Coyotes togados, que no juristas
María Teresa Jardí
María Teresa Jardí
Todos de acuerdo en la legalidad y además legitimidad del uso de la fuerza pública para controlar "vándalos" que osaban querer proteger su forma de vida como vendedores de flores en un trocito (los dueños de todo son los gobernantes y los empresarios y los altos funcionarios y los gobernados deben acatar que así son las cosas sin chistar ni protestar) de la vía pública.
"Vándalos con machete" que solitos se pusieron en la mira de policías "de hasta abajo" que obraron, "por cuenta propia", con exceso. Ni modo, las apabullantes evidencias, y saberse vistos en la tele, aunque sea por un puñado de personas, dejan ver, hasta a los ciegos ministros, que las graves violaciones a los derechos humanos se dieron tal y como han denunciado las víctimas.
Coyotes togados, que no juristas, son los también cómplices, que hoy cobran millonarias recompensas, como parte de la farsa que los convierte desde la cabeza del agotado Poder Judicial, que daría risa si no fuera tan dramática la constancia de en lo que se ha convertido también ese poder, imprescindible como defensor de los gobernados, comparsa a modo del sistema más corrupto del planeta.
Son parte, no tiene remedio, los ministros de la antaño respetada Suprema Corte de Justicia de la Nación, del sistema a la mexicana, que se impone, con cinismo, en contra de millones de personas, a las que las Corte les está haciendo saber que no tienen derecho ni a un trocito de la vía pública para ganarse la vida y, que el mismo sistema impuesto por canallas a modo de la peor de las caras del sistema capitalista, que autoriza el rescate de bancos cancelando la vida digna a varias generaciones de millones de mexicanos que "todo lo aguantan", tiene permiso para asesinar, torturar y violar hombres, mujeres, ancianas y niños. Y que, si llegan los casos a la Corte, se verá obligada a "recomendar" que se castigue a los autores materiales de más bajo nivel. Chivos expiatorios, pues. Aunque bajo cuerda y lejos de los reflectores de la tele, es obvio, que también recomendará que se tenga "piedad" y no se extreme la "dureza" de los que saben los ministros que recibieron la orden y el permiso de atacar de manera brutal a gobernados indefensos.
Toda la argumentación es falsa y los saben los ministros. Si fuera cierto que en la primera reunión de altos mandos la orden sólo fue la de "rescatar" la carretera cerrada y en la reunión de segundones, éstos ordenaron, a los de tercero, hacerlo sin violar las garantías, entonces el caso no estaría siendo discutido por los "sesudos ministros", simple y llanamente porque no habría prevalecido la IMPUNIDAD ante los EXCESOS por policías "de hasta abajo" cometidos.
No tienen vergüenza. El escenario es el montaje de una obra de teatro en la que cada ministro representa, sin salirse del guión, sin levantar la voz, con una pulcritud extrema, sin una palabra altisonante, con el "respeto", abominable, "que usted me merece, señor o señora, ministro" de la derecha de confesionario, la parte del papel asignado con antelación, de cara a salvar de toda responsabilidad a Peña Nieto y a Medina Mora. Pero como es evidente que de ahí vino la orden, que seguramente también fue compartida por Fox, tienen que salvar también a los otros de segundo nivel y a los de tercero y de cuarto y achacarles la culpa a los de quinto, porque no les queda más remedio.
Que no se haga ilusiones nadie de que Genaro Góngora renunciará a sus jugosos emolumentos ante la cínica evidencia de que Peña Nieto y Medina Mora han sido exonerados por completo. Más limpios que los cisnes que cruzan el pantano sin mancharse quedarán esos impresentables sujetos con la resolución de la Corte a lo ocurrido en Atenco. Fascistas, que son, están absolutamente de acuerdo los ministros, en que los únicos culpables son los habitantes de Atenco. A los que además se les ofreció ponerles un aeropuerto --debidamente puestos de acuerdo con los patos, con los que sí hablaba el desgobierno foxista-- y lejos de caer de rodillas agradecidos por haber sido los elegidos, se opusieron, y, por ello, amén de ser un mal ejemplo que no podía permitirse, merecían "el castigo" que recibieron.
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