martes, 9 de junio de 2015

Madrugamos para votar los primeros

¡¡Exijamos lo Imposible!!
Homozapping
El dulce chingadazo de la democracia
Autor Invitado
Joaquín Hurtado


Mi mujer parece que no ve ni oye cuando está enfurruñada. Es muy muy bronca. Estamos en la fila desde las siete y media. Madrugamos para votar los primeros y dejar tiempo suficiente para nuestra rutina dominical. Nos encanta ver películas sentimentales.

Nos relajan y enternecen las producciones gringas sobre personajes y casos de la vida real. El galán, la heroína, el niño, la viejecita: eternos perdedor/as que han nacido exclusivamente para la humillación y el fracaso, la enfermedad y la violencia. Siempre les falta un gen, una pierna, un ojo. De plano les urge algo de felicidad.

Invariablemente esos personajes luchan con ahínco y contra todos los pronósticos triunfan al final. Y tan tan. Cine olvidable para verlo en cama, mientras comes golosinas y gaseosas. Delicioso entretenimiento de moco, pedo y lágrima; como lo calificaba la querida Silvia Ruano, brillante periodista cultural de Monterrey.

Mi cuerpo sufre los estragos del ayuno matinal. Suspiro por unos huevos rancheros con harto chile serrano. Hasta la sede de la votación llegan los olores de las cocinas de los hogares vecinos. Ya son las diez y la acción aún no comienza. Ni siquiera han armado las urnas. Algo extraño está pasando, debían iniciar a las ocho en punto.

Me entero por reportajes que circulan en la red que el retraso en la apertura de casillas es generalizado, faltan funcionarios capacitados. Oigo un tímido aliento de protesta: “Esto es una desorganización perfectamente organizada”. Volteo para ubicar visualmente a la persona que emite tan inteligente opinión pero sólo encuentro rostros apacibles, resignados, eternos.

Hay que ver la fila de gente, da vuelta a la cuadra. Y sigue llegando. No se mueve, no se harta, no hay intenciones de desertar. Sólo dos parejas de personas muy mayores se retiran, agotadas.

Hay expectación, emoción apenas contenida. Yo no había visto tanta participación ciudadana desde hace muchos años.

Escribo cositas a mi mujer. “Qué buena suerte, la primavera regia ha sido inusualmente benigna, templada, tirándole a fresquita. Independencia se escribe con D de Democracia. Hoy es el día D para nuestro país”. Cursilísimo. Creo que enrabiarse es contraproducente. Otras voces empiezan a repelar por la pesadez, la irresponsabilidad, el burdo estratagema de retardar la instalación.

Busco la mirada de mi mujer, le hago una señal: “¡Tú cálmate, ya tranquila!”. Ella lo interpreta como le da la gana, cree que yo la animo, la cocoreo, le echo porras. Ella sigue indignada en el reclamo. En eso sale la funcionaria de máxima autoridad en la casilla y arrogante increpa a mi consorte: “Señora, si no se calla ni quiere esperar mejor váyase, déjenos trabajar”.

A pesar de que la máxima autoridad de la casilla regaña a mi mujer de manera tan inapropiada, yo estoy de acuerdo con la funcionaria. Calladitos nos vemos más bonitos, sólo por hoy, sólo hasta el día de hoy. Y paso aceite. La actitud de la funcionaria enciende la mecha, desata rechiflas, aplausos, gritos de los votantes.

Me hago chiquitito de pena. Pasan y pasan las camionetas de los gendarmes. Espero lo peor, así soy de optimista. La verdad es que por nada me quiero perder la histórica mancha de tinta indeleble en mi dedo pulgar. No hoy.

Estoy tamañito, ahí viene el dulce chingadazo de la democracia.

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