La Jornada
Pacto por el consenso (de Washington)
Luis Linares Zapata
Herederos, por línea
lateral y secundaria, de los adalides del neoliberalismo central, los
firmantes del Pacto por México se proponen llevar hasta sus últimas
consecuencias una manoseada versión local de tal recetario. Sin dudas
que los perturben, aspiran a imponer las reformas siguientes: la
hacendaria y la energética. La mera esencia faltante del catálogo
dictado para una economía dependiente como la mexicana. El priísmo,
dizque renovado, junto con el seducido panismo y las fermentadas
burocracias del PRD, unifican sus intereses y empollan este acuerdo,
pretendidamente vivificador, del decadente Consenso de Washington. No
hay que engañarse con la retórica de la búsqueda del bienestar de las
familias que se esparce por aquí y por allá como el hálito primordial
del pacto. Las llamadas reformas estructurales persiguen, por sí mismas y
a ultranza, un solo propósito: el enriquecimiento desmesurado y la
acumulación de poder en la cúspide donde habitan los plutócratas.
Élites, por cierto, ya bien apoltronadas en todos los cuartos donde se
toman las decisiones básicas de muchos países. Eso, y no otra aspiración
altruista, agota el injerto vital del famoso pacto.
Sin atender los fenómenos que ocurren en cualquier vecindario que se atisbe, las cúpulas locales pretenden seguir imperturbables por esos trillados senderos del famoso acuerdo signado en los inicios de los años ochenta. Una ruta que anuncia, sin duda alguna, mayor deterioro del bienestar, acumulación desmedida de la riqueza y el empobrecimiento y precariedad de las mayorías. Un fenómeno fácilmente notable, que dura ya más de treinta años. Los datos empíricos, publicados por distintas fuentes que lo sostienen, abundan por doquier. Ya sean los que muestran el incipiente crecimiento del PIB durante las tres últimas décadas. O sea aquellos que inciden en la pérdida sostenida del poder adquisitivo de los salarios o, peor aún, en el aumento de la miseria o marginación que padecen capas crecientes de la sociedad. Todos los indicadores describen la tragedia concomitante a la concentración de la riqueza. Un proceso que parece imparable, a pesar de las tensiones y los macabros augurios que lo preceden. Concentración que será, qué duda cabe, la resultante de las reformas estructurales porque todas han sido diseñadas para cumplir con ese fin.
El panismo, por su parte, desamparado de luces y guías, se refugia, con ilusiones manifiestas, en las buenas maneras de los mexiquenses recién entronizados en el Ejecutivo. Saben que en última instancia se subordinarán al dictado de sus patrocinadores de siempre: obispos, empresarios de renombre y demás gente bien que les impondrán su retardataria voluntad. Se plegarán, como siempre han hecho y hasta de manera obsequiosa, a la ruta ya marcada por el publicitado pacto. Las burocracias perredistas, desde sus cerrados grupúsculos, desprovistos de pudor y a pesar de las rijosas posturas encontradas a su interior, seguirán desempeñando el triste papel de comparsas menores que ya los define. Ante las reformas faltantes, sin embargo, mostrarán a todo color sus contradicciones extravíos y poca valía. Ante la imposibilidad de adherirse a ellas con el entusiasmo esperado, serán dejados a la vera de ese pequeño poder que creían tener.
Finalmente, la suerte de la actual Presidencia ha quedado atada al éxito o fracaso del Pacto por México. Los pronósticos para mejorar el bienestar colectivo, a través de sus acuerdos pretendidamente reformadores, son endebles en el mejor de los casos. Contribuirán en cambio, con esmero y consistencia, a la concentración de la riqueza y prolongarán la agonía de la mayoría de la población. Sólo hace falta analizar la tendencia en curso hacia la precariedad de los salarios para sacar las conclusiones inevitables del desbalance existente. Ningún programa contra la pobreza redimirá la desigualdad que cotidianamente causa el voraz modelo asumido por el pacto.
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