sábado, 3 de noviembre de 2012

Las autoridades a favor de la narcotelevisa

¡¡Exijamos lo Imposible!! 
Por Esto!
De la pena del Borbón 
al pulpo narcotelevisa
Por Ricardo Andrade Jardí

“Dan ganas de llorar, en España todo es una pena” afirma el usurpador rey Juan Carlos I, al que no le da, quizás por las malformaciones genéticas del linaje Borbón, para asumir que la mayor parte de esas penas son producto de que él no es más que un usurpador impuesto por un dictador sanguinario; el rey sabe que uno de los principales problemas en España se deriva del hecho de mantener a una “monarquía” de pacotilla y parasitaria que le cuesta mucho al pueblo español, además de ser el referente mundial más claro para confirmar que eso a lo que denominan “democracia” nada tiene que ver en realidad con la voluntad popular.

Al otro lado del charco, una oligarquía igual de parasitaria y criminal como la del rey Borbón, intenta maquillar la decadencia de sus puercos negocios que se extienden desde Tampico hasta, donde podemos saber, Costa Rica.

La nueva “monarquía mexicana”, públicamente conocida como Televisa, destaca en los últimos días por sus presuntos vínculos con el narcotráfico; posiblemente de ahí el interés de esa narcoteledictadura de que nada cambie en el México de costosas inversiones permitidas pese a que la FEPADE y el IFE no investiguen o no hagan nada contra la falta de equidad que supuso la construcción mediática del candidato del PRI y la compra de votos con recursos, presumiblemente, del narcotráfico y triangulados por empresas como Soriana y Televisa. Lo que el mundo pensante sabe, porque lo vio con sus propios ojos, para imponer como jefe del Ejecutivo nacional, de la cada día más bananera república mexicana, a un analfabeta funcional educado por Chabelo, para que la nueva dinastía Borbón... perdón quiero decir, Televisa, haga del país lo que les venga en gana; procuradores que intentan deslindar a la televisora de presuntos delitos de narcotráfico sin mediar investigación alguna, embajadores que se ponen al servicio de la televisora y hacen el ridículo internacional marcando inequívocamente la política nacional e internacional del desgobierno también impuesto por Televisa y que al país le ha costado tanto. Es posible que la nada célebre cifra supere los 100 mil ejecutados en una falsa guerra contra el narcotráfico, que es en realidad una guerra por el control de las rutas de distribución entre el crimen organizado institucionalmente y el organizado crimen y en alguno de esos dos grupos se encuentra el cartel de la telecracia.

Pero el pulpo de Televisa ya no puede ocultar sus tentáculos y la corrupción como en la antigua Roma se desborda por cada rincón de nuestra cotidianidad cultural.

La nación presume los nexos de esa televisara con la delincuencia organizada, con la compra de votos, con los delictivos negocios electorales al amparo de consejeros “ciudadanos”, de legisladores y funcionarios electorales y judiciales que cobran o cobraron en la nómina de la televisora.

México no tendrá salida posible más que la violencia mientras la narcotelecracia siga dictando la agenda política, económica y cultural del país.

Pero así como en España donde el tentáculo de Televisa también aparece de vez en vez entre escándalo y escándalo, la única salida posible, antes de que las legítimas reivindicaciones autonómicas esquebrajen la península, es la declinación absoluta del rey Borbón y la monarquía parasitaria para dar paso a lo que la voluntad popular del pueblo español manifestó mayoritariamente en las urnas en la primera mitad del siglo pasado, dejando a España ser lo que desde hace mucho debió ser: una república; la mayor acción que se puede hacer por lo pronto en México es apagar de una buena vez la televisión y darnos la oportunidad de pensar por nosotros mismos. De lo contrarío tendremos que asumir el “confort” de nuestra ignorancia dictada desde los contenidos basura de la caja idiota y convertirnos en cómplices de la barbarie que Chabelo y Chaspirito promueven en beneficio de su patrón, convertido en el monarca oculto de nuestra falsísima democracia de mercado.
 

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