¡¡Exijamos lo Imposible!!
Proceso
Regina: Las razones de la desconfianza
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La Procuraduría General de Justicia del
Estado de Veracruz (PGJ) anunció el pasado 30 de octubre el
esclarecimiento del asesinato, hace seis meses, de la reconocida
periodista Regina Martínez. La noticia da lugar a muchas dudas, derivadas tanto de la fragilidad del caso presentado como de la experiencia acumulada por la ciudadanía veracruzana en otros, cuando no
se sustentó debidamente la supuesta aclaración de los crímenes.
Recordemos
que el asesinato de Regina Martínez, el 28 de abril de 2012, fue por
asfixia y golpes, lo que desde el principio planteó dudas sobre las
causas del homicidio. Los primeros informes de la PGJ trataban de
inducir la idea de un robo como posible móvil, pero no se ofrecieron
pruebas concluyentes ni se explicó con claridad cuáles habían sido los
objetos sustraídos. Lógicamente hubo una actitud de reserva y
descreimiento por parte de la indignada opinión pública (jalapeña,
nacional e internacional) y de la revista Proceso, para la cual
trabajaba la periodista.
Seis meses después, la PGJ anunció la
captura de uno de los asesinos de Regina, al parecer como respuesta a la
presión de la propia revista, que en su número pasado (1878) denunció
la falta de avance en las investigaciones. La acusación oficial se funda
solamente en la propia confesión del inculpado.
Si bien la PGJ
ofrece estadísticas impresionantes acerca del trabajo de investigación
realizado en este caso y ofrece pruebas circunstanciales que podrían
inculpar a las personas señaladas (otros dos testimonios de personas que
vieron los objetos supuestamente robados), hay una omisión muy grave:
En ningún momento la dependencia estatal ha dicho que las huellas
digitales encontradas en la casa de Regina corresponden con las del
sujeto detenido o las del prófugo.
Las huellas dactilares de ambos
deberían estar en posesión de la procuraduría, puesto que tienen
antecedentes penales. Y dado que se trata de delincuentes callejeros,
sin antecedentes de homicidio, no se puede alegar que hayan tenido la
capacidad para borrar sus huellas. Por tanto, las autoridades deberían
haber conocido la identidad de los delincuentes desde el principio de la
investigación.
Esta elemental omisión nos muestra un patrón
similar al de casos anteriores. El 15 de agosto pasado, el procurador
anunció la “resolución” de los crímenes contra cuatro reporteros en el
puerto de Veracruz, cometidos días después del asesinato de Regina. Se
culpó a supuestos sicarios del Cártel de Jalisco Nueva Generación,
atrapados unos días antes por elementos de la Marina, quienes según la
PGJ confesaron 36 crímenes, entre ellos los de estos reporteros. Se dijo
que los sicarios informaron, además, que los habían ejecutado porque
ellos habían “puesto el dedo” a otros periodistas que fueron asesinados
por Los Zetas el año anterior.
La PGJ daba por resueltos estos
asesinatos con las meras confesiones de los sicarios, sin otra prueba
adicional que la posesión de algunos objetos de una de las víctimas por
uno de los delincuentes inculpados. El Comité Internacional para la
Protección de Periodistas, Artículo 19 y diversas organizaciones civiles
hicieron notar la ausencia de pruebas contundentes en los dichos
oficiales.
La PGJ deberá convencer al pueblo de México, y
especialmente al gremio periodístico, de que la ninvestigación está
sustentada en pruebas científicas. Es evidente que la autoinculpación de
una persona no es suficiente para considerar resuelto un crimen, pues
se sabe muy bien cómo se extraen estas “confesiones” en México.
El
caso es débil, pues los inculpados son delincuentes callejeros menores a
quienes se había detenido solamente por asalto y lesiones. Estas
personas no tenían que amordazar, golpear con saña y ahorcar a la
periodista simplemente para cometer un robo, y menos aun cuando dejaron
computadoras y otros objetos de valor en la casa de la víctima.
En
Veracruz no sólo han sido asesinados nueve periodistas en los dos años
pasados, sino que más de 20 se han exiliado. Es muy urgente que estos
crímenes y las amenazas sean resueltos de una manera transparente y
profesional, de frente a la sociedad, puesto que el estado se ha
convertido en el más peligroso para el ejercicio periodístico en México.
Para
salir de esta gravísima circunstancia se requiere reconstruir una
relación de confianza entre los ciudadanos y las instituciones de
justicia. El hecho de que la PGJ haya hecho este anuncio sin previo
aviso a los elementos coadyuvantes de esta investigación –la revista
Proceso y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos– no ayuda en este
camino.
Falta mucho por andar en materia de justicia en Veracruz,
uno de los estados más atrasados en la aplicación de la reforma penal y
con mayores carencias en sus instituciones de justicia. Los asesinatos
de periodistas deben colocarse en el contexto de muchos otros crímenes
no resueltos, al menos 458 personas desaparecidas en la entidad (de
acuerdo con registros federales) y los secuestros de inmigrantes
centroamericanos, entre otros hechos de la coyuntura actual, que
ciertamente no es privativa de Veracruz, sino de la nación.
Urge impulsar una reforma profunda de las instituciones de justicia de Veracruz, de cara a la sociedad y junto con ella.
* Periodista e investigador de la Universidad Veracruzana.
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