sobre la tumba de mi abuelo, y aquel inquisidor marxista que me reprobó como militante es delegado de la Sagarpa en no sé dónde y me han contado que organiza el voto a favor de los partidos del régimen por medio de las dádivas a organizaciones caciquiles. Yo, por mi parte, he comprendido que la decencia no se desprende de la ideología, sino al revés: bajo su costra de ideas cavernarias mi pariente era un hombre decente; en cambio, aquel responsable político que me examinó escondía bajo su fachada de marxista ortodoxo a un corrupto en ciernes y a un pobre pendejo.

La reflexión sobre la decencia es inevitable y necesaria ante lo que está ocurriendo en México desde julio pasado y hasta el momento, que es un triunfo casi inverosímil de la indecencia. A la mayor parte de la población no le cabe en la cabeza que un candidato corrupto, repudiado e impresentable esté a horas de convertirse en presidente de la República. Muchísima gente se ha desalentado y deprimido a raíz de la imposición perpetrada por la indecencia gobernante mediante el bombardeo propagandístico televisivo, a golpe de tarjetas Soriana y Monex y a punta de resoluciones leguleyas. Por eso es necesario hurgar en las razones que hicieron posible esta aparente involución y preguntarse seriamente si la bondad, la generosidad y la decencia pueden tener algún futuro ante la avaricia, la deshonestidad y la corrupción. Y eso es justamente lo que hace Andrés Manuel López Obrador en este libro No decir adiós a la esperanza

Antes de eso, el autor reitera, amplía y perfecciona en estas páginas su radiografía del poder en México: la conformación de una pequeñísima oligarquía saqueadora que ha terminado por concentrar el grueso del poder económico, político y mediático. Luego, el autor ofrece un informe pormenorizado de su campaña presidencial, desde la gestación programática y política de su candidatura hasta el fraude consumado el primero de julio de este año.

Una reflexión al margen: significativo de las diferencias entre los candidatos que se disputaron la presidencia, este informe de López Obrador, tan pormenorizado y riguroso como un parte de guerra, que contrasta con lo hecho por los otros aspirantes tras las elecciones: Josefina Vázquez Mota se fue de vacaciones; Peña Nieto pasó a la clandestinidad con todo y su investidura comprada de presidente electo y Gabriel Quadri se reimplantó en el endometrio de Elba Esther.

La elección presidencial de este año le costó al país un dineral y el único de los participantes que rindió cuentas, que rinde cuentas puntuales ahora, a sus partidarios y a la ciudadanía en general, es Andrés Manuel López Obrador.

La tercera parte del libro está dedicada a mirar hacia adelante y a buscar un reacomodo a las esperanzas frustradas de mucha gente que no sólo creyó imposible la consumación de la suprema indecenciaes decir, la imposición de Peña Nieto en Los Pinos–, sino que también avizoró como posible el inicio, este mismo año, de la transformación nacional impulsada desde el poder. Hoy puede verse que la tarea no tiene atajo posible. Desalojar del poder público a la oligarquíay hacerlo en forma pacífica, tanto por razones éticas como por consideraciones pragmáticasrequiere de un trabajo permanente de organización política y de regeneración moral de la sociedad.

En el último cuarto de siglo el régimen oligárquico se ha robado la presidencia en tres ocasiones para imponer en ella a sujetos corruptos, mediocres, inescrupulosos y, salvo en el caso de Salinas, muy escasamente dotados de luces. Una y otra vez se constata que no hay en México una democracia real y que el autoritarismo gobernante impera sobre un acanallamiento generalizado y opera, en parte, gracias a una pronunciada destrucción de principios éticos que él mismo ha propiciado.

El persistente discurso oficial ha destruido la moral gregaria que es característica histórica de la nación y ha buscado dislocar los mecanismos colectivos que estructuraban a la sociedad mexicana: el barrio, la banda, el gremio, la cofradía, la cooperativa, el sindicato, el ejido, la comunidad. En cambio, ha predicado el individualismo, la competencia, la sobreviviencia del más fuerte, el triunfo personal a costa de quien sea y de lo que sea. Hoy proliferan las actitudes egoístas y a guisa de valores morales han sido impuestas la competitividad, la rentabilidad, la utilidad máxima y el retorno de la inversión al plazo más breve posible. Esta distorsión explica en buena medida la violencia que padece el país. Cuando los capitales se inconforman con tasas normales de 10 por ciento anual incursionan en el negocio de la privatización de bienes públicos, mucho más rentables. Cuando se acaban los bienes públicos, se van a los contratos con el gobierno, que permiten márgenes astronómicos de ganancia. Y cuando no se sacian con eso optan por impulsar el narcotráfico, el secuestro y la trata de personas para que el sistema financiero tenga mucho dinero para lavar y la economía pueda parecer floreciente y dinámica.

Para hacer frente a la tarea de remontar la postración del país se requiere de un plan de acción definido y de una organización social capaz de emprender la transformación de fondo que se requiere. En años recientes López Obrador se ha dedicado a coordinar las aportaciones de diversas personalidades al primero y a promover la segunda: el Nuevo Proyecto de Nación y el Movimiento Regeneración Nacional (Morena). Pero no basta con eso. Se requiere, además, de una convicción moral para remontar el desánimo y la desesperanza. Lo que el autor propone en este libro es olvidarse de buscar una felicidad abstracta e inalcanzable y encontrarla en lo inmediato y en forma permanente en el servicio a los demás. De tal forma, si nos dedicamos a procurar el bienestar de nuestros semejantes, plantea López Obrador, podremos dedicar toda la vida a la transformación del país, viviremos felices y no habrá por qué decir adiós a la esperanza. Desde su perspectiva, la esperanza es inagotable. Agrego que en esta lógica es posible, incluso en medio de la pudrición imperante, encontrar una manera de vida en la decencia, que más allá de sus acepciones cosméticas quiere decir recato, honestidad, modestia y dignidad en los actos y en las palabras.

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