La Jornada
Forzar la continuidad
Luis Linares Zapata
Los arrestos
transformadores del actual gobierno al parecer se agotaron en el
discurso de campaña. A un año de que el PRI fue declarado triunfador de
la pasada elección federal, el panorama que espera a los mexicanos se ha
clarificado. La continuidad seguirá a marchas forzadas hasta consumir
las pocas reservas de legitimidad que quedan al gobierno. Todas las
llamadas reformas estructurales llevan el duro, nocivo estigma de la
desigualdad. Pero todavía más lo certifican las posturas que se adoptan
desde la cúspide decisoria ante casi cualquier circunstancia y
oportunidad. Ninguna de las acciones que se han llevado a cabo apunta en
dirección contraria al curso concentrador del ingreso. La lucha entre
los factores, capital y trabajo, ya de por sí desbalanceada en favor del
primero (60 a 40), sigue el curso previsto por las elites del país. Las
condiciones de vida del grueso de la población, en cambio, se
deterioran a pasos consistentes.
Las recientes declaraciones del presidente Peña Nieto con motivo de su presencia en la reunión del G-8 son de una cortedad de miras notable. Sus pretensiones se reducen a buscar inversionistas por la vía de promocionarse como concertador eficaz. La vestimenta que los centros hegemónicos le vienen diseñando, al parecer, ha calado y agrandado sus ilusiones de vendedor estelar. Su presencia entre esos mandones del mundo no busca introducir una ojeada propia, aunque sea discordante, sobre los problemas que ahí se discuten. La crisis europea debida, principalmente, a la imperante distribución inequitativa y creciente con su falta de empleo desatada por las políticas neoliberales, cae fuera de sus alcances e interés. Poco dirá, si acaso, sobre los paraísos fiscales mantenidos contra toda marea por el mundo corporativo europeo. Nada ha dicho sobre el espionaje estadunidense recién denunciado. Tampoco adelanta opinión sobre la guerra civil de Siria. Menos aún parece interesarle la rebelión ciudadana turca. Él quiere promover la imagen de un gobierno reformista (el suyo, claro está) entrón, decidido a proteger y dar garantías al capital. Hacer mutis total ante la desigualdad, real centro de gravedad que aqueja a los mexicanos, es su trazado destino.
Los barruntos desgranados por el dúo formado por Peña Nieto y Videgaray, al tocar el espinoso tema de la hacienda pública y los energéticos, prefiguran un conflicto social en puerta. Pretenden dar la impresión de fuerza y seguridad a prueba de titubeos. Supuestos acuerdos cupulares y partidistas así lo transparentan. Lo que ignoran, casi totalmente allá arriba, porque lo ningunean, es la densidad del descontento popular que se habrá, para entonces, acumulado. El priísmo ha ido perdiendo legitimidad a paso acelerado. Esos arranques de sus pulsiones autoritarias chocarán, nuevamente, con la dispersa reciedumbre y la profundidad de las fibras colectivas en tratándose del petróleo y los impuestos regresivos.
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